lunes, 30 de junio de 2008

SER INFELIZ...

Por, nada más y nada menos queee:
Franz Kafka, es la ara...



Cuando ya eso se había vuelto insoportable -una vez al atardecer, en noviembre-, y yo me deslizaba sobre la estrecha alfombra de mi pieza como en una pista, estremecido por el aspecto de la calle iluminada, me di vuelta otra vez, y en lo hondo de la pieza, en el fondo del espejo, encontré no obstante un nuevo objetivo, y grité, solamente por oír el grito al que nada responde y al que tampoco nada le sustrae la fuerza de grito, que por lo tanto sube sin contrapeso y no puede cesar aunque enmudezca; entonces desde la pared se abrió la puerta hacia afuera así de rápido porque la prisa era, ciertamente, necesaria, e incluso vi los caballos de los coches abajo, en el pavimento, se levantaron como potros que, habiendo expuesto los cuellos al enemigo, se hubiesen enfurecido en la batalla. Cual pequeño fantasma, corrió una niña desde el pasillo completamente oscuro, en el que todavía no alumbraba la lámpara, y se quedó en puntas de pie sobre una tabla del piso, la cual se balanceaba levemente encandilada en seguida por la penumbra de la pieza, quiso ocultar rápidamente la cara entre las manos, pero de repente se calmó al mirar hacia la ventana, ante cuya cruz el vaho de la calle se inmovilizó por fin bajo la oscuridad. Apoyando el codo en la pared de la pieza, se quedó erguida ante la puerta abierta y dejó que la corriente de aire que venía de afuera se moviese a lo largo de las articulaciones de los pies, también del cuello, también de las sienes. Miré un poco en esa dirección, después dije: "buenas tardes", y tomé mi chaqueta de la pantalla de la estufa, porque no quería estarme allí parado, así, a medio vestir. Durante un ratito mantuve la boca abierta para que la excitación me abandonase por la boca. Tenía la saliva pesada; en la cara me temblaban las pestañas. No me faltaba sino justamente esta visita, esperada por cierto. La niña estaba todavía parada contra la pared en el mismo lugar; apretaba la mano derecha contra aquélla, y, con las mejillas encendidas, no le molestaba que la pared pintada de blanco fuese ásperamente granulada y raspase las puntas de sus dedos. Le dije: -¿Es a mí realmente a quien quiere ver? ¿No es una equivocación? Nada más fácil que equivocarse en esta enorme casa. Yo me llamo así y asá; vivo en el tercer piso. ¿Soy entonces yo a quien usted desea visitar? -¡Calma, calma! -dijo la niña por sobre el hombro-; ya todo está bien. -Entonces entre más en la pieza. Yo querría cerrar la puerta.-Acabo justamente de cerrar la puerta. No se moleste. Por sobre todo, tranquilícese. -¡Ni hablar de molestias! Pero en este corredor vive un montón de gente. Naturalmente todos son conocidos míos. La mayoría viene ahora de sus ocupaciones. Si oyen hablar en una pieza creen simplemente tener el derecho de abrir y mirar qué pasa. Ya ocurrió una vez. Esta gente ya ha terminado su trabajo diario; ¿a quién soportarían en su provisoria libertad nocturna? Por lo demás, usted también ya lo sabe. Déjeme cerrar la puerta. -¿Pero qué ocurre? ¿Qué le pasa? Por mí, puede entrar toda la casa. Y le recuerdo; ya he cerrado la puerta; créalo. ¿Solamente usted puede cerrar las puertas?-Está bien, entonces. Más no quiero. De ninguna manera tendría que haber cerrado con la llave. Y ahora, ya que está aquí, póngase cómoda; usted es mi huésped. Tenga plena confianza en mí. Lo único importante es que no tema ponerse a sus anchas. No la obligaré a quedarse ni a irse. ¿Es que hace falta decírselo? ¿Tan mal me conoce? -No. En realidad no tendría que haberlo dicho. Más todavía: no debería haberlo dicho. Soy una niña; ¿por qué molestarse tanto por mí? -¡No es para tanto! Naturalmente, una niña. Pero tampoco es usted tan pequeña. Ya está bien crecidita. Si fuese una chica no habría podido encerrarse, así no más, conmigo en una pieza. -Por eso no tenemos que preocuparnos. Solamente quería decir: no me sirve de mucho conocerle tan bien; sólo le ahorra a usted el esfuerzo de fingir un poco ante mí. De todos modos, no me venga con cumplidos. Dejemos eso, se lo pido, dejémoslo. Y a esto hay que agregar que no lo conozco en cualquier lugar y siempre, y de ninguna manera en esta oscuridad. Sería mucho mejor que encendiese la luz. No. Mejor no. De todos modos, seguiré teniendo en cuenta que ya me ha amenazado. -¿Cómo? ¿Yo la amenacé? ¡Pero por favor! ¡Estoy tan contento de que por fin esté aquí! Digo "por fin" porque ya es tan tarde. No puedo entender por qué vino tan tarde. Además es posible que por la alegría haya hablado tan incongruentemente, y que usted lo haya interpretado justamente de esa manera. Concedo diez veces que he hablado así. Sí. La amenacé con todo lo que quiera. Una cosa: por el amor de Dios, ¡no discutamos! ¿Pero, cómo pudo creerlo? ¿Cómo pudo ofenderme así? ¿Por qué quiere arruinarme a la fuerza este pequeño momentito de presencia suya aquí? Un extraño sería más complaciente que usted. -Lo creo. Eso no fue ninguna genialidad. Por naturaleza estoy tan cerca de usted cuanto un extraño pueda complacerle. También usted lo sabe. ¿A qué entonces esa tristeza? Diga mejor que está haciendo teatro y me voy al instante. -¿Así? ¿También esto se atreve a decirme? Usted es un poco audaz. ¡En definitiva está en mi pieza! Se frota los dedos como loca en mi pared. ¡Mi pieza, mi pared! Además, lo que dice es ridículo, no sólo insolente. Dice que su naturaleza la fuerza a hablarme de esta forma. Su naturaleza es la mía, y si yo por naturaleza me comporto amablemente con usted, tampoco usted tiene derecho a obrar de otra manera. -¿Es esto amable? -Hablo de antes. -¿Sabe usted cómo seré después? -Nada sé yo. Y me dirigí a la mesa de luz, en la que encendí una vela. Por aquel entonces no tenía en mi pieza luz eléctrica ni gas. Después me senté un rato a la mesa, hasta que también de eso me cansé. Me puse el sobretodo; tomé el sombrero que estaba en el sofá, y de un soplo apagué la vela. Al salir me tropecé con la pata de un sillón. En la escalera me encontré con un inquilino del mismo piso. -¿Ya sale usted otra vez, bandido? -preguntó, descansando sobre sus piernas bien abiertas sobre dos escalones. -¿Qué puedo hacer? -dije-. Acabo de recibir a un fantasma en mi pieza. -Lo dice con el mismo descontento que si hubiese encontrado un pelo en la sopa. -Usted bromea. Pero tenga en cuenta que un fantasma es un fantasma. -Muy cierto: ¿pero cómo, si uno no cree absolutamente en fantasmas? -¡Ajá! ¿Es que piensa usted que yo creo en fantasmas? ¿Pero de qué me sirve este no creer?-Muy simple. Lo que debe hacer es no tener más miedo si un fantasma viene realmente a su pieza.-Sí. Pero es que ése es el miedo secundario. El verdadero miedo es el miedo a la causa de la aparición. Y este miedo permanece, y lo tengo en gran forma dentro de mí. De pura nerviosidad, empecé a registrar todos mis bolsillos. -Ya que no tiene miedo de la aparición como tal, habría debido preguntarle tranquilamente por la causa de su venida. -Evidentemente, usted todavía nunca ha hablado con fantasmas; jamás se puede obtener de ellos una información clara. Eso es un de aquí para allá. Estos fantasmas parecen dudar más que nosotros de su existencia, cosa que por lo demás, dada su fragilidad, no es de extrañar. -Pero yo he oído decir que se les puede seducir.-En ese punto está bien informado. Se puede. ¿Pero quién lo va a hacer? -¿Por qué no? Si es un fantasma femenino, por ejemplo -dijo, y subió otro escalón. -¡Ah, sí...! -dije-, pero aún así no vale la pena. Recapacité.Mi vecino estaba ya tan alto que para verme tenía que agacharse por debajo de una arcada de la escalera. -Pero no obstante -grité-, si usted ahí arriba me quita mi fantasma, rompemos relaciones para siempre. -¡Pero si fue solamente una broma! -dijo, y retiró la cabeza. -Entonces está bien -dije. Y ahora sí que, a decir verdad, podría haber salido tranquilamente a pasear; pero como me sentí tan desolado preferí subir, y me eché a dormir.

martes, 17 de junio de 2008

FAHRENHEIT 5206

Escrito por.... ¡ta,ta, ta, tánnnn!
¡Diay!, porel locario deayómismo.
Publicado en La República, en ene.
del 2006.





"Han pasado muchos años después de encendida la hoguera, el suceso fue sutil, por lo que no se precisa una fecha. Su fuego se ha extendido y se perpetuó en esta tierra, sobre nuestra nación. Socava su cimiento. El humo nos ciega y nos ahoga el alma. A veces lento, pero seguro. . . arde nuestra Democracia.Por nuestra incapacidad para atesorar su valor y verdadero significado, y así sacarle provecho completo, por eso encendimos el fuego. Este es el yerro más grande de nuestra idiosincrasia. Recibimos un precioso legado, pero día a día lo quemamos. . . y en sus cenizas jugamos.Sobran las manos que aticen la hoguera. Conscientes e inconscientes. Cómo es que no ven que hasta para sí mismos y sus descendientes, es incuestionable el gran daño que causan.Costa Rica es la casa de todos y todos somos hermanos. Desamparados y pobres, con éxito y con dinero, de una u otra forma, unos de otros dependemos. Para lograr subsistir con más dignidad y con más calma. Sin tantos asaltos, sin tanta violencia. Sin calles despedazadas. Sin tanta corrupción. Sin tantos accidentes en carreteras ahogadas por el alcohol…Qué dificil situación; porque tanto los ciudadanos comunes, como los políticos, principalmente, muchas veces no vemos, en nuestras conciencias, rastros de dignidad o humanismo. Es que estamos tan mal “programados” que, según escribió un conocido, mío y de tantos más, "en nuestro país muchos ostentan “medallas”, títulos académicos, conocimientos... y nada más".Hay una carencia tan grande de sentido común; de capacidad para el razonamiento y el análisis, de lógica, y nos vamos a pura "memoria". Por eso el humo de esta hoguera se hace más denso aún y nos cuesta tanto ver la luz, y ver que nuestra Democracia se "quema".
Y si alguien ve con claridad, le cae esta retahíla: ¡Rebelde, comunista, sindicalista, Chavista, bochinchero, Fidelista! Y hasta le llaman traidor. . . O fililbustero. ¡Válgame Dios! Si los filibusteros fueron gringos, y unos que otros centroamericanos, incluyendo ticos que, ¡no faltaba más!, con aquellos se apuntaron, con Walker y sus mercenarios. En el exterior nos alaban porque no tenemos ejército, y cada cuatro años votamos “tranquilos”. Si vivieran adentro, se darían cuenta muy pronto -recuerdo a don Constantino- -Láscaris- que por la Democracia solo votamos y nada más. Después del sufragio le damos la espalda. Por eso algunos la irrespetan, y para sacarle provecho le ponen disfraz. Cuando ella quiere lucirse y sin disfraz aparece, la desconocen, o la señalan, ¡y “callejera” la llaman! Así vive nuestra Democracia…… ¡De agresión psicológica nos ha de acusar la “Señora”! Es de hombres y mujeres de valía rescatarla y protegerla. Darle un sitial digno para este nuevo siglo. Debemos aplacar el fuego y devolverle su lustre a ella. ¿Qué hacemos? Vamos a votar de nuevo, y ojala, todos. Que no haya abstencionismo, que sea de un 0%. Pero ahora sí, ¡comprometámonos con ella en un 100%! Qué viva la Democracia, pero no la dejemos sola. Que ya no sea secuestrada y amordazada con retórica y demagogia. Ella es un libro abierto, con sabios consejos y procedimientos para luchar… Ya no podemos más, como inquisidores modernos, lanzarla de nuevo al fuego".
FIN.

sábado, 14 de junio de 2008

DE PUÑALES, SERRUCHOS Y PAÑALES...



¡Demudar la Democracia!...Nuestro deporte favorito. ¡Jugar con ella!...Nuestra mayor afición. ¡Manipularla!...Nuestro mejor trabajo. ¡Abofetearla!...Nuestro ejercicio diario. ¡Hablar de ella!...Nuestro recreo y pasión. ¡Engañarla!...Nuestro placer. ¡Poseerla!...Nuestra incapacidad. ¡Pedirle perdón!...Nuestro destino…¡Algún día!

Bendita Democracia, ¡cómo te ultrajamos!
Ni te amamos, ni te queremos: te utilizamos. Y ante el menor problema, en tus enaguas nos refugiamos.
Perooo... ¡si cada cuatro años por ella votamos!
¡No!... la botamos a diario e indiferentes, que es diferente y lo peor.

¡Puñeta!... ¡Es que somos tan susceptibles!
No podemos hablar claro y de frente, ni dar y recibir crítica constructiva. No sabemos qué hacer con la polémica. Con cualquier cosa nos ofendemos. Al que no piensa igual, lo señalamos como rival, enemigo, o mínimo, nos cayó mal. ¡En conjunto tenemos tan baja autoestima! De ahí tanta susceptibilidad.

Y como no somos abiertos y francos, se nos metió con fuerza la hipocresía. Por ella es que andamos, y nos la arreglamos, con arma blanca en la mano. Aplicamos el serrucho en los pies o damos la puñalada en la espalda, pero de frente, ¡nada!

¡Por Dios! ¡Qué pequeños y flojos somos!
Sí... Y debemos reconocerlo, para poder superarlo, crecer y cambiar. Porque otro punto muy negro, es que nos da pavor o pereza, ver y aceptar la verdad. Por ello, aquí, entre nosotros, la Democracia ha caído en desgracia, ante tanto aspecto malsano de nuestra idiosincrasia.

Todo este embrollo nos impidió moldear un carácter sano y positivo, ¡con gallardía, hidalguía y lucidez! Somos inmaduros, viejos en pañales, de ahí nuestra altivez. Que hace que algunos se sientan muy grandes, porque, para arriba, no vuelven a ver… y cierran su mente prematuramente.

Pues bien:
Del comunismo criticamos el forzar una ruta de acción, con pensamiento de rebaño, sin derecho a dar opinión. Pero, aquí, entre nuestra Democracia, algunos se molestan, porque no tenemos "metido" lo mismo en la cabeza,
¿Diay? ¿No es normal que cada quién defienda su tesis, con libertad? Parece que no. ¡Eso es retórica y demagogia!, dicen por ahí. ¡A caray! Mientras, otros juegan sus cartas debajo de la mesa. ¡Qué tristeza!

Por falta de capacidad para mantener muy digno una posición o para reconocer el error... nos "arrechamos", nos enredamos y nos obnubilamos. O por intentar defender algún planteamiento "doblado".

Por eso somos tercermundistas, no de primera, porque un país es... según sus cabezas piensan.
Somos quisquillosos y manipuladores, como bebitos malcriados, por eso terminamos creando esta democracia, tan singular o de fantasía. También porque en nuestro cielo, "nublado", revolotea, además, "aquel gen" latinoamericano…

En fin… ¡Que viva la libertad de expresión, carajo!.
Pa’ que la entiendan todos de arriba a abajo, pues que’s más mejor hablar sencillo. Con palabras de domingo, a más de uno lo endulzan y lo envuelven, o lo asustan y le apagan el bombillo.


Escrito porayó mismo.
Publicado en La República,
en el 2005.

sábado, 7 de junio de 2008

LA CHOZA DE ASTERIX. DIGO ASTERION...

Escribió esta carajada, un mae quese juntó
con juntas pelis, gachas, fuchis, jodidas;
gueison's: como diría un morado.
Borgesel compa escritor el Dios del trueno...




Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que ho hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, cro, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madra; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.
El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Loas enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprndiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.
Claro que no me faltan distacciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suel, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos.) Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.
No sólo he imaginado eso juegos, también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes, la casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris, he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.
Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensantgriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor, Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redeentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?

El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.
-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.