tag:blogger.com,1999:blog-60991391963856867352024-03-19T04:26:56.933-07:00Pericles está loco, loco...Pericles Perihttp://www.blogger.com/profile/14715236845150235668noreply@blogger.comBlogger33125tag:blogger.com,1999:blog-6099139196385686735.post-46516219989306633722008-10-18T08:43:00.000-07:002008-10-18T11:17:50.269-07:00NOCHES DE "BOHEMIA"...<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiGpMPc0xh0NejaBEjmevPMOg3ogfBhgLmVRmeLPwe17F3eCItBF8lPLD3AxZgXfAO2BFm-OQGEkcjERt-hipYriEI7zmSO_VzK1oC-wQU2cQg5ajeoM0mvyvHUWSTFHxxP-qu0mC86Rv2l/s1600-h/child.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5258521031595668658" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiGpMPc0xh0NejaBEjmevPMOg3ogfBhgLmVRmeLPwe17F3eCItBF8lPLD3AxZgXfAO2BFm-OQGEkcjERt-hipYriEI7zmSO_VzK1oC-wQU2cQg5ajeoM0mvyvHUWSTFHxxP-qu0mC86Rv2l/s400/child.jpg" border="0" /></a> Lues cribí yo, y melo publicaron en El Mercurio, <div align="justify">El Universal y El Mundo... </div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify">La oscuridad se rasga y se tiñe de sangre ante los destellos de las fulminantes explosiones que estremecen a una árida tierra, morada de hombres y mujeres civiles inocentes, y de niños; tan niños como los nuestros, y es desgarrador su sufrimiento.<br /></div><br /><div align="justify">La noche es amarga, extensa, pesada… sostiene toneladas de destrucción.<br /></div><br /><div align="justify">La luna tiembla irritada, el manto de estrellas se retuerce y quiere desmoronarse ante el impacto que causa el fuego despiadado que lanza un gigante arrogante. Y llegó con aliados para compartir el pecado. Dicen agredir por prevención y patriotismo, para defender su suelo que quedó a lo lejos. Y a los cadáveres libran de un dictador.</div><div align="justify"></div><div align="justify">Madres cargadas de angustia, mortificadas y ansiosas toman a sus niñas y niños para protegerlos. Su sustento es “Valium”, según las noticias. El gemido, el grito y el llanto se funden en un coro de horror que aturde y trastorna los sentidos. Atrapados están y tal vez sin salida, entre la incursión sin juicio de una civilización extraña.</div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify">Más extraña, aún, porque se tilda de pacifista y humanitaria, pero llega violenta, instigada por un monstruoso vampiro verde que la domina y la guía a su antojo. Y la lleva a lucirse con creces causando dolor, desaliento… muerte. Tiene licencia para matar… no es terrorismo, su ataque, es un ataque oficial.</div><div align="justify">La codicia desquicia... el olor a una sangre muy negra y espesa, enloquece… No es por accidente que vuela libre el vampiro voraz, figura ávida de esa sangre renegrida que brota a borbollones por allá.<br /></div><br /><div align="justify">Esa civilización invasora y extraña, infunde terror, sin ser terrorista, dijimos, pues además de licencia, posee una conciencia, que le dicta, que su ejército… es un ejército de salvación, ¡y no hay discusión! ¿Ok?“</div><div align="justify"></div><div align="justify">Una noche y muchas más en una milenaria ciudad, podemos llamar a esta historia. </div><div align="justify">Y día tras día hasta hoy se multiplican las muertes, y el Desastre es el rey del lugar. Y la Anarquía, reina. </div><div align="justify">Algunos “creyentes”, en el poniente, ya solicitan otro titular: “Más noches y más días en… en otra ciudad del Medio Oriente”. O podrían solicitarle a Neil Diamond el título de su canción: “Brother love’s traveling salvation show”.</div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify">A propósito de salvadores, los de esta historia, parece que no buscaban defender su suelo que quedo a lo lejos; no buscaban armas, ni terroristas. </div><div align="justify">Por cierto: ¿Y si hubiesen tenido armas los castigados? </div><div align="justify">-¡Dios libre!... en esa zona del orbe tienen el derecho comprado a vivir desarmados. Los invasores, jamás. Por ello es que en armas hasta los dientes están y, ¡con un colmillo!</div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify">En cuanto a terroristas, es extraño, que sabiendo a quien llaman el número uno –dicen-, el mayor sacrificio e inversión de tiempo, esfuerzo y dinero se despliegue, precisamente, donde no está el “caballero”.</div><div align="justify">Y es raro, que de vez en cuando éste aparezca tan fácil y tan cumplido por televisión, asustando y motivando a... ¡qué siga la función!</div><div align="justify">Donde están esos invasores, ahora hay terrorismo; terroristas que quieren ahuyentar a esos "salvadores" que "juegan" con una doble moral, pues hablan de paz, de hermandad y de justicia pero, no es lo que están exportando hacia allá.</div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify">Qué cruel realidad ha creado el hombre.<br /></div><br /><div align="justify">Cuando el legado que deja el poder es el abuso, la prepotencia y las ansias de más poder, la producción de enemigos se suma en potencia.-¡No hay problema! dicen, si económica y militarmente atados están; y además, para ellos está prohibida la proliferación...</div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify">En cuanto a estadísticas y omisiones, ¿cuántos niños habrán muerto o quedado destrozados, a la fecha, en esa árida tierra? </div>Pericles Perihttp://www.blogger.com/profile/14715236845150235668noreply@blogger.com22tag:blogger.com,1999:blog-6099139196385686735.post-62203131122444124192008-07-09T15:30:00.000-07:002008-07-09T15:35:26.675-07:00¡DILES QUE NO ME MATEN!<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg3l7yv2k_Wfo4B9ASADJh0rH2PDHn2J_L8bkL674OMGFFEaDjF1Col6Iwgiwu_owN9iNmtUL3xWI1Xii3Um24w3z6sSy4Kyv2UYwrIPWoFlrXcQr6vkrUWJ6HeFPlXPE5Mj3CfkjeOIRnT/s1600-h/untitledgatazo.bmp"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5221146166719404082" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg3l7yv2k_Wfo4B9ASADJh0rH2PDHn2J_L8bkL674OMGFFEaDjF1Col6Iwgiwu_owN9iNmtUL3xWI1Xii3Um24w3z6sSy4Kyv2UYwrIPWoFlrXcQr6vkrUWJ6HeFPlXPE5Mj3CfkjeOIRnT/s400/untitledgatazo.bmp" border="0" /></a>Juan Rulfo, fuel pendejo, el llorón...<br /><div>[Cuento. Texto completo]<br /><br /></div><br /><div></div><br /><div></div><div align="justify">-¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad.<br />-No puedo. Hay allí un sargento que no quiere oír hablar nada de ti.<br />-Haz que te oiga. Date tus mañas y dile que para sustos ya ha estado bueno. Dile que lo haga por caridad de Dios.<br />-No se trata de sustos. Parece que te van a matar de a de veras. Y yo ya no quiero volver allá.<br />-Anda otra vez. Solamente otra vez, a ver qué consigues.<br />-No. No tengo ganas de eso, yo soy tu hijo. Y si voy mucho con ellos, acabarán por saber quién soy y les dará por afusilarme a mí también. Es mejor dejar las cosas de este tamaño.<br />-Anda, Justino. Diles que tengan tantita lástima de mí. Nomás eso diles.<br />Justino apretó los dientes y movió la cabeza diciendo:<br />-No.<br />Y siguió sacudiendo la cabeza durante mucho rato.<br />Justino se levantó de la pila de piedras en que estaba sentado y caminó hasta la puerta del corral. Luego se dio vuelta para decir:<br />-Voy, pues. Pero si de perdida me afusilan a mí también, ¿quién cuidará de mi mujer y de los hijos?<br />-La Providencia, Justino. Ella se encargará de ellos. Ocúpate de ir allá y ver qué cosas haces por mí. Eso es lo que urge.<br />Lo habían traído de madrugada. Y ahora era ya entrada la mañana y él seguía todavía allí, amarrado a un horcón, esperando. No se podía estar quieto. Había hecho el intento de dormir un rato para apaciguarse, pero el sueño se le había ido. También se le había ido el hambre. No tenía ganas de nada. Sólo de vivir. Ahora que sabía bien a bien que lo iban a matar, le habían entrado unas ganas tan grandes de vivir como sólo las puede sentir un recién resucitado. Quién le iba a decir que volvería aquel asunto tan viejo, tan rancio, tan enterrado como creía que estaba. Aquel asunto de cuando tuvo que matar a don Lupe. No nada más por nomás, como quisieron hacerle ver los de Alima, sino porque tuvo sus razones. Él se acordaba:<br />Don Lupe Terreros, el dueño de la Puerta de Piedra, por más señas su compadre. Al que él, Juvencio Nava, tuvo que matar por eso; por ser el dueño de la Puerta de Piedra y que, siendo también su compadre, le negó el pasto para sus animales.<br />Primero se aguantó por puro compromiso. Pero después, cuando la sequía, en que vio cómo se le morían uno tras otro sus animales hostigados por el hambre y que su compadre don Lupe seguía negándole la yerba de sus potreros, entonces fue cuando se puso a romper la cerca y a arrear la bola de animales flacos hasta las paraneras para que se hartaran de comer. Y eso no le había gustado a don Lupe, que mandó tapar otra vez la cerca para que él, Juvencio Nava, le volviera a abrir otra vez el agujero. Así, de día se tapaba el agujero y de noche se volvía a abrir, mientras el ganado estaba allí, siempre pegado a la cerca, siempre esperando; aquel ganado suyo que antes nomás se vivía oliendo el pasto sin poder probarlo.<br />Y él y don Lupe alegaban y volvían a alegar sin llegar a ponerse de acuerdo. Hasta que una vez don Lupe le dijo:<br />-Mira, Juvencio, otro animal más que metas al potrero y te lo mato.<br />Y él contestó:<br />-Mire, don Lupe, yo no tengo la culpa de que los animales busquen su acomodo. Ellos son inocentes. Ahí se lo haiga si me los mata.<br />"Y me mató un novillo.<br />"Esto pasó hace treinta y cinco años, por marzo, porque ya en abril andaba yo en el monte, corriendo del exhorto. No me valieron ni las diez vacas que le di al juez, ni el embargo de mi casa para pagarle la salida de la cárcel. Todavía después, se pagaron con lo que quedaba nomás por no perseguirme, aunque de todos modos me perseguían. Por eso me vine a vivir junto con mi hijo a este otro terrenito que yo tenía y que se nombra Palo de Venado. Y mi hijo creció y se casó con la nuera Ignacia y tuvo ya ocho hijos. Así que la cosa ya va para viejo, y según eso debería estar olvidada. Pero, según eso, no lo está.<br />"Yo entonces calculé que con unos cien pesos quedaba arreglado todo. El difunto don Lupe era solo, solamente con su mujer y los dos muchachitos todavía de a gatas. Y la viuda pronto murió también dizque de pena. Y a los muchachitos se los llevaron lejos, donde unos parientes. Así que, por parte de ellos, no había que tener miedo.<br />"Pero los demás se atuvieron a que yo andaba exhortado y enjuiciado para asustarme y seguir robándome. Cada vez que llegaba alguien al pueblo me avisaban:<br />"-Por ahí andan unos fureños, Juvencio.<br />"Y yo echaba pal monte, entreverándome entre los madroños y pasándome los días comiendo verdolagas. A veces tenía que salir a la media noche, como si me fueran correteando los perros. Eso duró toda la vida . No fue un año ni dos. Fue toda la vida."<br />Y ahora habían ido por él, cuando no esperaba ya a nadie, confiado en el olvido en que lo tenía la gente; creyendo que al menos sus últimos días los pasaría tranquilos. "Al menos esto -pensó- conseguiré con estar viejo. Me dejarán en paz".<br />Se había dado a esta esperanza por entero. Por eso era que le costaba trabajo imaginar morir así, de repente, a estas alturas de su vida, después de tanto pelear para librarse de la muerte; de haberse pasado su mejor tiempo tirando de un lado para otro arrastrado por los sobresaltos y cuando su cuerpo había acabado por ser un puro pellejo correoso curtido por los malos días en que tuvo que andar escondiéndose de todos.<br />Por si acaso, ¿no había dejado hasta que se le fuera su mujer? Aquel día en que amaneció con la nueva de que su mujer se le había ido, ni siquiera le pasó por la cabeza la intención de salir a buscarla. Dejó que se fuera sin indagar para nada ni con quién ni para dónde, con tal de no bajar al pueblo. Dejó que se le fuera como se le había ido todo lo demás, sin meter las manos. Ya lo único que le quedaba para cuidar era la vida, y ésta la conservaría a como diera lugar. No podía dejar que lo mataran. No podía. Mucho menos ahora.<br />Pero para eso lo habían traído de allá, de Palo de Venado. No necesitaron amarrarlo para que los siguiera. Él anduvo solo, únicamente maniatado por el miedo. Ellos se dieron cuenta de que no podía correr con aquel cuerpo viejo, con aquellas piernas flacas como sicuas secas, acalambradas por el miedo de morir. Porque a eso iba. A morir. Se lo dijeron.<br />Desde entonces lo supo. Comenzó a sentir esa comezón en el estómago que le llegaba de pronto siempre que veía de cerca la muerte y que le sacaba el ansia por los ojos, y que le hinchaba la boca con aquellos buches de agua agria que tenía que tragarse sin querer. Y esa cosa que le hacía los pies pesados mientras su cabeza se le ablandaba y el corazón le pegaba con todas sus fuerzas en las costillas. No, no podía acostumbrarse a la idea de que lo mataran.<br />Tenía que haber alguna esperanza. En algún lugar podría aún quedar alguna esperanza. Tal vez ellos se hubieran equivocado. Quizá buscaban a otro Juvencio Nava y no al Juvencio Nava que era él.<br />Caminó entre aquellos hombres en silencio, con los brazos caídos. La madrugada era oscura, sin estrellas. El viento soplaba despacio, se llevaba la tierra seca y traía más, llena de ese olor como de orines que tiene el polvo de los caminos.<br />Sus ojos, que se habían apenuscado con los años, venían viendo la tierra, aquí, debajo de sus pies, a pesar de la oscuridad. Allí en la tierra estaba toda su vida. Sesenta años de vivir sobre de ella, de encerrarla entre sus manos, de haberla probado como se prueba el sabor de la carne. Se vino largo rato desmenuzándola con los ojos, saboreando cada pedazo como si fuera el último, sabiendo casi que sería el último.<br />Luego, como queriendo decir algo, miraba a los hombres que iban junto a él. Iba a decirles que lo soltaran, que lo dejaran que se fuera: "Yo no le he hecho daño a nadie, muchachos", iba a decirles, pero se quedaba callado. "Más adelantito se los diré", pensaba. Y sólo los veía. Podía hasta imaginar que eran sus amigos; pero no quería hacerlo. No lo eran. No sabía quiénes eran. Los veía a su lado ladeándose y agachándose de vez en cuando para ver por dónde seguía el camino.<br />Los había visto por primera vez al pardear de la tarde, en esa hora desteñida en que todo parece chamuscado. Habían atravesado los surcos pisando la milpa tierna. Y él había bajado a eso: a decirles que allí estaba comenzando a crecer la milpa. Pero ellos no se detuvieron.<br />Los había visto con tiempo. Siempre tuvo la suerte de ver con tiempo todo. Pudo haberse escondido, caminar unas cuantas horas por el cerro mientras ellos se iban y después volver a bajar. Al fin y al cabo la milpa no se lograría de ningún modo. Ya era tiempo de que hubieran venido las aguas y las aguas no aparecían y la milpa comenzaba a marchitarse. No tardaría en estar seca del todo.<br />Así que ni valía la pena de haber bajado; haberse metido entre aquellos hombres como en un agujero, para ya no volver a salir.<br />Y ahora seguía junto a ellos, aguantándose las ganas de decirles que lo soltaran. No les veía la cara; sólo veía los bultos que se repegaban o se separaban de él. De manera que cuando se puso a hablar, no supo si lo habían oído. Dijo:<br />-Yo nunca le he hecho daño a nadie -eso dijo. Pero nada cambió. Ninguno de los bultos pareció darse cuenta. Las caras no se volvieron a verlo. Siguieron igual, como si hubieran venido dormidos.<br />Entonces pensó que no tenía nada más que decir, que tendría que buscar la esperanza en algún otro lado. Dejó caer otra vez los brazos y entró en las primeras casas del pueblo en medio de aquellos cuatro hombres oscurecidos por el color negro de la noche.<br />-Mi coronel, aquí está el hombre.<br />Se habían detenido delante del boquete de la puerta. Él, con el sombrero en la mano, por respeto, esperando ver salir a alguien. Pero sólo salió la voz:<br />-¿Cuál hombre? -preguntaron.<br />-El de Palo de Venado, mi coronel. El que usted nos mandó a traer.<br />-Pregúntale que si ha vivido alguna vez en Alima -volvió a decir la voz de allá adentro.<br />-¡Ey, tú! ¿Que si has habitado en Alima? -repitió la pregunta el sargento que estaba frente a él.<br />-Sí. Dile al coronel que de allá mismo soy. Y que allí he vivido hasta hace poco.<br />-Pregúntale que si conoció a Guadalupe Terreros.<br />-Que dizque si conociste a Guadalupe Terreros.<br />-¿A don Lupe? Sí. Dile que sí lo conocí. Ya murió.<br />Entonces la voz de allá adentro cambió de tono:<br />-Ya sé que murió -dijo-. Y siguió hablando como si platicara con alguien allá, al otro lado de la pared de carrizos:<br />-Guadalupe Terreros era mi padre. Cuando crecí y lo busqué me dijeron que estaba muerto. Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para enraizar está muerta. Con nosotros, eso pasó.<br />"Luego supe que lo habían matado a machetazos, clavándole después una pica de buey en el estómago. Me contaron que duró más de dos días perdido y que, cuando lo encontraron tirado en un arroyo, todavía estaba agonizando y pidiendo el encargo de que le cuidaran a su familia.<br />"Esto, con el tiempo, parece olvidarse. Uno trata de olvidarlo. Lo que no se olvida es llegar a saber que el que hizo aquello está aún vivo, alimentando su alma podrida con la ilusión de la vida eterna. No podría perdonar a ése, aunque no lo conozco; pero el hecho de que se haya puesto en el lugar donde yo sé que está, me da ánimos para acabar con él. No puedo perdonarle que siga viviendo. No debía haber nacido nunca".<br />Desde acá, desde fuera, se oyó bien claro cuando dijo. Después ordenó:<br />-¡Llévenselo y amárrenlo un rato, para que padezca, y luego fusílenlo!<br />-¡Mírame, coronel! -pidió él-. Ya no valgo nada. No tardaré en morirme solito, derrengado de viejo. ¡No me mates...!<br />-¡Llévenselo! -volvió a decir la voz de adentro.<br />-...Ya he pagado, coronel. He pagado muchas veces. Todo me lo quitaron. Me castigaron de muchos modos. Me he pasado cosa de cuarenta años escondido como un apestado, siempre con el pálpito de que en cualquier rato me matarían. No merezco morir así, coronel. Déjame que, al menos, el Señor me perdone. ¡No me mates! ¡Diles que no me maten!.<br />Estaba allí, como si lo hubieran golpeado, sacudiendo su sombrero contra la tierra. Gritando.<br />En seguida la voz de allá adentro dijo:<br />-Amárrenlo y denle algo de beber hasta que se emborrache para que no le duelan los tiros.<br />Ahora, por fin, se había apaciguado. Estaba allí arrinconado al pie del horcón. Había venido su hijo Justino y su hijo Justino se había ido y había vuelto y ahora otra vez venía.<br />Lo echó encima del burro. Lo apretaló bien apretado al aparejo para que no se fuese a caer por el camino. Le metió su cabeza dentro de un costal para que no diera mala impresión. Y luego le hizo pelos al burro y se fueron, arrebiatados, de prisa, para llegar a Palo de Venado todavía con tiempo para arreglar el velorio del difunto.<br />-Tu nuera y los nietos te extrañarán -iba diciéndole-. Te mirarán a la cara y creerán que no eres tú. Se les afigurará que te ha comido el coyote cuando te vean con esa cara tan llena de boquetes por tanto tiro de gracia como te dieron.<br />FIN </div>Pericles Perihttp://www.blogger.com/profile/14715236845150235668noreply@blogger.com83tag:blogger.com,1999:blog-6099139196385686735.post-69448506025246437232008-07-09T08:58:00.000-07:002008-07-09T10:28:23.377-07:00SEGUN MANEJAMOS NOS CONDUCIMOS...<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhmIMb8q1lrYADZ0Jz8V5JO85khriz6_DSOQpL8SUhkVmCKM2lWfAK6lj8NBPYWETvN4Pao0j0wlfoyWtjr_k9fHEf-sbFd4QHal-b5WbCP5LfVYA4nf8nVd41Yut-xOxocVv6x2v6CR4lQ/s1600-h/crash.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5221045451248225490" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhmIMb8q1lrYADZ0Jz8V5JO85khriz6_DSOQpL8SUhkVmCKM2lWfAK6lj8NBPYWETvN4Pao0j0wlfoyWtjr_k9fHEf-sbFd4QHal-b5WbCP5LfVYA4nf8nVd41Yut-xOxocVv6x2v6CR4lQ/s400/crash.jpg" border="0" /></a>Othro queme prestaron.<br /><div align="justify">Publicado en La República y</div><div align="justify">en La Nación.</div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify">Según manejamos nos conducimos. ¡Atropelladamente! Una cosa es fiel reflejo de la otra. Por eso sucede lo que sucede en los diversos ámbitos del país, en el acontecer nacional.<br /><br />Necesitamos una terapia extrema… que nos lleve a que se haga la luz en lo más profundo de nuestras cabezas, y se iluminen. Porque nos urge dar rienda suelta al ¡sentido común!, en todo momento, lugar y circunstancia. Debemos darle rienda suelta, en la forma de conducir nuestra democracia y de manejarnos a través de ella. Según manejamos nuestros vehículos -sin usar bien la cabeza-, igual hemos conducido, por añadidura, nuestras instituciones públicas, nuestros destinos, el país; es lo que se desprende, día tras día, de las diversas noticias, escritas, radiadas, televisadas…<br /><br />Nuestra forma de “avanzar” al volante o a pie refleja cuánto tenemos realmente en nuestro intelecto, y descubre cuánto nos falta para llegar a tener buen juicio y buen razonamiento.<br />Un dictamen, es que el "sentido común" no es muy común en nuestro suelo. De su ausencia se derivan la imprudencia, la irresponsabilidad y el irrespeto. Y como el conocimiento académico no lo es todo, ni el poder económico, el problema igual viaja en “cacharritos” como en últimos modelos.<br /><br /><strong><span style="font-size:130%;">Un ejemplo contundente de ese déficit de Sentido Común</span></strong>, lo representa, el mal uso o el desuso de las luces que tienen los carros para que sus conductores se comuniquen con su derredor; me refiero a las luces de emergencia o de parqueo, pero, sobre todo, a las luces direccionales, pues igual funcionan mal nuestras "luces" racionales, por lo visto en carretera y por lo visto en…<br />La mayoría de las ticas y los ticos no entendemos la lógica de esas lucecitas que antaño no tenían las “carreticas”. Por eso, como un ejemplo, entre una infinidad de ellos: Vemos a una persona llegando de Alajuela a San José por la… por la autopista, sí, General Cañas, por el carril extremo derecho; como esa persona busca el Paseo Colón, ¡arroja su carro contra quien sea para llegar al carril extremo izquierdo!, sin activar la luz direccional para comunicarse y alertar a los demás, y sin fijarse si alguien viene detrás o al lado. Y ya ubicada esta persona, ¡gracias a Dios!, en el carril extremo izquierdo, que es el carril exclusivo para tomar hacia el Paseo Colón, frente a las barbas de don León, muy cortés decide, ahora sí, activar la luz direccional… ¿Para qué?, si ya está ubicada en ese carril ¡exclusivo! para tomar hacia el Paseo Colón, después de habérsele atravesado a más de una docena en el intento. Este es un movimiento irracional que tiene relación con otro que es mortal: el falso adelantamiento.<br /><br />Otra perspectiva es la agresividad con que conducimos. Concluyo que a todo “gato” flaco… se le pegan las pulgas pues, como no nos da para desahogar nuestras frustraciones por la mala conducción de nuestra nación y el mal camino por el que la han llevado muchos políticos, nos desquitamos con quien no la debe. Como debemos explotar porque no somos de palo, ¡perdemos la paz!... Perdemos la paz y nos liamos con el prójimo y, qué pecado, si son otros los deudores.<br />Algunos, con un déficit mayor, "manejan", después de que entre tragos y botellas se les aparece un "genio" inspirador que es la causa de tanto terror y de tanta muerte sin sentido.<br /><br />Definitivo, según nos conducimos, manejamos. Atropelladamente. ¡Debemos hacer un alto en el camino! ¡Es urgente! Encendamos nuestras conciencias, y nuestras luces con éllas, y avancemos con sentido y sensatez en busca de un destino claro, seguro, solidario. </div>Pericles Perihttp://www.blogger.com/profile/14715236845150235668noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-6099139196385686735.post-51669088587610960542008-06-30T14:49:00.000-07:002008-06-30T14:53:44.172-07:00SER INFELIZ...<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhQwdB-KhV_vQdfSPntX5wnuLZV2gpm6mvZ3SQztsyaK4poNdCp8uyBtZnhJjuVNew1JN8nic9HivqEhS1i3ruKA-twV_CE9-Ndoy0DQoC8zC86XAEq4LC_QiIHl64HQFRPcpfZqGatlI6u/s1600-h/foto389.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5217795747656278418" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhQwdB-KhV_vQdfSPntX5wnuLZV2gpm6mvZ3SQztsyaK4poNdCp8uyBtZnhJjuVNew1JN8nic9HivqEhS1i3ruKA-twV_CE9-Ndoy0DQoC8zC86XAEq4LC_QiIHl64HQFRPcpfZqGatlI6u/s400/foto389.jpg" border="0" /></a>Por, nada más y nada menos queee:<br /><div>Franz Kafka, es la ara...<br /></div><br /><div></div><br /><div></div><br /><div></div><div align="justify">Cuando ya eso se había vuelto insoportable -una vez al atardecer, en noviembre-, y yo me deslizaba sobre la estrecha alfombra de mi pieza como en una pista, estremecido por el aspecto de la calle iluminada, me di vuelta otra vez, y en lo hondo de la pieza, en el fondo del espejo, encontré no obstante un nuevo objetivo, y grité, solamente por oír el grito al que nada responde y al que tampoco nada le sustrae la fuerza de grito, que por lo tanto sube sin contrapeso y no puede cesar aunque enmudezca; entonces desde la pared se abrió la puerta hacia afuera así de rápido porque la prisa era, ciertamente, necesaria, e incluso vi los caballos de los coches abajo, en el pavimento, se levantaron como potros que, habiendo expuesto los cuellos al enemigo, se hubiesen enfurecido en la batalla. Cual pequeño fantasma, corrió una niña desde el pasillo completamente oscuro, en el que todavía no alumbraba la lámpara, y se quedó en puntas de pie sobre una tabla del piso, la cual se balanceaba levemente encandilada en seguida por la penumbra de la pieza, quiso ocultar rápidamente la cara entre las manos, pero de repente se calmó al mirar hacia la ventana, ante cuya cruz el vaho de la calle se inmovilizó por fin bajo la oscuridad. Apoyando el codo en la pared de la pieza, se quedó erguida ante la puerta abierta y dejó que la corriente de aire que venía de afuera se moviese a lo largo de las articulaciones de los pies, también del cuello, también de las sienes. Miré un poco en esa dirección, después dije: "buenas tardes", y tomé mi chaqueta de la pantalla de la estufa, porque no quería estarme allí parado, así, a medio vestir. Durante un ratito mantuve la boca abierta para que la excitación me abandonase por la boca. Tenía la saliva pesada; en la cara me temblaban las pestañas. No me faltaba sino justamente esta visita, esperada por cierto. La niña estaba todavía parada contra la pared en el mismo lugar; apretaba la mano derecha contra aquélla, y, con las mejillas encendidas, no le molestaba que la pared pintada de blanco fuese ásperamente granulada y raspase las puntas de sus dedos. Le dije: -¿Es a mí realmente a quien quiere ver? ¿No es una equivocación? Nada más fácil que equivocarse en esta enorme casa. Yo me llamo así y asá; vivo en el tercer piso. ¿Soy entonces yo a quien usted desea visitar? -¡Calma, calma! -dijo la niña por sobre el hombro-; ya todo está bien. -Entonces entre más en la pieza. Yo querría cerrar la puerta.-Acabo justamente de cerrar la puerta. No se moleste. Por sobre todo, tranquilícese. -¡Ni hablar de molestias! Pero en este corredor vive un montón de gente. Naturalmente todos son conocidos míos. La mayoría viene ahora de sus ocupaciones. Si oyen hablar en una pieza creen simplemente tener el derecho de abrir y mirar qué pasa. Ya ocurrió una vez. Esta gente ya ha terminado su trabajo diario; ¿a quién soportarían en su provisoria libertad nocturna? Por lo demás, usted también ya lo sabe. Déjeme cerrar la puerta. -¿Pero qué ocurre? ¿Qué le pasa? Por mí, puede entrar toda la casa. Y le recuerdo; ya he cerrado la puerta; créalo. ¿Solamente usted puede cerrar las puertas?-Está bien, entonces. Más no quiero. De ninguna manera tendría que haber cerrado con la llave. Y ahora, ya que está aquí, póngase cómoda; usted es mi huésped. Tenga plena confianza en mí. Lo único importante es que no tema ponerse a sus anchas. No la obligaré a quedarse ni a irse. ¿Es que hace falta decírselo? ¿Tan mal me conoce? -No. En realidad no tendría que haberlo dicho. Más todavía: no debería haberlo dicho. Soy una niña; ¿por qué molestarse tanto por mí? -¡No es para tanto! Naturalmente, una niña. Pero tampoco es usted tan pequeña. Ya está bien crecidita. Si fuese una chica no habría podido encerrarse, así no más, conmigo en una pieza. -Por eso no tenemos que preocuparnos. Solamente quería decir: no me sirve de mucho conocerle tan bien; sólo le ahorra a usted el esfuerzo de fingir un poco ante mí. De todos modos, no me venga con cumplidos. Dejemos eso, se lo pido, dejémoslo. Y a esto hay que agregar que no lo conozco en cualquier lugar y siempre, y de ninguna manera en esta oscuridad. Sería mucho mejor que encendiese la luz. No. Mejor no. De todos modos, seguiré teniendo en cuenta que ya me ha amenazado. -¿Cómo? ¿Yo la amenacé? ¡Pero por favor! ¡Estoy tan contento de que por fin esté aquí! Digo "por fin" porque ya es tan tarde. No puedo entender por qué vino tan tarde. Además es posible que por la alegría haya hablado tan incongruentemente, y que usted lo haya interpretado justamente de esa manera. Concedo diez veces que he hablado así. Sí. La amenacé con todo lo que quiera. Una cosa: por el amor de Dios, ¡no discutamos! ¿Pero, cómo pudo creerlo? ¿Cómo pudo ofenderme así? ¿Por qué quiere arruinarme a la fuerza este pequeño momentito de presencia suya aquí? Un extraño sería más complaciente que usted. -Lo creo. Eso no fue ninguna genialidad. Por naturaleza estoy tan cerca de usted cuanto un extraño pueda complacerle. También usted lo sabe. ¿A qué entonces esa tristeza? Diga mejor que está haciendo teatro y me voy al instante. -¿Así? ¿También esto se atreve a decirme? Usted es un poco audaz. ¡En definitiva está en mi pieza! Se frota los dedos como loca en mi pared. ¡Mi pieza, mi pared! Además, lo que dice es ridículo, no sólo insolente. Dice que su naturaleza la fuerza a hablarme de esta forma. Su naturaleza es la mía, y si yo por naturaleza me comporto amablemente con usted, tampoco usted tiene derecho a obrar de otra manera. -¿Es esto amable? -Hablo de antes. -¿Sabe usted cómo seré después? -Nada sé yo. Y me dirigí a la mesa de luz, en la que encendí una vela. Por aquel entonces no tenía en mi pieza luz eléctrica ni gas. Después me senté un rato a la mesa, hasta que también de eso me cansé. Me puse el sobretodo; tomé el sombrero que estaba en el sofá, y de un soplo apagué la vela. Al salir me tropecé con la pata de un sillón. En la escalera me encontré con un inquilino del mismo piso. -¿Ya sale usted otra vez, bandido? -preguntó, descansando sobre sus piernas bien abiertas sobre dos escalones. -¿Qué puedo hacer? -dije-. Acabo de recibir a un fantasma en mi pieza. -Lo dice con el mismo descontento que si hubiese encontrado un pelo en la sopa. -Usted bromea. Pero tenga en cuenta que un fantasma es un fantasma. -Muy cierto: ¿pero cómo, si uno no cree absolutamente en fantasmas? -¡Ajá! ¿Es que piensa usted que yo creo en fantasmas? ¿Pero de qué me sirve este no creer?-Muy simple. Lo que debe hacer es no tener más miedo si un fantasma viene realmente a su pieza.-Sí. Pero es que ése es el miedo secundario. El verdadero miedo es el miedo a la causa de la aparición. Y este miedo permanece, y lo tengo en gran forma dentro de mí. De pura nerviosidad, empecé a registrar todos mis bolsillos. -Ya que no tiene miedo de la aparición como tal, habría debido preguntarle tranquilamente por la causa de su venida. -Evidentemente, usted todavía nunca ha hablado con fantasmas; jamás se puede obtener de ellos una información clara. Eso es un de aquí para allá. Estos fantasmas parecen dudar más que nosotros de su existencia, cosa que por lo demás, dada su fragilidad, no es de extrañar. -Pero yo he oído decir que se les puede seducir.-En ese punto está bien informado. Se puede. ¿Pero quién lo va a hacer? -¿Por qué no? Si es un fantasma femenino, por ejemplo -dijo, y subió otro escalón. -¡Ah, sí...! -dije-, pero aún así no vale la pena. Recapacité.Mi vecino estaba ya tan alto que para verme tenía que agacharse por debajo de una arcada de la escalera. -Pero no obstante -grité-, si usted ahí arriba me quita mi fantasma, rompemos relaciones para siempre. -¡Pero si fue solamente una broma! -dijo, y retiró la cabeza. -Entonces está bien -dije. Y ahora sí que, a decir verdad, podría haber salido tranquilamente a pasear; pero como me sentí tan desolado preferí subir, y me eché a dormir. </div>Pericles Perihttp://www.blogger.com/profile/14715236845150235668noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-6099139196385686735.post-26074124289938518472008-06-17T15:24:00.000-07:002008-06-27T13:32:22.791-07:00FAHRENHEIT 5206<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg0DCBcRjg7O4w5M_SfDzo4wt4VDqUuOSq4IgU4_ZHOM60BqSBG7LJTjeZyVa0Wb3HUcs3_0IyB89NQN4MbQfPc9WkLm5ic2i5rNz4AiAZFjZETrceLz-MROpH_B3kY_NDPCCKC3cTFgvwM/s1600-h/fuego.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5212980859726979842" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg0DCBcRjg7O4w5M_SfDzo4wt4VDqUuOSq4IgU4_ZHOM60BqSBG7LJTjeZyVa0Wb3HUcs3_0IyB89NQN4MbQfPc9WkLm5ic2i5rNz4AiAZFjZETrceLz-MROpH_B3kY_NDPCCKC3cTFgvwM/s400/fuego.jpg" border="0" /></a>Escrito por.... ¡ta,ta, ta, tánnnn! <div align="justify">¡Diay!, porel locario deayómismo.</div><div align="justify">Publicado en La República, en ene.</div><div align="justify">del 2006.</div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify"></div><br /><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify">"Han pasado muchos años después de encendida la hoguera, el suceso fue sutil, por lo que no se precisa una fecha. Su fuego se ha extendido y se perpetuó en esta tierra, sobre nuestra nación. Socava su cimiento. El humo nos ciega y nos ahoga el alma. A veces lento, pero seguro. . . arde nuestra Democracia.Por nuestra incapacidad para atesorar su valor y verdadero significado, y así sacarle provecho completo, por eso encendimos el fuego. Este es el yerro más grande de nuestra idiosincrasia. Recibimos un precioso legado, pero día a día lo quemamos. . . y en sus cenizas jugamos.Sobran las manos que aticen la hoguera. Conscientes e inconscientes. Cómo es que no ven que hasta para sí mismos y sus descendientes, es incuestionable el gran daño que causan.Costa Rica es la casa de todos y todos somos hermanos. Desamparados y pobres, con éxito y con dinero, de una u otra forma, unos de otros dependemos. Para lograr subsistir con más dignidad y con más calma. Sin tantos asaltos, sin tanta violencia. Sin calles despedazadas. Sin tanta corrupción. Sin tantos accidentes en carreteras ahogadas por el alcohol…Qué dificil situación; porque tanto los ciudadanos comunes, como los políticos, principalmente, muchas veces no vemos, en nuestras conciencias, rastros de dignidad o humanismo. Es que estamos tan mal “programados” que, según escribió un conocido, mío y de tantos más, "en nuestro país muchos ostentan “medallas”, títulos académicos, conocimientos... y nada más".Hay una carencia tan grande de sentido común; de capacidad para el razonamiento y el análisis, de lógica, y nos vamos a pura "memoria". Por eso el humo de esta hoguera se hace más denso aún y nos cuesta tanto ver la luz, y ver que nuestra Democracia se "quema".<br />Y si alguien ve con claridad, le cae esta retahíla: ¡Rebelde, comunista, sindicalista, Chavista, bochinchero, Fidelista! Y hasta le llaman traidor. . . O fililbustero. ¡Válgame Dios! Si los filibusteros fueron gringos, y unos que otros centroamericanos, incluyendo ticos que, ¡no faltaba más!, con aquellos se apuntaron, con Walker y sus mercenarios. En el exterior nos alaban porque no tenemos ejército, y cada cuatro años votamos “tranquilos”. Si vivieran adentro, se darían cuenta muy pronto -recuerdo a don Constantino- -Láscaris- que por la Democracia solo votamos y nada más. Después del sufragio le damos la espalda. Por eso algunos la irrespetan, y para sacarle provecho le ponen disfraz. Cuando ella quiere lucirse y sin disfraz aparece, la desconocen, o la señalan, ¡y “callejera” la llaman! Así vive nuestra Democracia…… ¡De agresión psicológica nos ha de acusar la “Señora”! Es de hombres y mujeres de valía rescatarla y protegerla. Darle un sitial digno para este nuevo siglo. Debemos aplacar el fuego y devolverle su lustre a ella. ¿Qué hacemos? Vamos a votar de nuevo, y ojala, todos. Que no haya abstencionismo, que sea de un 0%. Pero ahora sí, ¡comprometámonos con ella en un 100%! Qué viva la Democracia, pero no la dejemos sola. Que ya no sea secuestrada y amordazada con retórica y demagogia. Ella es un libro abierto, con sabios consejos y procedimientos para luchar… Ya no podemos más, como inquisidores modernos, lanzarla de nuevo al fuego".<br />FIN. </div>Pericles Perihttp://www.blogger.com/profile/14715236845150235668noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-6099139196385686735.post-31402563695893877762008-06-14T13:05:00.000-07:002008-06-16T15:33:09.872-07:00DE PUÑALES, SERRUCHOS Y PAÑALES...<div align="justify"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj85PexZzX7fkBoxYmB3ZfoY8K0r-5fBQ078C6hNyfrhSR_KNnA6nT6LwTXNKCus4rXmmfXWLk-LJ4OdqMC6ALzmB7D2ERiYcpaVAyTdq5Kf5qNXni2HzYyXVjMPnORL8lafNlFKWedvPvC/s1600-h/asesinos.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5211831590378570802" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj85PexZzX7fkBoxYmB3ZfoY8K0r-5fBQ078C6hNyfrhSR_KNnA6nT6LwTXNKCus4rXmmfXWLk-LJ4OdqMC6ALzmB7D2ERiYcpaVAyTdq5Kf5qNXni2HzYyXVjMPnORL8lafNlFKWedvPvC/s400/asesinos.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify"></div><div align="justify">¡Demudar la Democracia!...Nuestro deporte favorito. ¡Jugar con ella!...Nuestra mayor afición. ¡Manipularla!...Nuestro mejor trabajo. ¡Abofetearla!...Nuestro ejercicio diario. ¡Hablar de ella!...Nuestro recreo y pasión. ¡Engañarla!...Nuestro placer. ¡Poseerla!...Nuestra incapacidad. ¡Pedirle perdón!...Nuestro destino…¡Algún día!<br /><br />Bendita Democracia, ¡cómo te ultrajamos!<br />Ni te amamos, ni te queremos: te utilizamos. Y ante el menor problema, en tus enaguas nos refugiamos.<br />Perooo... ¡si cada cuatro años por ella votamos!<br />¡No!... la botamos a diario e indiferentes, que es diferente y lo peor.<br /><br />¡Puñeta!... ¡Es que somos tan susceptibles!<br />No podemos hablar claro y de frente, ni dar y recibir crítica constructiva. No sabemos qué hacer con la polémica. Con cualquier cosa nos ofendemos. Al que no piensa igual, lo señalamos como rival, enemigo, o mínimo, nos cayó mal. ¡En conjunto tenemos tan baja autoestima! De ahí tanta susceptibilidad.<br /><br />Y como no somos abiertos y francos, se nos metió con fuerza la hipocresía. Por ella es que andamos, y nos la arreglamos, con arma blanca en la mano. <em>Aplicamos el serrucho en los pies o</em> <em>damos la puñalada en la espalda</em>, pero de frente, ¡nada!<br /><br />¡Por Dios! ¡Qué pequeños y flojos somos!<br />Sí... Y debemos reconocerlo, para poder superarlo, crecer y cambiar. Porque otro punto muy negro, es que nos da pavor o pereza, ver y aceptar la verdad. Por ello, aquí, entre nosotros, la Democracia ha caído en desgracia, ante tanto aspecto malsano de nuestra idiosincrasia.<br /><br />Todo este embrollo nos impidió moldear un carácter sano y positivo, ¡con gallardía, hidalguía y lucidez! <em>Somos inmaduros, viejos en pañales, de ahí nuestra altivez</em>. Que hace que algunos se sientan muy grandes, porque, para arriba, no vuelven a ver… y cierran su mente prematuramente.<br /><br />Pues bien:<br />Del comunismo criticamos el forzar una ruta de acción, con pensamiento de rebaño, sin derecho a dar opinión. Pero, aquí, entre nuestra Democracia, algunos se molestan, porque no tenemos "metido" lo mismo en la cabeza,<br />¿Diay? ¿No es normal que cada quién defienda su tesis, con libertad? Parece que no. ¡Eso es retórica y demagogia!, dicen por ahí. ¡A caray! Mientras, otros juegan sus cartas debajo de la mesa. ¡Qué tristeza!<br /><br />Por falta de capacidad para mantener muy digno una posición o para reconocer el error... nos "arrechamos", nos enredamos y nos obnubilamos. O por intentar defender algún planteamiento "doblado".<br /><br />Por eso somos tercermundistas, no de primera, porque un país es... según sus cabezas piensan.<br />Somos quisquillosos y manipuladores, como bebitos malcriados, por eso terminamos creando esta democracia, tan singular o de fantasía. También porque en nuestro cielo, "nublado", revolotea, además, "aquel gen" latinoamericano…<br /><br />En fin… ¡Que viva la libertad de expresión, carajo!.<br />Pa’ que la entiendan todos de arriba a abajo, pues que’s más mejor hablar sencillo. Con palabras de domingo, a más de uno lo endulzan y lo envuelven, o lo asustan y le apagan el bombillo.<br /></div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify"></div><div align="justify">Escrito porayó mismo.</div><div align="justify">Publicado en La República, </div><div align="justify">en el 2005. </div></div>Pericles Perihttp://www.blogger.com/profile/14715236845150235668noreply@blogger.com20tag:blogger.com,1999:blog-6099139196385686735.post-22067604923310676632008-06-07T14:44:00.000-07:002008-06-07T16:29:19.229-07:00LA CHOZA DE ASTERIX. DIGO ASTERION...<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjDDPEy-XrrlAApan9g_JjZ4fX1l4Ls3BZJFlf0A4xjWJ9Jelh7obbrup5rvISChb8WwkTq98zIXcizRyd6AQBYpCwDRgIC8txmof3rrvk8XNkkdsAjU1MfxPH1GlrmsS53GWsWPaiHHBK5/s1600-h/jorge-luis-borges[1].JPG"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5209260412753012610" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjDDPEy-XrrlAApan9g_JjZ4fX1l4Ls3BZJFlf0A4xjWJ9Jelh7obbrup5rvISChb8WwkTq98zIXcizRyd6AQBYpCwDRgIC8txmof3rrvk8XNkkdsAjU1MfxPH1GlrmsS53GWsWPaiHHBK5/s400/jorge-luis-borges%5B1%5D.JPG" border="0" /></a>Escribió esta carajada, un mae quese juntó<br /><div align="justify">con juntas pelis, gachas, fuchis, jodidas; </div><div align="justify">gueison's: como diría un morado.</div><div align="justify">Borgesel compa escritor el Dios del trueno...</div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify">Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que ho hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, cro, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madra; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.<br />El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Loas enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprndiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.<br />Claro que no me faltan distacciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suel, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos.) Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.<br />No sólo he imaginado eso juegos, también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes, la casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris, he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.<br />Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensantgriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor, Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redeentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?<br /><br />El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.<br />-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió. </div>Pericles Perihttp://www.blogger.com/profile/14715236845150235668noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-6099139196385686735.post-21016286655689187102008-05-30T10:36:00.000-07:002008-05-30T10:42:29.765-07:00¡LA MUERTE!<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgPgSUHQSyhQvSnvLlyjH7O2XV25gU2oj4TTpiNnd5fwgNq4rsKHpFM5lOnNqIOipnFlhyLCLQrT27OfWxl2uXlOs9B-lzZhDxZqhIPunS1X5BF9F87l2N3k_rbXV0a3ellbWIhvZUgsmGQ/s1600-h/Luz.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5206227275511071922" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgPgSUHQSyhQvSnvLlyjH7O2XV25gU2oj4TTpiNnd5fwgNq4rsKHpFM5lOnNqIOipnFlhyLCLQrT27OfWxl2uXlOs9B-lzZhDxZqhIPunS1X5BF9F87l2N3k_rbXV0a3ellbWIhvZUgsmGQ/s400/Luz.jpg" border="0" /></a> Lo escribió Thomas Mann, mientras vivía...<br /><br /><div></div><br /><div></div><br /><div></div><br /><div></div><div align="justify">10 de septiembre<br />Por fin ha llegado el otoño; el verano no retornará. Jamás volveré a verlo...<br />El mar está gris y tranquilo, y cae una lluvia fina, triste. Cuando lo vi esta mañana, me despedí del verano y saludé al otoño, al número cuarenta de mis otoños, que al fin ha llegado, inexorable. E inexorablemente traerá consigo aquel día, cuya fecha a veces recito en voz baja, con una sensación de recogimiento y terror íntimo...<br />12 de septiembre<br />He salido a pasear un poco con la pequeña Asunción. Es una buena compañera, que calla y a veces me mira alzando hacia mí sus ojos grandes y llenos de cariño.<br />Hemos ido por el camino de la playa hacia Kronshafen, pero dimos la vuelta a tiempo, antes de habernos encontrado a más de una o dos personas.<br />Mientras volvíamos me alegró ver el aspecto de mi casa. ¡Qué bien la había escogido! Desde una colina, cuya hierba se hallaba ahora muerta y húmeda, miraba el mar de color gris. Sencilla y gris es también la casa. Junto a la parte posterior pasa la carretera, y detrás hay campos. Pero yo no me fijo en eso; miro sólo el mar.<br />15 de septiembre<br />Esa casa solitaria sobre la colina cercana al mar y bajo el cielo gris es como una leyenda sombría, misteriosa, y así es como quiero que sea en mi último otoño. Pero esta tarde, cuando estaba sentado ante la ventana de mi estudio, se presentó un coche que traía provisiones; el viejo Franz ayudaba a descargar, y hubo ruidos y voces diversas. No puedo explicar hasta qué punto me molestó esto. Temblaba de disgusto, y ordené que tal cosa se hiciera por la mañana, cuando yo duermo. El viejo Franz dijo sólo: "Como usted disponga, señor Conde", pero me miró con sus ojos irritados, expresando temor y duda.<br />¿Cómo podría comprenderme? Él no lo sabe. No quiero que la vulgaridad y el aburrimiento manchen mis últimos días. Tengo miedo de que la muerte pueda tener algo aburguesado y ordinario. Debe estar a mi alrededor arcana y extraña, en aquel día grande, solemne, misterioso, del doce de octubre...<br />18 de septiembre<br />Durante los últimos días no he salido, sino que he pasado la mayor parte del tiempo sobre el diván. No pude leer mucho, porque al hacerlo todos mis nervios me atormentaban. Me he limitado a tenderme y a mirar la lluvia que caía, lenta e incansable.<br />Asunción ha venido a menudo, y una vez me trajo flores, unas plantas escuálidas y mojadas que encontró en la playa; cuando besó a la niña para darle las gracias, lloró porque yo estaba "enfermo". ¡Qué impresión indeciblemente dolorosa me produjo su cariño melancólico!<br />21 de septiembre<br />He estado mucho tiempo sentado ante la ventana del estudio, con Asunción sobre mis rodillas. Hemos mirado el mar, gris e inmenso, y detrás de nosotros en la gran habitación de puerta alta y blanca y rígidos muebles reinaba un gran silencio. Y mientras acariciaba lentamente el suave cabello de la criatura, negro y liso, que cae sobre sus hombros, recordé mi vida abigarrada y variada; recordé mi juventud, tranquila y protegida, mis vagabundeos por el mundo y la breve y luminosa época de mi felicidad. ¿Te acuerdas de aquella criatura encantadora y de ardiente cariño, bajo el cielo de terciopelo de Lisboa? Hace doce que te hizo el regalo de la niña y murió, ciñendo tu cuello con su delgado brazo.<br />La pequeña Asunción tiene los ojos negros de su madre; sólo que más cansados y pensativos. Pero sobre todo tiene su misma boca, esa boca tan infinitamente blanda y al mismo tiempo algo amarga, que es más bella cuando guarda silencio y se limita a sonreír muy levemente.<br />¡Mi pequeña Asunción!, si supieras que habré de abandonarte. ¿Llorabas porque me creías "enfermo"? ¡Ah! ¿Qué tiene que ver eso? ¿Qué tiene que ver eso con el de octubre...?<br />23 de septiembre<br />Los días en que puedo pensar y perderme en recuerdos son raros. Cuántos años hace ya que sólo puedo pensar hacia delante, esperando sólo este día grande y estremecedor, el doce de octubre del año cuadragésimo de mi vida.<br />¿Cómo será? ¿Cómo será? No tengo miedo, pero me parece que se acerca con una lentitud torturante, ese doce octubre.<br />27 de septiembre<br />El viejo doctor Gudehus vino de Kronshafen; llegó en coche por la carretera y almorzó con la pequeña Asunción y conmigo.<br />-Es necesario -dijo, mientras se comía medio pollo- que haga usted ejercicio, señor Conde, mucho ejercicio al aire libre. ¡Nada de leer! ¡Nada de cavilar! Me temo que es usted un filósofo, ¡je, je!<br />Me encogí de hombros y le agradecí cordialmente sus esfuerzos. También dio consejos referentes a la pequeña Asunción, contemplándola con su sonrisa un poco forzada y confusa. Ha tenido que aumentar mi dosis de bromuro; quizás ahora podré dormir un poco mejor.<br />30 de septiembre<br />-¡El último día de septiembre! Ya falta menos, ya falta menos. Son las tres de la tarde, y he calculado cuántos minutos faltan aún hasta el comienzo del doce de octubre. Son 8,460.<br />No he podido dormir esta noche, porque se ha levantado el viento, y se oye el rumor del mar y de la lluvia. Me he quedado echado, dejando pasar el tiempo. ¿Pensar, cavilar? ¡Ah, no! El doctor Gudehus me toma por un filósofo, pero mi cabeza está muy débil y sólo puedo pensar: ¡La muerte! ¡La muerte!<br />2 de octubre<br />Estoy profundamente conmovido, y en mi emoción hay una sensación de triunfo. A veces, cuando lo pensaba y me miraba con duda y temor, me daba cuenta de que me tomaban por loco, y me examinaba a mí mismo con desconfianza. ¡Ah, no! No estoy loco.<br />Leí hoy la historia de aquel emperador Federico, al que profetizaran que moriría sub flore. Por eso evitaba las ciudades de Florencia y Florentinum, pero en cierta ocasión fue a parar en Florentinum, y murió. ¿Por qué murió?<br />Una profecía, en sí, no tiene importancia; depende de si consigue apoderarse de ti. Mas si lo consigue, queda demostrada y por lo tanto se cumplirá. ¿Cómo? ¿Y por qué una profecía que nace de mí mismo y se fortalece, no ha de ser tan válida como la que proviene de fuera? ¿Y acaso el conocimiento firme del momento en que se ha de morir, no es tan dudoso como el del lugar?<br />¡Existe una unión constante entre el hombre y la muerte! Con tu voluntad y tu convencimiento, puedes adherirte a su esfera, puedes llamarla para que se acerque a ti en la hora que tú creas...<br />3 de octubre<br />Muchas veces, cuando mis pensamientos se extienden ante mí como unas aguas grisáceas, que me parecen infinitas porque están veladas por la niebla, veo algo así como las relaciones de las cosas, y creo reconocer la insignificancia de los conceptos.<br />¿Qué es el suicidio? ¿Una muerte voluntaria? Nadie muere involuntariamente. El abandonar la vida y entregarse a la muerte ocurre siempre por debilidad, y la debilidad es siempre la consecuencia de una enfermedad del cuerpo o del espíritu, o de ambos a la vez. No se muere antes de haberse uno conformado con la idea...<br />¿Estoy conforme yo? Así lo creo, pues me parece que podría volverme loco si no muriera el doce de octubre...<br />5 de octubre<br />Pienso continuamente en ello, y me ocupa completamente. Reflexiono sobre cuándo y cómo tuve esta seguridad, y no me veo capaz de decirlo. A los diecinueve o veinte años ya sabía que moriría cuando tuviera cuarenta, y alguna vez que me pregunté con insistencia en qué día tendría lugar, supe también el día.<br />Y ahora este día se ha acercado tanto, tan cerca, que me parece sentir el aliento frío de la muerte.<br />7 de octubre<br />El viento se ha hecho más intenso, el mar ruge y la lluvia tamborilea sobre el tejado. Durante la noche no he dormido, sino que he salido a la playa con mi impermeable y me he sentado sobre una piedra.<br />Detrás de mí, en la oscuridad y la lluvia, estaba la colina con la casa gris, en la que dormía la pequeña Asunción, mi pequeña Asunción. Y ante mí, el mar empujaba su turbia espuma delante de mis pies.<br />Miré durante toda la noche, y me pareció que así debía ser la muerte o el más allá de la muerte: enfrente y fuera una oscuridad infinita, llena de un sordo fragor. ¿Sobreviviría allí una idea, un algo de mí, para escuchar eternamente el incomprensible ruido?<br />8 de octubre<br />He de dar gracias a la muerte cuando llegue, pues todo se habrá cumplido tan pronto como llegue el momento en que yo ya no pueda seguir esperando. Tres breves días de otoño todavía, y ocurrirá. ¡Cómo espero el último momento, el último de verdad! ¿No será un momento de éxtasis y de indecible dulzura? ¿Un momento de placer máximo?<br />Tres breves días de otoño aún, y la muerte entrará en mi habitación... ¿Cómo se conducirá? ¿Me tratará como a un gusano? ¿Me agarrará por la garganta para ahogarme? ¿O penetrará con su mano mi cerebro? Me la imagino grande y hermosa y de una salvaje majestad.<br />9 de octubre<br />Le dije a Asunción, cuando estaba sobre mis rodillas: "¿Qué pasaría si me marchara pronto de tu lado, de algún modo? ¿Estarías muy triste?" Ella apoyó su cabecita en mi pecho y lloró amargamente. Mi garganta está estrangulada de dolor.<br />Por lo demás, tengo fiebre. Mi cabeza arde, y tiemblo de frío.<br />10 de octubre<br />¡Esta noche estuvo aquí, esta noche! No la vi, ni la oí, pero a pesar de eso hablé con ella. Es ridículo, pero se comportó como un dentista: "Es mejor que acabemos pronto", dijo. Pero yo no quise y me defendí; la eché con unas breves palabras.<br />"¡Es mejor que acabemos pronto!" ¡Cómo sonaban esas palabras! Me sentí traspasado. ¡Qué cosa más indiferente, aburrida, burguesa! Nunca he conocido un sentimiento tan frío y sardónico de decepción.<br />11 de octubre (a las 11 de la noche)<br />¿Lo comprendo? ¡Oh! ¡Créanme, lo comprendo!<br />Hace una hora y media estaba yo en mi habitación y entró el viejo Franz; temblaba y sollozaba.<br />-¡La señorita -exclamó-. ¡La niña! ¡Por favor, venga en seguida!<br />Y yo fui en seguida. No lloré, y sólo me sacudió un frío estremecimiento. Ella estaba en su camita, y su cabello negro enmarcaba su pequeño rostro, pálido y doloroso. Me arrodillé junto a ella y no pensé nada ni hice nada. Llegó el doctor Gudehus.<br />-Ha sido un ataque cardíaco -dijo, moviendo la cabeza como uno que no está sorprendido. ¡Ese loco rústico hacía como si de veras hubiera sabido algo!<br />Pero yo, ¿he comprendido? ¡Oh!, cuando estuve solo con ella -afuera rumoreaban la lluvia y el mar, y el viento gemía en la chimenea-, di un golpe en la mesa, tan clara me iluminó la verdad un instante. Durante veinte años he llamado la muerte al día que comenzará dentro de una hora, y en mí, muy profundamente, había algo que siempre supo que no podría abandonar a esta niña. ¡No hubiera podido morir después de esta medianoche; sin embargo, así debía ocurrir! Yo hubiera vuelto a rechazarla cuando se hubiera presentado: pero ella se dirigió antes a la niña, porque tenía que obedecer a lo que yo sabía y creía. ¿He sido yo mismo quien ha llamado la muerte a tu camita, te he matado yo, mi pequeña Asunción? ¡Ah, las palabras son burdas y míseras para hablar de cosas tan delicadas, misteriosas!<br />¡Adiós, adiós! Quizá yo encuentre allí afuera una idea, un algo de ti. Pues mira: la manecilla del reloj avanza, y la lámpara que ilumina tu dulce carita no tardará en apagarse. Mantengo tu mano, pequeña y fría, y espero. Pronto se acercará ella a mí, y yo no haré más que asentir con la cabeza y cerrar los ojos, cuando la oiga decir:<br />-Es mejor que acabemos pronto...<br />FIN </div>Pericles Perihttp://www.blogger.com/profile/14715236845150235668noreply@blogger.com11tag:blogger.com,1999:blog-6099139196385686735.post-46973841606983828372008-05-10T13:38:00.000-07:002008-05-10T13:47:14.732-07:00LA MADRE -¡Guauuu!- DEL MONSTRUO<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg1GK2a0pO8jLbEkZGUI74FLgehjnlVjB_XRBydX_WCVDHluwjsaBIf9oWpA3BlTqB4VnxCMcE5FtguQpuRn2HYb5RUrhORApmZc76cfH_zJsm9axyPKZHAvm8_S7KUoD5VevqAgK24e7Bj/s1600-h/ford17800x600081507051443.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5198851776954635730" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg1GK2a0pO8jLbEkZGUI74FLgehjnlVjB_XRBydX_WCVDHluwjsaBIf9oWpA3BlTqB4VnxCMcE5FtguQpuRn2HYb5RUrhORApmZc76cfH_zJsm9axyPKZHAvm8_S7KUoD5VevqAgK24e7Bj/s400/ford17800x600081507051443.jpg" border="0" /></a> Sí, sí, esta es la madre del monstruo.<br />El monstruo esel carajillo, no la mama.<br /><br />Tá vara juescrita por Máximo, o Mínimo, Gorki. Dependede qué tanto les cuadrel<br />cuento éste, pa' que sea Máximo o Mínimo. Cuestión de gusto, sin volver a versss<br />ala madre... ¡Gulp!...<br /><br /><br /><br /><br /><br /><div align="justify">Día tórrido. Silencio. La vida está como cristalizada en un luminoso remanso. El cielo contempla a la tierra con mirada límpida y azul por la pupila resplandeciente del sol.<br />El mar se diría forjado en metal liso y azuloso. En su inmovilidad, las barcas policromas de los pescadores parecen soldadas al hemiciclo tan esplendoroso como el cielo... Moviendo apenas las alas, pasa una gaviota, y en el agua palpita otra más blanca y más bella que la que hiende al aire.<br />El horizonte aparece confuso. Entre la bruma, se vislumbra un islote violáceo, del que no se sabe si flota dulcemente o si se derrite bajo el calor. Es una roca solitaria en medio del mar, espléndida gema del collar que forma la bahía de Nápoles.<br />El pétreo islote, erizado de cresta y aristas, va descendiendo hasta el agua. Su aspecto es imponente, y tiene la cima coronada por la marca verdeoscura de un viñedo, de los naranjos, de los limoneros y de las higueras, y por las menudas hojas de color de plata oxidada de los olivos. Entre este torrente de verdor que se desborda hacia el mar sonríen unas flores blancas, áureas y rojas, y los frutos anaranjados y amarillos hacen pensar en las noches sin luna y de firmamento sombrío.<br />El silencio reina en el cielo, en el mar y en el alma.<br />Entre los jardines serpentea un angosto sendero, por el que una mujer se dirige hacia la orilla. Es alta. Su vestido negro y remendado está descolorido por el uso. Su pelo brillante forma como una diadema de ricitos sobre la frente y las sienes, y es tan encrespado que no es posible alisarlo. De su rostro enjuto impresiona la mezcla de rudeza y austeridad. Hay en estas facciones algo profundamente arcaico; al tropezar con la mirada fija y sombría de sus ojos, se piensa sin querer en los ardientes orientales, en Débora y en Judit.<br />Anda con la cabeza agachada, haciendo calceta; el acero de las agujas brilla entre sus dedos. El ovillo de lana está oculto en una de sus faltriqueras, pero se diría que el hilo rojo sale de su pecho. El camino es sinuoso y los pedruscos crujen y resbalan a su paso. Sin embargo, la vieja sigue bajando con la misma seguridad que si sus pies viesen el sendero.<br />He aquí la historia de esta mujer.<br />Poco después de su matrimonio con un pescador, su marido salió un día a la faena y no regresó. La mujer estaba grávida.<br />Apenas nació el niño, ella procuró mantenerlo siempre oculto de la gente. Nunca la vieron con él en la calle, al sol, para glorificarse con su hijo, como suelen hacer todas las madres; antes al contrario, lo tenía envuelto en harapos, en un rincón de su choza.<br />Durante mucho tiempo ningún vecino pudo ver del niño más que la cabezota y los inmensos ojos inmóviles en la cara amarillenta. Advirtieron asimismo que la madre, que antaño había luchado a brazo partido contra la miseria, llena de alegría, infatigablemente, que sabía comunicar valor a los demás, se mostraba ahora taciturna y parecía estar siempre meditando, con el ceño fruncido, como si contemplase el mundo a través de un velo de dolor, con mirada extraña e interrogadora.<br />Sin embargo, no pasó mucho tiempo sin que todos se enterasen de su desgracia. El niño había nacido contrahecho, y esa era la causa de la pesadumbre de la madre y el motivo de que lo ocultase de la gente.<br />Entonces los vecinos, condolidos, le dijeron que comprendían el dolor de una madre que da a luz a un hijo anormal, pero que nadie, salvo la Madona, sabía si aquella prueba era un castigo, y que el niño, de todos modos, no debía ser privado de la luz del sol.<br />Ella prestaba oídos a la gente y les mostraba a su hijo. Tenía éste unas piernas y unos bracitos en extremo cortos, como aletas de pez; la cabeza, hinchada como una bola, se sostenía a duras penas sobre el cuello delgaducho y endeble; el rostro estaba todo surcado de arrugas; tenía los ojos turbios y la boca hendida por una sonrisa inexpresiva.<br />Al mirarlo, las mujeres lloraban y los hombre se retiraban mohínos, con una mueca de desdén. La madre del monstruo se sentaba en el suelo, y ora bajaba la cabeza, ora la levantaba y miraba a todos, como preguntando algo que nadie podía comprender.<br />Los vecinos construyeron para el engendro una caja semejante a un ataúd; lo llenaron de vellones de lana, colocaron en ella al pequeño monstruo y los pusieron en un rincón del patio. Tenían la esperanza de que el sol, hacedor de milagros, haría uno más.<br />Pero fue transcurriendo el tiempo y el monstruo seguía siéndolo: una cabezota enorme, un largo tronco y unos atrofiados muñones. Únicamente su sonrisa iba adquiriendo una expresión más y más definida de insaciable glotonería. En la boca surgieron dos hileras de agudos dientes, y los cortos y deformes brazos se adiestraron en coger los trozos de pan y llevarlos, sin equivocarse nunca, a la ávida bocaza.<br />Era mudo, pero cuando alguien comía cerca o cuando olía alimento, abría el hocico y empezaba a dar unos mugidos roncos y a menear como un loco la cabezota, mientras el blanco mate de los ojos se le cubría de venillas sanguinolentas.<br />Comía mucho, cada día más; su mugido se hizo persistente. La madre trabajaba sin cesar, pero su ganancia era exigua y a veces nula. No se quejaba de su suerte, y si aceptaba alguna ayuda, era de mala gana y sin despegar los labios. Cuando estaba fuera, los vecinos, cansados del constante mugir del monstruo, corrían a meterle en la boca mendrugos, frutas, legumbres y cuanto comestible tenían a mano.<br />-¡Te va a comer viva! -decían a la madre-. ¿Por qué no lo llevas a un asilo?<br />-No quiero oír hablar de eso -contestaba la pobre mujer-. Soy su madre. Yo lo traje al mundo y yo he de ganar el sustento para él.<br />Como aún era hermosa, más de uno quiso hacerse amar por la desdichada, pero no obtuvo el menor éxito. A uno, precisamente a aquel hacia quien se sentía más inclinada, le dijo un día:<br />-No puedo ser tu esposa. Tengo miedo de engendrar otro monstruo. Tú mismo te avergonzarías. ¡No, vete!<br />El hombre insistió, recordándole que la Madona hacía justicia a las madres y las consideraba como hermanas suyas. Pero ella exclamó:<br />-¡Ay! No sé de qué puedo ser culpable, pero se me castiga con crueldad.<br />El pretendiente suplicó, lloró, se enfureció; pero la mujer no cedió.<br />-Me da miedo -decía-. He perdido la fe en mi destino...<br />El hombre se marchó muy lejos, y no regresó nunca.<br />Durante muchos años, la pobre madre estuvo llenando aquella boca sin fondo que engullía sin cesar. El monstruo comía todo el fruto del trabajo materno, la sangre, la vida de la desgraciada mujer. La cabeza, cada vez más desarrollada, era horrible. Semejaba un globo a punto de desprenderse del atrofiado cuello para elevarse por el aire, tras haber topado contra las esquinas de las casas.<br />Todos los que pasaban por la calle y miraban hacia el patio, se detenían estupefactos, estremecidos, sin atinar a comprender qué era aquello. La caja estaba adosada a un muro por el que se enredaba una parra, y de su interior surgía la cabeza del monstruo.<br />El amarillento rostro estaba surcado de arrugas; los pómulos eran salientes; los ojos mates, desencajados, casi salían de las órbitas.<br />Aquella horrenda imagen se quedaba fija largo tiempo en la memoria. La gran nariz, achatada, vibraba y se estremecía; los labios, al moverse, dejaban al descubierto unos dientes carniceros, y a cada lado del globo surgían dos desmesuradas orejas que parecían tener vida propia e independiente... Aquel horripilante mascarón estaba rematado por un manojo de pelos negros y rizados como los de un africano.<br />Casi siempre se le veía con un pedazo de cualquier cosa comestible en la mano diminuta y breve como la patita de una lagartija.<br />Entonces inclinaba la cabeza y mascaba con gran ruido, sorbiéndose los mocos, y los ojos se le movían hasta fundirse en una mancha turbia y sin fondo sobre la pálida faz, cuyas contracciones semejaban las de la agonía. Cuando tenía hambre, alargaba el cuello y abría la boca enrojecida, de la que salía una delgada lengua de víbora para mugir con acento imperativo.<br />La gente se marchaba santiguándose y musitando una oración.<br />Aquello les recordaba todos los dolores y desgracias que les había deparado la vida.<br />Un herrero, hombre viejo y de carácter melancólico, repetía a menudo:<br />-Cuando veo esa bocaza que se lo traga todo, se me ocurre que mi fuerza ha sido también devorada por algo, no sé qué, pero que se le parece mucho. Y pienso que todos nosotros vivimos y morimos para mantener parásitos.<br />Aquella cara enmudecida suscitaba en todas las conciencias ideas tristes y sentimientos de espanto.<br />La madre escuchaba los comentarios de sus vecinos sin despegar los labios. Sus cabellos encanecieron prematuramente y las arrugas se fueron extendiendo por su rostro. Hacía ya tiempo que había perdido el hábito de reír. No ignoraban los vecinos que la infeliz se pasaba las noches enteras a la puerta de su casa mirando al cielo, como si esperase que de allí pudiera llegar el socorro. Y se decían unos a otros, encogiéndose de hombros:<br />-¿Qué debe estar esperando?<br />Terminaron por aconsejarle:<br />-¡Llévalo a la plaza, junto a la iglesia! Por allí pasan los extranjeros y le echarán limosna.<br />-Sería horrible que lo vieran los extranjeros -contestó la madre, horrorizada-. ¿Qué pensarían de nosotros?<br />-La desgracia existe en todos los países -le contestaron-, cosa que nadie ignora.<br />La madre negó con un movimiento de cabeza.<br />Cierto día, ocurrió que unos extranjeros visitaban el pueblo y lo husmeaban todo, entraron en el patio y se fijaron en el monstruo, que estaba metido en su caja. La madre fue testigo de sus gestos de repugnancia y comprendió que hablaban con repulsión de su hijo. Pero lo que más la sorprendió fueron ciertas palabras pronunciadas con acento de desprecio y animosidad y, también, de triunfo.<br />La desgraciada mujer conservó en la memoria el sonido de aquellas palabras extranjeras, que repetía insistentemente y en las que su corazón de italiana y de madre adivinaba un significado insultante. Aquel mismo día fue a casa de un adivino conocido suyo y le preguntó qué significaban las palabras que había oído.<br />-Convendría saber quién las ha pronunciado -contestó el hombre, frunciendo el ceño-. Pues significan: "Italia muere antes que las demás naciones italianas". ¿Quién forja semejantes mentiras?<br />La pobre mujer se marchó silenciosa.<br />Al día siguiente, a consecuencia de un hartazgo, su hijo murió entre convulsiones.<br />La madre se sentó en el patio, junto a la caja, con las manos cruzadas sobre aquella cabeza inerte. Permanecía quieta, inmóvil, y parecía más que nunca esperar algo. Fijaba la mirada interrogante en cada uno de los que desfilaban ante el cadáver.<br />Todos guardaron silencio. Nadie le preguntó nada, aunque muchos se sentían inclinados a felicitarla por haberse liberado de aquella esclavitud, o tal vez hubieran deseado consolarla por haber perdido al que, después de todo, era su hijo. Pero nadie despegó los labios. Hay momentos en que todos comprenden que ciertas cosas no pueden expresarse sin que parezcan reticencias.<br />Mucho tiempo después de la muerte del monstruo, la madre seguía mirando a la gente a la cara, como si preguntase no se sabe qué. Pero luego, poco a poco, pareció ir olvidándolo todo...</div><div align="justify"></div><div align="justify">FIN</div>Pericles Perihttp://www.blogger.com/profile/14715236845150235668noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-6099139196385686735.post-89368535272656455722008-04-26T17:06:00.000-07:002008-04-26T17:18:48.946-07:00LA VENGANZA DE CISCO KID.<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi94ay6zaQgG-hsz_p4u60F548lgYfsDxiNmsOzcGTxBh7PJuV2onCPz_m7n10Rh6knSBdK9zPqjSkQlcVO7BdM0eBZ8jH73mQ-m41vLgKwH42721fUSRuSJROTqK3nMIc7hPSVeGTJoe54/s1600-h/WildWest.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5193712727970131138" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi94ay6zaQgG-hsz_p4u60F548lgYfsDxiNmsOzcGTxBh7PJuV2onCPz_m7n10Rh6knSBdK9zPqjSkQlcVO7BdM0eBZ8jH73mQ-m41vLgKwH42721fUSRuSJROTqK3nMIc7hPSVeGTJoe54/s400/WildWest.jpg" border="0" /></a>Tahistoria laes cribió:<br />O. Henry (William Sydney Porter)<br /><div><div align="justify">(Recompensa diun tanate e' plata, porelque </div><div align="justify">able mal con hache, desta historia o cuento...)</div><br /><br /><div align="justify"></div><br /><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify">Cisco Kid había matado a seis hombres en pendencias más o menos honestas, había asesinado a dos mexicanos, y había dejado inútiles a otros muchos, a los cuales, modestamente, no se preocupó en contar. Por consiguiente, una mujer lo amaba.<br />Cisco Kid tenía veinticinco años y aparentaba veinte; y una compañía de seguros celosa de su dinero hubiera calculado la probable fecha de su muerte fijándola alrededor de los veintiséis años. Se movía en una zona situada entre el Frío y el Río Grande. Mataba por afición... porque estaba de mal humor... para evitar que lo detuvieran... para divertirse... Había escapado de la captura porque podía disparar ocho décimas de segundo antes que cualquier sheriff o ranger de servicio, y porque montaba un caballo ruano que conocía al dedillo todas las vueltas y revueltas de los caminos, incluso de los de cabras, desde San Antonio a Matamoras.<br />Tonia Pérez, la muchacha que amaba a Cisco Kid, era medio Carmen, medio Madona, y el resto -¡Oh, sí! Una mujer que es medio Carmen y medio Madona puede ser siempre algo más-, el resto era colibrí. Vivía en un jacal con techo de ramas cerca de un pequeño poblado mexicano en el Lone Wolf Crossing, del Frío. Con ella vivía un padre o abuelo, un descendiente de los aztecas, que tenía por lo menos mil años, pastoreaba un centenar de cabras y se pasaba la mayor parte del tiempo borracho, por culpa del mescal<a href="http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/henry/venganza.htm#1#1">1</a>. Detrás del jacal se extendía un inmenso bosque. A través de su espinosa espesura, el ruano llevaba a Kid a visitar a su novia. Y en cierta ocasión, trepando como una lagartija hasta el tejado de ramas, Kid había oído a Tonia, con su rostro de Madona y su belleza de Carmen y su alma de colibrí, hablar con el sheriff, negando conocer a su hombre en su dulce mezcolanza de inglés y castellano.<br />Un día, el ayudante general del Estado, que es, ex officio, comandante de las fuerzas de rangers, escribió unas sarcásticas líneas al capitán Duval, de la Compañía X, estacionada en Laredo, acerca de la tranquila existencia que llevaban los asesinos y "desperados"<a href="http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/henry/venganza.htm#2#2">2</a> en el territorio del susodicho capitán.<br />La tez del capitán adquirió el color del ladrillo al leer aquellas líneas y se las remitió, con unos comentarios de cosecha propia, al teniente Sandridge, que estaba acampado en las inmediaciones de Nueces con un escuadrón de cinco hombres para mantener el orden y hacer cumplir la ley.<br />El teniente Sandridge enrojeció intensamente, se metió la carta en el bolsillo y masticó uno de los extremos de sus largos bigotes.<br />A la mañana siguiente ensilló su caballo y se dirigió, solo, al poblado mexicano del Lone Wolf Crossing, que se hallaba a veinte millas de distancia.<br />Con sus seis pies de estatura, rubio como un vikingo, calmoso como un diácono, peligroso como una ametralladora, Sandridge fue de jacal en jacal en busca de noticias acerca de Cisco Kid.<br />Mucho más que a la ley, los mexicanos temían la fría y segura venganza del jinete solitario por el cual se interesaba el ranger. Uno de los pasatiempos de Kid había consistido en disparar contra los mexicanos "para verles patalear": y si había hecho aquello para divertirse, ¿qué no sería capaz de hacer con alguien que provocara su furor? Uno a uno, los mexicanos fueron encogiéndose de hombros, llenado el aire de "¿Quién sabe?" y negando conocer a Cisco Kid.<br />Pero había un hombre llamado Fink, que tenía una tienda en el Crossing..., un hombre de muchas nacionalidades, lenguas, intereses y modos de pensar.<br />-Es inútil que les pregunte a los mexicanos -le dijo a Sandridge-. Tienen miedo. Ese hombre, al que llaman el Kid -su verdadero nombre es Goodall, ¿no?-, ha estado en mi tienda un par de veces. Creo que sé cómo podría atraparle usted..., pero no sería prudente por mi parte decírselo: tardo un par de segundos más en sacar el revólver de lo que tardaba antes, y el hecho merece ser tenido en cuenta tratándose de Cisco Kid. Lo que puedo decirle es que tiene una novia medio mexicana en el Crossing, y viene a verla con cierta frecuencia. Vive en el jacal que está a un centenar de yardas del arroyo, en el lindero del bosque. Tal vez ella... no, supongo que no lo haría; pero, de todos modos, el jacal sería un excelente lugar para vigilar.<br />Sandridge se dirigió al jacal de Pérez. El sol estaba bajo, y la sombra de los grandes árboles cubría ya el tejado de ramas de la choza. Las cabras estaban encerradas para pasar la noche en una especie de corral construido con estacas junto a la cabaña. Unos cuantos chiquillos jugueteaban por los alrededores. El viejo mexicano estaba tendido en una manta sobre la hierba, atiborrado de mescal, soñando, quizás, en las noches en que él y Pizarro habían brindado por el Nuevo Mundo. Y en la puerta del jacal estaba Tonia, en pie. El teniente Sandridge, sin apearse de su montura, se quedó mirándola fijamente.<br />Cisco Kid, al igual que todos los eminentes y afortunados asesinos, era una persona vanidosa. Su orgullo habría sufrido un rudo golpe de haber sabido que, con un simple intercambio de miradas, dos personas, en cuyas mentes estaba él desde hacía mucho tiempo, le olvidaban por completo (al menos momentáneamente).<br />Tonia no había visto nunca un hombre como aquél. Parecía estar hecho de rayos de sol, piel sonrosada y agua clara. Al sonreír pareció iluminar la sombra de los árboles, como si hubiera vuelto a salir el sol. Los hombres que ella había conocido eran bajitos y morenos. Incluso Kid, a pesar de sus hazañas, no era mucho más alto que ella, con un pelo negro y liso y un rostro tan frío como el mármol.<br />En cuanto a Tonia, tenía el pelo de color negro azulado y unos ojos enormes y llenos de la melancolía latina que le conferían su aspecto de Madona. Sus movimientos revelaban el fuego oculto y el deseo de agradar que había heredado de las gitanas españolas. Lo que de colibrí había en ella moraba en su corazón; no podía percibirse a menos que su brillante falda roja y su blusa azul le recordaran a uno aquel pájaro.<br />El recién llegado pidió un vaso de agua. Tonia se lo sirvió de la jarra roja colgada de una rama, a la sombra. Sandridge estimó necesario descabalgar para hacer menos embarazosa la situación.<br />No hago de espía; ni pretendo conocer los pensamientos de cualquier corazón humano; pero afirmo, con mi derecho de cronista, que antes de que hubiera transcurrido un cuarto de hora, Sandridge le estaba enseñando a Tonia a tejer una cuerda con fibras vegetales y Tonia le había explicado a Sandridge que, de no haber sido por el pequeño libro inglés que su peripatético padre le había regalado y por el pequeño chivo tullido, se hubiera sentido muy sola.<br />Lo cual conduce a la sospecha de que las defensas de Kid necesitaban una reparación, y de que el sarcasmo del ayudante general había caído sobre un terreno improductivo.<br />En su campamento, el teniente Sandridge anunció y reiteró su intención de acabar con las andanzas de Cisco Kid, abatiéndolo sobre las praderas del Frío o arrastrándolo a la presencia de un juez y de un jurado. La cosa no parecía fácil. Y necesitaba una cuidadosa preparación. Dos veces a la semana, Sandridge se dirigía al jacal de Pérez y conducía los inexpertos dedos de Tonia por los intrincados caminos que había que recorrer para tejer una cuerda con fibras vegetales. Tejer una cuerda es difícil de aprender y fácil de enseñar.<br />El ranger sabía que podía encontrar a Kid allí en cualquiera de sus visitas. Por lo tanto, durante sus estancias en el jacal, se mantenía ojo avizor, con la artillería siempre a punto y sin perder de vista la parte trasera de la cabaña. Así podría abatir al milano y al colibrí con una sola piedra.<br />Mientras el rubio ornitólogo proseguía sus estudios, Cisco Kid atendía también sus obligaciones profesionales. Armó una trifulca en una cantina de un pequeño pueblo ganadero en Quintana Creek, liquidó al sheriff (haciendo que la bala agujereara limpiamente su estrella de latón) y luego ahuecó el ala, malhumorado e insatisfecho. Ningún verdadero artista se enorgullece de haber matado a un viejo armado con un antiguo cacharro del 38.<br />En su camino, Kid experimentó súbitamente el deseo que experimentan todos los hombres cuando su propia conducta los ha dejado insatisfechos. Deseó que la mujer a la que amaba le asegurase que era suya a pesar de todo. Deseó que Tonia le sirviera agua de la jarra roja colgada a la sombra del árbol, y que le contara cómo se tomaba el biberón el chivo.<br />Kid volvió la cabeza del ruano hacia los chaparrales de diez millas de longitud que se extienden por Arroyo Hondo hasta terminar en el Lone Wolf Crossing, del Frío. El ruano relinchó alegremente, ya que poseía el mismo sentido de la orientación que un caballo que trabaja uncido a un carro y sabía que al final de aquel trayecto lo esperaba una sabrosa ración de hierba de mesquite.<br />Cabalgar a través de un chaparral tejano resulta más aburrido y solitario que una exploración amazónica. Las multiformes variedades de cactos jalonan el camino, extendiendo sus retorcidos miembros para hacerlo intransitable. Y la "planta del diablo", que parece vivir sin tierra ni lluvia, aumenta las dificultades del viajero, tendiendo ante él una inextricable red espinosa.<br />Perderse en un chaparral significa sufrir la muerte del ladrón en la cruz, traspasado por clavos y con grotescas formas demoníacas revoloteando a su alrededor.<br />Pero ése no era el caso de Kid y su montura. Dando vueltas y revueltas, abriéndose paso por los lugares más inverosímiles, el buen ruano fue acortando insensiblemente la distancia que les separaba del Lone Wolf Crossing.<br />Mientras avanzaban, Kid cantaba. No sabía más que una canción y la cantaba, del mismo modo que sólo conocía un código y lo vivía, y sólo conocía a una muchacha y la amaba. Era un hombre sencillo, de ideas convencionales. Tenía una voz parecida a la de un coyote acatarrado, pero cuando había decidido cantar, cantaba. Era una canción muy popular en los campamentos, que empezaba con estas palabras:<br />No bromees con mi novia Lulú,si no quieres tener un disgusto...<br />El ruano estaba acostumbrado a la canción... y a la voz, y no le importaba.<br />Pero, incluso el peor de los cantantes acaba por cansarse de contribuir a los ruidos del mundo. De modo que Kid, cuando se encontraba a un par de millas del jacal de Tonia, había dejado de cantar... no porque sus gorgoritos sonaran desagradablemente a sus propios oídos, sino porque sus músculos laríngeos estaban fatigados.<br />Como si estuviera en la pista de un circo, el ruano giró y danzó a través del laberinto de maleza hasta que el jinete supo, por ciertos detalles del terreno, que el Lone Wolf Crossing se encontraba cerca. Luego, a medida que la maleza se hacía menos tupida, Kid divisó el tejado de ramas del jacal. Unos metros más allá, Kid detuvo al ruano, desmontó y siguió avanzando a pie, tan silenciosamente como un indio. El ruano, conociendo su papel, permaneció completamente inmóvil, sin producir el menor ruido.<br />Kid se deslizó silenciosamente hasta el mismo borde del chaparral y se escondió entre las hojas de un grupo de cactos.<br />A diez metros de su escondrijo, y a la sombra del jacal, vio a su Tonia tejiendo tranquilamente una cuerda vegetal. La ocupación en sí no era condenable; todo el mundo sabe que las mujeres, de cuando en cuando, tienen los más raros caprichos. Pero, para decirlo todo, hay que añadir que la cabeza de Tonia reposaba contra el ancho y cómodo pecho de un hombre alto y rubio, y que el brazo del hombre rodeaba los hombros de la muchacha, guiando sus pequeños dedos en una tarea que, al parecer, precisaba de continuas lecciones.<br />Sandridge miró rápidamente hacia la oscura masa del chaparral al oír un leve ruido que no le resultaba desconocido. Un pistolero puede hacer aquel ruido al empuñar repentinamente su revólver. Pero el sonido no se repitió; y los dedos de Tonia necesitaban una cuidadosa atención.<br />Luego, Tonia y el hombre alto y rubio empezaron a hablar de su amor; y en la plácida tarde de julio, todas las palabras que pronunciaban llegaron a oídos de Kid.<br />-Recuerda que no debes volver hasta que yo te avise -decía Tonia-. No tardará en presentarse. Un vaquero ha dicho hoy en la tienda que lo vio en Guadalupe hace tres días. Cuando está tan cerca, siempre viene. Y si llega y te encuentra aquí, te matará. De modo que, por favor, no vengas hasta que yo te avise.<br />-De acuerdo -dijo el ranger-. Y entonces, ¿qué?<br />-Entonces -dijo la muchacha-, tienes que venir con tus hombres y matarlo. Si no, él te matará a ti.<br />-No es un hombre que se deje detener, desde luego -dijo Sandridge-. El oficial que se enfrente a Cisco Kid tiene que estar dispuesto a matar o morir.<br />-Tienes que matarlo -dijo la muchacha-. Si no lo haces, no habrá paz en el mundo para ti ni para mí. Ha matado a muchos hombres. De modo que merece la muerte. Tráete a tus hombres, y no le dejes ninguna posibilidad de escapar.<br />-Antes no pensabas eso de él -dijo Sandridge.<br />Tonia dejó caer la cuerda que estaba tejiendo, y rodeó el cuello del ranger con un brazo de color limón.<br />-Antes -murmuró en un fluido castellano- no te conocía a ti, amor mío. Y tú eres cariñoso y bueno, además de fuerte. ¿Cómo podría pensar en él, después de conocerte a ti? Tiene que morir, para que el miedo de que pueda hacernos algún daño no llene mis días y mis noches.<br />-¿Cómo sabré que ha venido? -preguntó Sandridge.<br />-Cuando viene -dijo Tonia-, suele quedarse dos días, y a veces tres. Gregorio, el hijo de la vieja Luisa, la lavandera, tiene una yegua muy rápida. Te escribiré una carta, diciéndote cómo puedes atraparlo. Gregorio te la llevará; no vengas solo, querido, y ten mucho cuidado, ya que la serpiente de cascabel no es más rápida en su ataque que el Chivato, como llaman a Kid, en "sacar".<br />-Kid es muy rápido con su revólver, desde luego -admitió Sandridge-, pero cuando venga aquí a por él vendré solo. El capitán me escribió unas cuantas cosas que me hicieron desear capturar a Kid sin la ayuda de nadie. Hazme saber cuando llegue Mr. Kid, y yo me encargaré del resto.<br />-Te enviaré el mensaje por medio de Gregorio -dijo la muchacha-. Sé que eres más valiente que aquel pequeño asesino, que nunca sonríe. ¿Cómo es posible que haya podido estar interesada por él?<br />El ranger se dispuso a regresar a su campamento. Antes de montar en su caballo levantó a Tonia del suelo con un solo brazo y se despidió cariñosamente de ella. La bochornosa tarde veraniega volvió a sumirse en una profunda quietud. El humo del fuego que ardía en el jacal, donde los frijoles hervían en la olla de hierro, surgía tan recto como una plomada por encima de la chimenea de arcilla. Ningún sonido ni movimiento turbaba la calma que envolvía al chaparral.<br />Cuando la forma de Sandridge hubo desaparecido, Kid se deslizó hasta el lugar donde se hallaba su propio caballo, montó en él y retrocedió por el tortuoso camino que había seguido al venir.<br />Pero no llegó muy lejos. Se detuvo a esperar en las silenciosas profundidades del chaparral hasta que transcurrió media hora. Poco después, Tonia oyó las notas desafinadas de su canción, cada vez más cerca; y corrió hacia el lindero del chaparral para recibirlo.<br />Kid no sonreía casi nunca; pero sonrió y agitó su sombrero cuando vio a Tonia. Desmontó, y la muchacha se echó en sus brazos. Kid la contempló cariñosamente. Su rostro moreno, que habitualmente estaba tan rígido como una máscara de arcilla, parecía sacudido por una corriente subterránea de sentimientos.<br />-¿Cómo está mi muchacha? -preguntó, abrazándola.<br />-Enferma de tanto esperar, querido -respondió Tonia-. Me duelen los ojos de tanto mirar hacia el chaparral, esperando verte aparecer. Pero ahora estás aquí, amor mío, y soy completamente feliz. ¡Qué mal muchacho! No venir a ver a su alma más a menudo... Entra y descansa; yo cuidaré de abrevar a tu caballo y lo trabaré. En la jarra hay agua fresca para ti.<br />Kid la besó afectuosamente.<br />-No puedo permitir que una dama cuide de mi caballo -dijo-. Pero si me preparas un poco de café mientras yo lo atiendo, chica, te quedaré eternamente agradecido.<br />Además de su habilidad con el revólver, Kid poseía otra cualidad por la que se admiraba mucho a sí mismo. Era muy caballero, como dicen los mexicanos, en lo que respecta a las damas. Siempre las había tratado con el mayor respeto. No podía hablarle rudamente a una mujer. Podía asesinar despiadadamente a sus maridos y hermanos, pero era incapaz de alzar un dedo contra una mujer. Muchas personas que lo habían tratado superficialmente se mostraban reacias a creer las historias que circulaban acerca de Mr. Kid. Y cuando les presentaban pruebas de algún hecho infamante cometido por él, decían que tal vez lo habían obligado a hacerlo, y que, de todos modos, sabía tratar a una dama.<br />Teniendo en cuenta ese aspecto de la idiosincrasia de Kid y lo orgulloso que se sentía de él, no resulta difícil intuir que el problema que se le planteaba después de lo que había visto y oído desde su escondrijo aquella tarde (al menos en lo que respecta a uno de los actores) era de los más peliagudos. Y, sin embargo, no cabía imaginar a Cisco Kid atosigado por asunto de tan poca monta.<br />Después del breve crepúsculo, se reunieron alrededor de una cena compuesta de frijoles, filetes de cabra, melocotón en conserva y café, a la luz de un farol en el interior del jacal. Más tarde, el antepasado se fumó un cigarrillo y se convirtió en una momia envuelta en una manta gris. Tonia lavó los escasos platos mientras Kid los secaba con un trozo de saco de harina. Los ojos de Tonia brillaban; charló volublemente de los triviales acontecimientos que se habían producido en su pequeño mundo desde la última visita de Kid; los mismos que en las anteriores visitas.<br />Luego salieron al exterior y Tonia se tendió en una hamaca de hierba con su guitarra y cantó melancólicas canciones de amor.<br />-¿Sigues queriéndome igual, nena? -preguntó Kid, liando un cigarrillo.<br />-Exactamente igual, amor mío -dijo Tonia, acariciándolo con sus oscuros ojos.<br />Se produjo un corto silencio. Al cabo de un rato, Kid se puso en pie y dijo:<br />-Voy a llegarme a casa de Fink para comprar tabaco. Creí que llevaba otro paquete, pero se me ha terminado. Regresaré dentro de un cuarto de hora.<br />-Date prisa -dijo Tonia-. Y, dime... ¿Cuánto vas a quedarte esta vez? ¿Te irás mañana, dejándome con mi pesar, o te quedarás más tiempo con tu Tonia?<br />-¡Oh! Esta vez puedo quedarme dos o tres días -dijo Kid bostezando-. He estado huyendo durante un mes, y quiero descansar un poco.<br />Cuando regresó, al cabo de media hora, Tonia seguía tendida en la hamaca.<br />-Me sucede una cosa muy rara -dijo el Kid-. Tengo la sensación de que hay alguien emboscado detrás de los arbustos, dispuesto a matarme. Nunca me había pasado una cosa así. Tendré que marcharme antes de que amanezca. La región de Guadalupe está en ascuas desde que me cargué a aquel viejo sheriff.<br />-No tendrás miedo... Nadie puede asustar a mi valiente.<br />-Bueno, hasta ahora nadie puede decir que soy un conejo cuando llega el momento de dar la cara; pero no me gustaría tener complicaciones mientras me encuentro en tu jacal. Podría perjudicarte a ti...<br />-Quédate con tu Tonia, aquí no te encontrará nadie.<br />Kid contempló pensativamente, a través de la oscuridad, las lejanas luces del poblado mexicano.<br />-Ya hablaremos de eso más tarde -decidió.<br />A medianoche, un jinete se presentó en el campamento de los rangers, gritando desaforadamente para señalar su presencia e indicar que sus intenciones eran pacíficas. Sandridge y uno de sus hombres acudieron a su encuentro. El jinete se presentó a sí mismo diciendo que se llamaba Domingo Sales y vivía en el Lone Wolf Crossing. Traía una carta para el señor Sandridge. La vieja Luisa, la lavandera, lo había convencido para que la trajera, porque su hijo Gregorio estaba enfermo y no podía cabalgar.<br />Sandridge encendió un farol y leyó la carta.<br />"Querido mío:<br />Ya ha llegado. Apenas te habías marchado cuando se presentó. Al principio, dijo que se quedaría dos o tres días. Luego, pareció cambiar de idea y dijo que se marcharía antes de que amaneciera, y me habló de un modo muy raro, como si sospechara que no le he sido fiel. Estoy muy asustada. Le he jurado que lo amo, que sigo siendo su Tonia. Y él me ha dicho que tengo que demostrarle que soy sincera. Cree que hay hombres emboscados entre los arbustos, dispuestos a matarlo en cuanto se marche del jacal. Para huir, dice que se pondrá mis ropas, la falda roja, la blusa azul y la mantilla en la cabeza. Pero antes tengo que ponerme yo sus pantalones, su camisa y su sombrero, y salir del jacal montada en su caballo, dar unas vueltas por el chaparral y regresar. Así podrá ver si soy sincera y si hay hombres emboscados en el chaparral para matarlo. Es horrible. Eso será una hora antes de que amanezca. Ven, querido, y mata a ese hombre. No trates de cogerlo vivo. Mátalo en cuanto le eches la vista encima. No quiero que corras riesgos inútiles. Puedes venir antes de la hora que te he indicado y esconderte en el pequeño cobertizo que hay cerca del jacal, donde guardamos el carro y los arreos. Nadie te verá. Él llevará mi falda roja, mi blusa azul y mi mantilla negra. Te envío un millar de besos. Dispara contra él en cuanto le eches la vista encima. Es lo más seguro. Siempre tuya,<br />Tonia."<br />Sandridge explicó rápidamente a sus hombres la parte oficial de la misiva. Los rangers se mostraron reacios a dejarlo marchar solo.<br />-Será coser y cantar -dijo el teniente-. La muchacha le tiene bien atrapado. No podrá escapar.<br />Sandridge ensilló su caballo y cabalgó hacia el Lone Wolf Crossing. Ató al animal detrás de un macizo de arbustos junto al arroyo, cogió su Winchester y se acercó cautelosamente al jacal de Pérez. La luna, que se encontraba en su cuarto menguante, quedaba oculta a intervalos detrás de unas grandes nubes de color lechoso.<br />El cobertizo era un lugar excelente para apostarse; y el teniente se acomodó en él. Tuvo que esperar casi una hora antes de que dos figuras salieran del jacal. Una, vestida de hombre, montó rápidamente en el caballo que estaba delante de la cabaña y emprendió un rápido galope en dirección al poblado. La otra figura, vestida con una falda roja, una blusa azul y una mantilla negra, permaneció en pie a la débil claridad de la luna, contemplando al jinete que se alejaba. Sandridge pensó que sería mejor aprovechar la ocasión antes de que Tonia regresara. Imaginaba que el espectáculo no sería de su agrado.<br />-¡Arriba las manos! -ordenó, en voz alta, saliendo del cobertizo con la culata del Winchester apoyada en el hombro.<br />La figura se volvió rápidamente, pero no hizo ningún movimiento que demostrara que estaba dispuesta a obedecer; el ranger apretó el gatillo una, dos, tres veces... y luego dos veces más. Tratándose de Cisco Kid, había que asegurarse bien. A aquella distancia no podía fallar el tiro, ni siquiera en la semioscuridad que lo rodeaba.<br />El viejo antepasado, dormido en su manta, se despertó con el ruido de los disparos. Tendió el oído y escuchó el grito que profería un hombre aquejado de un intenso dolor o de una enorme angustia, y se levantó gruñendo contra las "tonterías de los modernos".<br />El alto y enrojecido fantasma de un hombre irrumpió en el jacal, blandiendo una carta en una mano. Se acercó a la luz del farol y gritó:<br />-¡Mire esta carta, Pérez! ¿Quién la ha escrito?<br />-¡Ah! Es el señor Sandridge -murmuró el viejo, acercándose-. Pues, señor, esa carta la escribió el Chivato..., el novio de Tonia. Dicen que es un hombre malo; yo no lo sé. Mientras Tonia dormía, escribió la carta y le encargó a Domingo Sales que se la llevara a usted. ¿Ocurre algo? Yo soy muy viejo y no sé nada. ¡Válgame Dios! Este mundo está cada día más loco; y no hay nada en la casa para beber..., nada para beber.<br />Lo único que Sandridge pudo hacer fue salir del jacal y dejarse caer boca abajo en el suelo, junto a su pequeño colibrí que ahora no agitaba ni una sola de sus plumas. Sandridge no era caballero por instinto, y no podía comprender los refinamientos de la venganza.<br />A una milla de distancia, el jinete que poco antes había emprendido un rápido galope en dirección al poblado, rompió a cantar, con voz de coyote acatarrado, una canción que empezaba con las siguientes palabras:<br />No bromees con mi novia Lulú,si no quieres tener un disgusto... </div><br /><br /><div align="justify">FIN</div></div>Pericles Perihttp://www.blogger.com/profile/14715236845150235668noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-6099139196385686735.post-40081337026157009692008-04-22T17:12:00.000-07:002008-04-24T16:22:13.205-07:00LA NOCHE DE LOS FEOS...<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg7KfImZEhyVhPo5GJ34rZPDGZgfebct575Lvt0EzLFfQnCMwhI0QGGJ0l-CSiioi_iX06-6UAjMcox4VUn7dWSiSTEEd9-YgNOsjKH3vEgRPFGQstRmU2I3UbNV6uRksOu6JMOmfkKSiKA/s1600-h/Thread_Painting-Sangre.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5192956083581594786" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg7KfImZEhyVhPo5GJ34rZPDGZgfebct575Lvt0EzLFfQnCMwhI0QGGJ0l-CSiioi_iX06-6UAjMcox4VUn7dWSiSTEEd9-YgNOsjKH3vEgRPFGQstRmU2I3UbNV6uRksOu6JMOmfkKSiKA/s400/Thread_Painting-Sangre.jpg" border="0" /></a>Té cuento questo jué escrito por<br />Mamá, por Mamario Benedetti...<br /><div><div><div><div align="justify">Siestá feo, Mamario es el culpapá, papable.</div><br /><br /><br /><br /><div align="justify"><br />Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro.Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos -de la mano o del brazo- tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas.Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendidura de su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura.Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aun en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca bien formada. Era la oreja de su lado normal.Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversión la reservo para mi rostro y a veces para Dios. También para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo así como espejos. A veces me pregunto qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente.La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó.La confitería estaba llena, pero en ese momento se desocupó una mesa. A medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas, los gestos de asombro. Mis antenas están particularmente adiestradas para captar esa curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente, milagrosamente simétrico. Pero esta vez ni siquiera era necesaria mi adiestrada intuición, ya que mis oídos alcanzaban para registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y aislado tiene evidentemente su interés; pero dos fealdades juntas constituyen en sí mismas un espectáculos mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece compartirse el mundo.Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso también me gustó) para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo."¿Qué está pensando?", pregunté.Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma."Un lugar común", dijo. "Tal para cual".Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estábamos hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba traspasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la hipocresía. Decidí tirarme a fondo."Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?""Sí", dijo, todavía mirándome."Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estúpida.""Sí."Por primera vez no pudo sostener mi mirada."Yo también quisiera eso. Pero hay una posibilidad, ¿sabe?, de que usted y yo lleguemos a algo.""¿Algo cómo qué?""Como querernos, caramba. O simplemente congeniar. Llámele como quiera, pero hay una posibilidad."Ella frunció el ceño. No quería concebir esperanzas."Prométame no tomarme como un chiflado."<br />"Prometo."<br />"La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me entiende?"<br />"No."<br />"¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo, ¿no lo sabía?"Se sonrojó, y la hendidura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata."Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca."Levantó la cabeza y ahora sí me miró preguntándome, averiguando sobre mí, tratando desesperadamente de llegar a un diagnóstico."Vamos", dijo.<br />2<br />No sólo apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y no era una respiración afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse.Yo no veía nada, nada. Pero igual pude darme cuenta de que ahora estaba inmóvil, a la espera. Estiré cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me transmitió una versión estimulante, poderosa. Así vi su vientre, su sexo. Sus manos también me vieron.En ese instante comprendí que debía arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso. No éramos eso.Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad mis dedos (al principio un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lágrimas.Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca siniestra.Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levanté y descorrí la cortina doble.<br />FIN</div></div></div></div>Pericles Perihttp://www.blogger.com/profile/14715236845150235668noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-6099139196385686735.post-75311997985158794452008-04-08T11:04:00.000-07:002008-04-08T13:03:07.251-07:00LOS BEBEDORES DE SANGRE...<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjWP5Z0aq7brnD_aQeRkA8fBpBKwS2Eh5_rVUpnJYwonyX_uZxYjJl5scHOWk_NbFL_opbnCl_xkZJekiSg5lcbl0-gGzlg1eCwSQ4gcJONK94rfBCZ5FObMnP9psDSvNP7SWo3tZEhyphenhyphen-Gr/s1600-h/2095006679_56a1b958a2_o.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5186939001316173538" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjWP5Z0aq7brnD_aQeRkA8fBpBKwS2Eh5_rVUpnJYwonyX_uZxYjJl5scHOWk_NbFL_opbnCl_xkZJekiSg5lcbl0-gGzlg1eCwSQ4gcJONK94rfBCZ5FObMnP9psDSvNP7SWo3tZEhyphenhyphen-Gr/s400/2095006679_56a1b958a2_o.jpg" border="0" /></a>Horacio Quiroga jué testigo destecho...<br /><div align="justify">¡Salú! ¡Salú!</div><div align="justify">Hasta queseme salen las ba, las babas y </div><div align="justify">trago grueso. ¡Yo quiqui! ¡Ero, ero!</div><div align="justify">Y Eros, también... ¡Gulp!</div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify"><br /></div><br /><div align="justify">Chiquitos:<br />¿Han puesto ustedes el oído contra el lomo de un gato cuando runrunea? Háganlo con Tutankamón, el gato del almacenero. Y después de haberlo hecho, tendrán una idea clara del ronquido de un tigre cuando anda al trote por el monte en son de caza.<br />Este ronquido que no tiene nada de agradable cuando uno está solo en el bosque, me perseguía desde hacía una semana. Comenzaba al caer la noche, y hasta la madrugada el monte entero vibraba de rugidos.<br />¿De dónde podía haber salido tanto tigre? La selva parecía haber perdido todos sus bichos, como si todos hubieran ido a ahogarse en el río. No había más que tigres: no se oía otra cosa que el ronquido profundo e incansable del tigre hambriento, cuando trota con el hocico a ras de tierra para percibir el tufo de los animales.<br />Así estábamos hacía una semana, cuando de pronto los tigres desaparecieron. No se oyó un solo bramido más. En cambio, en el monte volvieron a resonar el balido del ciervo, el chillido del agutí, el silbido del tapir, todos los ruidos y aullidos de la selva. ¿Qué había pasado otra vez? Los tigres no desaparecen porque sí, no hay fiera capaz de hacerlos huir.<br />¡Ah, chiquitos! Esto creía yo. Pero cuando después de un día de marcha llegaba yo a las márgenes del río Iguazú (veinte leguas arriba de las cataratas), me encontré con dos cazadores que me sacaron de mi ignorancia. De cómo y por qué había habido en esos días tanto tigre, no me supieron decir una palabra. Pero en cambio me aseguraron que la causa de su brusca fuga se debía a la aparición de un puma. El tigre, a quien se cree rey incontestable de la selva, tiene terror pánico a un gato cobardón como el puma.<br />¿Han visto, chiquitos míos, cosa más rara? Cuando le llamo gato al puma, me refiero a su cara de gato, nada más. Pero es un gatazo de un metro de largo, sin contar la cola, y tan fuerte como el tigre mismo.<br />Pues bien. Esa misma mañana, los dos cazadores habían hallado cuatro cabras, de las doce que tenían, muertas a la entrada del monte. No estaban despedazadas en lo más mínimo. Pero a ninguna de ellas les quedaba una gota de sangre en las venas. En el cuello, por debajo de los pelos manchados, tenían todas cuatro agujeros, y no muy grandes tampoco. Por allí, con los colmillos prendidos a las venas, el puma había vaciado a sus víctimas, sorbiéndoles toda la sangre.<br />Yo vi las cabras al pasar, y les aseguro, chiquitos, que me encendí también en ira al ver las cuatro pobres cabras sacrificadas por la bestia sedienta de sangre. El puma, del mismo modo que el hurón, deja de lado cualquier manjar por la sangre tibia. En las estancias de Río Negro y Chubut, los pumas causan tremendos estragos en las majadas de ovejas.<br />Las ovejas, ustedes lo saben ya, son los seres más estúpidos de la creación. Cuando olfatean a un puma, no hacen otra cosa que mirarse unas a otras y comienzan a estornudar. A ninguna se le ocurre huir. Sólo saben estornudar, y estornudan hasta que el puma salta sobre ellas. En pocos momentos, van quedando tendidas de costado, vaciadas de toda su sangre.<br />Una muerte así debe ser atroz, chiquitos, aun para ovejas resfriadas de miedo. Pero en su propia furia sanguinaria, la fiera tiene su castigo. ¿Saben lo que pasa? Que el puma, con el vientre hinchado y tirante de sangre, cae rendido por invencible sueño. Él, que entierra siempre los restos de sus víctimas y huye a esconderse durante el día, no tiene entonces fuerzas para moverse. Cae mareado de sangre en el sitio mismo de la hecatombe. Y los pastores encuentran en la madrugada a la fiera con el hocico rojo de sangre, fulminada de sueño entre sus víctimas.<br />¡Ah, chiquitos! Nosotros no tuvimos esa suerte. Seguramente cuatro cabras no eran suficientes para saciar la sed de nuestro puma. Había huido después de su hazaña, y forzoso nos era rastrearlo con los perros.<br />En efecto, apenas habíamos andado una hora cuando los perros erizaron de pronto el lomo, alzaron la nariz a los cuatro vientos y lanzaron un corto aullido de caza: habían rastreado al puma.<br />Paso por encima, hijos míos, la corrida que dimos tras la fiera. Otra vez les voy a contar con detalles una corrida de caza en el monte. Básteles saber por hoy que a las cinco horas de ladridos, gritos y carreras desesperadas a través del bosque quebrando las enredaderas con la frente, llegamos al pie de un árbol, cuyo tronco los perros asaltaban a brincos, entre desesperados ladridos. Allá arriba del árbol, agazapado como un gato, estaba el puma siguiendo las evoluciones de los perros con tremenda inquietud.<br />Nuestra cacería, puede decirse, estaba terminada. Mientras los perros "torearan" a la fiera, ésta no se movería de su árbol. Así proceden el gato montés y el tigre. Acuérdense, chiquitos, de estas palabras para cuando sean grandes y cacen: tigre que trepa a un árbol, es tigre que tiene miedo.<br />Yo hice correr una bala en la recámara del winchester, para enviarla al puma entre los dos ojos, cuando uno de los cazadores me puso la mano en el hombro diciéndome:<br />-No le tire, patrón. Ese bicho no vale una bala siquiera. Vamos a darle una soba como no la llevó nunca.<br />¿Qué les parece, chiquitos? ¿Una soba a una fiera tan grande y fuerte como el tigre? Yo nunca había visto sobar a nadie y quería verlo.<br />¡Y lo vimos, por Dios bendito! El cazador cortó varias gruesas ramas en trozos de medio metro de largo y como quien tira piedras con todas sus fuerzas, fue lanzándolos uno tras otro contra el puma. El primer palo pasó zumbando sobre la cabeza del animal, que aplastó las orejas y maulló sordamente. El segundo garrote pasó a la izquierda lejos. El tercero, le rozó la punta de la cola, y el cuarto, zumbando como piedra escapada de una honda, fue a dar contra la cabeza de la fiera, con fuerza tal que el puma se tambaleó sobre la rama y se desplomó al suelo entre los perros.<br />Y entonces, chiquitos míos, comenzó la soba más portentosa que haya recibido bebedor alguno de sangre. Al sentir las mordeduras de los perros, el puma quiso huir de un brinco. Pero el cazador, rápido como un rayo, lo detuvo de la cola. Y enroscándosela en la mano como una lonja de rebenque comenzó a descargar una lluvia de garrotazos sobre el puma.<br />¡Pero qué soba, queridos míos! Aunque yo sabía que el puma es cobardón, nunca creí que lo fuera tanto. Y nunca creí tampoco que un hombre fuera guapo hasta el punto de tratar a una fiera como a un gato, y zurrarle la badana a palo limpio.<br />De repente, uno de los garrotazos alcanzó al puma en la base de la nariz, y el animal cayó de lomo, estirando convulsivamente las patas traseras. Aunque herida de muerte, la fiera roncaba aún entre los colmillos de los perros, que lo tironeaban de todos lados. Por fin, concluí con aquel feo espectáculo, descargando el winchester en el oído del animal.<br />Triste cosa es, chiquillos, ver morir boqueando a un animal, por fiera que sea, pero el hombre lleva muy hondo en la sangre el instinto de la caza, y es su misma sangre la que lo defiende del asalto de los pumas, que quieren sorbérsela.</div>Pericles Perihttp://www.blogger.com/profile/14715236845150235668noreply@blogger.com12tag:blogger.com,1999:blog-6099139196385686735.post-29490661362584729472008-04-04T13:51:00.000-07:002008-04-04T13:55:38.363-07:00PREMIO QUE ME OTORGO, NADA MAS Y NADA MENOS QUE, ¡¡AZARUKISSSS!!... AZARUKITA: LA MAS BELLA DE LA BLOGOSFERAAA...<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg0TI6ntXpMQ3qihdaMXzFgXjJHSliMxLkIe9ELAVnX1l3VY9H_KPHhgfM-y1qg7iVJW4jqermqhnEpRfGKxIx21ZgBuxhaPus82oA-a4IMcKx_ZawkesvKG7V1Zj85w3K_Ae9T7Bz7mqlE/s1600-h/premio%252Bana.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5185495866534913746" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg0TI6ntXpMQ3qihdaMXzFgXjJHSliMxLkIe9ELAVnX1l3VY9H_KPHhgfM-y1qg7iVJW4jqermqhnEpRfGKxIx21ZgBuxhaPus82oA-a4IMcKx_ZawkesvKG7V1Zj85w3K_Ae9T7Bz7mqlE/s400/premio%252525252Bana.jpg" border="0" /></a><br /><div></div>Pericles Perihttp://www.blogger.com/profile/14715236845150235668noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-6099139196385686735.post-9109121241205781362008-03-29T11:27:00.000-07:002008-03-29T11:35:21.964-07:00LA NOCHE JETAAA... PERDON, BOCA ARRIBA<img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5183233440972138178" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg6LQee9p1_03AbwzgxFiI0tXwooESUXkNFqmcCN0bbfUZR36HvCTBGtRyZWkFMDUbxWrefJcaF3abbixdRP2WlkHIzq58Wo0i_fKUa8Be3_O919QH23LELa0bkfAi33tJLAAkI9crllEfj/s400/labios.jpg" border="0" />Escrito por Culito.<br />¡Cortá! ¡Cortá!, carajo...<br />¡Julito, Julito! Cortázar, era, muchachos,<br />muchachas.<br /><br /><br /><div align="justify">Y salían en ciertas épocas a cazar enemigos; le llamaban la guerra florida.<br />A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y él -porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero corriendo por la derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el pie y con la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse de golpe.Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban sacando de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo derecho. Voces que no parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y seguridades. Su único alivio fue oír la confirmación de que había estado en su derecho al cruzar la esquina. Preguntó por la mujer, tratando de dominar la náusea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia próxima, supo que la causante del accidente no tenía más que rasguños en la piernas. "Usté la agarró apenas, pero el golpe le hizo saltar la máquina de costado..."; Opiniones, recuerdos, despacio, éntrenlo de espaldas, así va bien, y alguien con guardapolvo dándole de beber un trago que lo alivió en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio.La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas al policía que lo acompañaba. El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se lamió los labios para beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada más. El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada. "Natural", dijo él. "Como que me la ligué encima..." Los dos rieron y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le deseó buena suerte. Ya la náusea volvía poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabellón del fondo, pasando bajo árboles llenos de pájaros, cerró los ojos y deseó estar dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha, quitándole la ropa y vistiéndolo con una camisa grisácea y dura. Le movían cuidadosamente el brazo, sin que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del estómago se habría sentido muy bien, casi contento.Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía húmeda puesta sobre el pecho como una lápida negra, pasó a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado, se le acercó y se puso a mirar la radiografía. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sintió que lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acercó otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palmeó la mejilla e hizo una seña a alguien parado atrás.<br /><br />Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores. Primero un olor a pantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volvía nadie. Pero el olor cesó, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tenía que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su única probabilidad era la de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de no apartarse de la estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían.Lo que más lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptación del sueño algo se revelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no había participado del juego. "Huele a guerra", pensó, tocando instintivamente el puñal de piedra atravesado en su ceñidor de lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil, temblando. Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo. Esperó, tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago, debían estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo teñía esa parte del cielo. El sonido no se repitió. Había sido como una rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba como él del olor a guerra. Se enderezó despacio, venteando. No se oía nada, pero el miedo seguía allí como el olor, ese incienso dulzón de la guerra florida. Había que seguir, llegar al corazón de la selva evitando las ciénagas. A tientas, agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, buscó el rumbo. Entonces sintió una bocanada del olor que más temía, y saltó desesperado hacia adelante.-Se va a caer de la cama -dijo el enfermo de la cama de al lado-. No brinque tanto, amigazo.<br />Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras trataba de sonreír a su vecino, se despegó casi físicamente de la última visión de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sintió sed, como si hubiera estado corriendo kilómetros, pero no querían darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedarse despierto, entornados los ojos, escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando a alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia le frotó con alcohol la cara anterior del muslo, y le clavó una gruesa aguja conectada con un tubo que subía hasta un frasco lleno de líquido opalino. Un médico joven vino con un aparato de metal y cuero que le ajustó al brazo sano para verificar alguna cosa. Caía la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosas tenían un relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente repugnantes; como estar viendo una película aburrida y pensar que sin embargo en la calle es peor; y quedarse.Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trozito de pan, más precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo habían suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rápida. Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pensó que no iba a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sintió el sabor del caldo, y suspiró de felicidad, abandonándose.Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante embotadas o confundidas. Comprendía que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de copas de árboles era menos negro que el resto. "La calzada", pensó. "Me salí de la calzada." Sus pies se hundían en un colchón de hojas y barro, y ya no podía dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado a pesar de la oscuridad y el silencio, se agachó para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a verla otra vez. Nada podía ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo él aferraba el mango del puñal, subió como un escorpión de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musitó la plegaria del maíz que trae las lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes motecas. Pero sentía al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, y la espera en la oscuridad del chaparral desconocido se le hacía insoportable. La guerra florida había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres noches. Si conseguía refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada más allá de la región de las ciénagas, quizá los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en la cantidad de prisioneros que ya habrían hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los sacerdotes dieran la señal del regreso. Todo tenía su número y su fin, y él estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los cazadores.Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como si el cielo se incendiara en el horizonte, vio antorchas moviéndose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces y los gritos alegres. Alcanzó a cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrapó desde atrás.<br />-Es la fiebre -dijo el de la cama de al lado-. A mí me pasaba igual cuando me operé del duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien.<br />Al lado de la noche de donde volvía, la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa. Una lámpara violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces un diálogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin acoso, sin... Pero no quería seguir pensando en la pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse. Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan cómodamente se lo sostenían en el aire. Le habían puesto una botella de agua mineral en la mesa de noche. Bebió del gollete, golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las treinta camas, los armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. La ceja le dolía apenas, como un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto. ¿Quién hubiera pensado que la cosa iba a acabar así? Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia advertir que había ahí como un hueco, un vacío que no alcanzaba a rellenar. Entre el choque y el momento en que lo habían levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tenía la sensación de que ese hueco, esa nada, había durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, más bien como si en ese hueco él hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres lo alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al día y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la oficina. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco.Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse, pero en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerró la garganta y lo obligó a comprender. Inútil abrir los ojos y mirar en todas direcciones; lo envolvía una oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobillos. Estaba estaqueado en el piso, en un suelo de lajas helado y húmedo. El frío le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el mentón buscó torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna plegaria podía salvarlo del final. Lejanamente, como filtrándose entre las piedras del calabozo, oyó los atabales de la fiesta. Lo habían traído al teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno.Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era él que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable. Pensó en sus compañeros que llenarían otras mazmorras, y en los que ascendían ya los peldaños del sacrificio. Gritó de nuevo sofocadamente, casi no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose, luchó por zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo derecho, el más fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y hubo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegó antes que la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la ceremonia, los acólitos de los sacerdotes se le acercaron mirándolo con desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas. Cedieron las sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras como el bronce; se sintió alzado, siempre boca arriba, tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el pasadizo. Los portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los acólitos debían agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara ante él la escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas, pero todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y él no quería, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero corazón, el centro de la vida.Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que lo rodeaba. Pensó que debía haber gritado, pero sus vecinos dormían callados. En la mesa de noche, la botella de agua tenía algo de burbuja, de imagen traslúcida contra la sombra azulada de los ventanales. Jadeó buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas imágenes que seguían pegadas a sus párpados. Cada vez que cerraba los ojos las veía formarse instantáneamente, y se enderezaba aterrado pero gozando a la vez del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protegía, que pronto iba a amanecer, con el buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes, sin nada... Le costaba mantener los ojos abiertos, la modorra era más fuerte que él. Hizo un último esfuerzo, con la mano sana esbozó un gesto hacia la botella de agua; no llegó a tomarla, sus dedos se cerraron en un vacío otra vez negro, y el pasadizo seguía interminable, roca tras roca, con súbitas fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió apagadamente porque el techo iba a acabarse, subía, abriéndose como una boca de sombra, y los acólitos se enderezaban y de la altura una luna menguante le cayó en la cara donde los ojos no querían verla, desesperadamente se cerraban y abrían buscando pasar al otro lado, descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala. Y cada vez que se abrían era la noche y la luna mientras lo subían por la escalinata, ahora con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de rojo perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante de sangre que chorreaba, y el vaivén de los pies del sacrificado, que arrastraban para tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una última esperanza apretó los párpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo creyó que lo lograría, porque estaba otra vez inmóvil en la cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía a muerte y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sueño también lo habían alzado del suelo, también alguien se le había acercado con un cuchillo en la mano, a él tendido boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados entre las hogueras.</div>Pericles Perihttp://www.blogger.com/profile/14715236845150235668noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-6099139196385686735.post-41566793197172651312008-03-15T14:58:00.000-07:002008-03-15T15:03:55.504-07:00EL TOMUER MUERTO...<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgz9WnEPsXtABm7LRmu2eQ21jXwzsjhlLj7SiefRqyxi6XLNpr1e5G7lW1vK9ZM_0DiuzdO6m0kViDIN2rn7bY4NnSvpROvf4V1JIKik4D95AfJuGsLdlLJHRNdmFkz4km8ZH7YP-1_9GFA/s1600-h/deathps0.JPG"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5178092512034288402" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgz9WnEPsXtABm7LRmu2eQ21jXwzsjhlLj7SiefRqyxi6XLNpr1e5G7lW1vK9ZM_0DiuzdO6m0kViDIN2rn7bY4NnSvpROvf4V1JIKik4D95AfJuGsLdlLJHRNdmFkz4km8ZH7YP-1_9GFA/s400/deathps0.JPG" border="0" /></a>Té cuento lo destapó J.L. Borges. ¡El fue!<br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify"><br />Que un hombre del suburbio de Buenos Aires, que un triste compadrito sin más virtud que la infatuación del coraje, se interne en los desiertos ecuestres de la frontera del Brasil y llegue a capitán de contrabandistas, parece de antemano imposible. A quienes lo entienden así, quiero contarles el destino de Benjamin Otálora, de quien acaso no perdura un recuerdo en el barrio de Balvanera y que murió en su ley, de un balazo, en los confines de Río Grande do Sul. Ignoro los detalles de su aventura; cuando me sean revelados, he de rectificar y ampliar estas páginas. Por ahora, este resumen puede ser útil.<br />Benjamín Otálora cuenta, hacia 1891, diecinueve años. Es un mocetón de frente mezquina, de sinceros ojos claros, de reciedumbre vasca; una puñalada feliz le ha revelado que es un hombre valiente; no lo inquieta la muerte de su contrario, tampoco la inmediata necesidad de huir de la República. El caudillo de la parroquia le da una carta para un tal Azevedo Bandeira, del Uruguay. Otálora se embarca, la travesía es tormentosa y crujiente; al otro día, vaga por las calles de Montevideo, con inconfesada y tal vez ignorada tristeza. No da con Azevedo Bandeira; hacia la medianoche, en un almacén del Paso del Molino, asiste a un altercado entre unos troperos. Un cuchillo relumbra; Otálora no sabe de qué lado está la razón, pero lo atrae el puro sabor del peligro, como a otros la baraja o la música. Para, en el entrevero, una puñalada baja que un peón le tira a un hombre de galera oscura y de poncho. Éste, después, resulta ser Azevedo Bandeira. (Otálora, al saberlo, rompe la carta, porque prefiere debérselo todo a sí mismo.) Azevedo Bandeira da, aunque fornido, la injustificable impresión de ser contrahecho; en su rostro, siempre demasiado cercano, están el judío, el negro y el indio; en su empaque, el mono y el tigre; la cicatriz que le atraviesa la cara es un adorno más, como el negro bigote cerdoso.<br />Proyección o error del alcohol, el altercado cesa con la misma rapidez con que se produjo. Otálora bebe con los troperos y luego los acompaña a una farra y luego a un caserón en la Ciudad Vieja, ya con el sol bien alto. En el último patio, que es de tierra, los hombres tienden su recado para dormir. Oscuramente, Otálora compara esa noche con la anterior; ahora ya pisa tierra firme, entre amigos. Lo inquieta algún remordimiento, eso sí, de no extrañar a Buenos Aires. Duerme hasta la oración, cuando lo despierta el paisano que agredió, borracho, a Bandeira. (Otálora recuerda que ese hombre ha compartido con los otros la noche de tumulto y de júbilo y que Bandeira lo sentó a su derecha y lo obligó a seguir bebiendo.) El hombre le dice que el patrón lo manda buscar. En una suerte de escritorio que da al zaguán (Otálora nunca ha visto un zaguán con puertas laterales) está esperándolo Azevedo Bandeira, con una clara y desdeñosa mujer de pelo colorado. Bandeira lo pondera, le ofrece una copa de caña, le repite que le está pareciendo un hombre animoso, le propone ir al Norte con los demás a traer una tropa. Otálora acepta; hacia la madrugada están en camino, rumbo a Tacuarembó.<br />Empieza entonces para Otálora una vida distinta, una vida de vastos amaneceres y de jornadas que tienen el olor del caballo. Esa vida es nueva para él, y a veces atroz, pero ya está en su sangre, porque lo mismo que los hombres de otras naciones veneran y presienten el mar, así nosotros (también el hombre que entreteje estos símbolos) ansiamos la llanura inagotable que resuena bajo los cascos. Otálora se ha criado en los barrios del carrero y del cuarteador; antes de un año se hace gaucho. Aprende a jinetear, a entropillar la hacienda, a carnear, a manejar el lazo que sujeta y las boleadoras que tumban, a resistir el sueño, las tormentas, las heladas y el sol, a arrear con el silbido y el grito. Sólo una vez, durante ese tiempo de aprendizaje, ve a Azevedo Bandeira, pero lo tiene muy presente, porque ser hombre de Bandeira es ser considerado y temido, y porque, ante cualquier hombrada, los gauchos dicen que Bandeira lo hace mejor. Alguien opina que Bandeira nació del otro lado del Cuareim, en Rio Grande do Sul; eso, que debería rebajarlo, oscuramente lo enriquece de selvas populosas, de ciénagas, de inextricable y casi infinitas distancias. Gradualmente, Otálora entiende que los negocios de Bandeira son múltiples y que el principal es el contrabando. Ser tropero es ser un sirviente; Otálora se propone ascender a contrabandista. Dos de los compañeros, una noche, cruzarán la frontera para volver con unas partidas de caña; Otálora provoca a uno de ellos, lo hiere y toma su lugar. Lo mueve la ambición y también una oscura fidelidad. Que el hombre (piensa) acabe por entender que yo valgo más que todos sus orientales juntos.<br />Otro año pasa antes que Otálora regrese a Montevideo. Recorren las orillas, la ciudad (que a Otálora le parece muy grande); llegan a casa del patrón; los hombres tienden los recados en el último patio. Pasan los días y Otálora no ha visto a Bandeira. Dicen, con temor, que está enfermo; un moreno suele subir a su dormitorio con la caldera y con el mate. Una tarde, le encomiendan a Otálora esa tarea. Éste se siente vagamente humillado, pero satisfecho también.<br />El dormitorio es desmantelado y oscuro. Hay un balcón que mira al poniente, hay una larga mesa con un resplandeciente desorden de taleros, de arreadores, de cintos, de armas de fuego y de armas blancas, hay un remoto espejo que tiene la luna empañada. Bandeira yace boca arriba; sueña y se queja; una vehemencia de sol último lo define. El vasto lecho blanco parece disminuirlo y oscurecerlo; Otálora nota las canas, la fatiga, la flojedad, las grietas de los años. Lo subleva que los esté mandando ese viejo. Piensa que un golpe bastaría para dar cuenta de él. En eso, ve en el espejo que alguien ha entrado. Es la mujer de pelo rojo; está a medio vestir y descalza y lo observa con fría curiosidad. Bandeira se incorpora; mientras habla de cosas de la campaña y despacha mate tras mate, sus dedos juegan con las trenzas de la mujer. Al fin, le da licencia a Otálora para irse.<br />Días después, les llega la orden de ir al Norte. Arriban a una estancia perdida, que está como en cualquier lugar de la interminable llanura. Ni árboles ni un arroyo la alegran, el primer sol y el último la golpean. Hay corrales de piedra para la hacienda, que es guampuda y menesterosa. El Suspiro se llama ese pobre establecimiento.<br />Otálora oye en rueda de peones que Bandeira no tardará en llegar de Montevideo. Pregunta por qué; alguien aclara que hay un forastero agauchado que está queriendo mandar demasiado. Otálora comprende que es una broma, pero le halaga que esa broma ya sea posible. Averigua, después, que Bandeira se ha enemistado con uno de los jefes políticos y que éste le ha retirado su apoyo. Le gusta esa noticia.<br />Llegan cajones de armas largas; llegan una jarra y una palangana de plata para el aposento de la mujer; llegan cortinas de intrincado damasco; llega de las cuchillas, una mañana, un jinete sombrío, de barba cerrada y de poncho. Se llama Ulpiano Suárez y es el capanga o guardaespaldas de Azevedo Bandeira. Habla muy poco y de una manera abrasilerada. Otálora no sabe si atribuir su reserva a hostilidad, a desdén o a mera barbarie. Sabe, eso sí, que para el plan que está maquinando tiene que ganar su amistad.<br />Entra después en el destino de Benjamín Otálora un colorado cabos negros que trae del sur Azevedo Bandeira y que luce apero chapeado y carona con bordes de piel de tigre. Ese caballo liberal es un símbolo de la autoridad del patrón y por eso lo codicia el muchacho, que llega también a desear, con deseo rencoroso, a la mujer de pelo resplandeciente. La mujer, el apero y el colorado son atributos o adjetivos de un hombre que él aspira a destruir.<br />Aquí la historia se complica y se ahonda. Azevedo Bandeira es diestro en el arte de la intimidación progresiva, en la satánica maniobra de humillar al interlocutor gradualmente, combinando veras y burlas; Otálora resuelve aplicar ese método ambiguo a la dura tarea que se propone. Resuelve suplantar, lentamente, a Azevedo Bandeira. Logra, en jornadas de peligro común, la amistad de Suárez. Le confía su plan; Suárez le promete su ayuda. Muchas cosas van aconteciendo después, de las que sé unas pocas. Otálora no obedece a Bandeira; da en olvidar, en corregir, en invertir sus órdenes. El universo parece conspirar con él y apresura los hechos. Un mediodía, ocurre en campos de Tacuarembó un tiroteo con gente riograndense; Otálora usurpa el lugar de Bandeira y manda a los orientales. Le atraviesa el hombro una bala, pero esa tarde Otálora regresa al Suspiro en el colorado del jefe y esa tarde unas gotas de su sangre manchan la piel de tigre y esa noche duerme con la mujer de pelo reluciente. Otras versiones cambian el orden de estos hechos y niegan que hayan ocurrido en un solo día.<br />Bandeira, sin embargo, siempre es nominalmente el jefe. Da órdenes que no se ejecutan; Benjamín Otálora no lo toca, por una mezcla de rutina y de lástima.<br />La última escena de la historia corresponde a la agitación de la última noche de 1894. Esa noche, los hombres del Suspiro comen cordero recién carneado y beben un alcohol pendenciero. Alguien infinitamente rasguea una trabajosa milonga. En la cabecera de la mesa, Otálora, borracho, erige exultación sobre exultación, júbilo sobre júbilo; esa torre de vértigo es un símbolo de su irresistible destino. Bandeira, taciturno entre los que gritan, deja que fluya clamorosa la noche. Cuando las doce campanadas resuenan, se levanta como quien recuerda una obligación. Se levanta y golpea con suavidad a la puerta de la mujer. Ésta le abre en seguida, como si esperara el llamado. Sale a medio vestir y descalza. Con una voz que se afemina y se arrastra, el jefe le ordena:-Ya que vos y el porteño se quieren tanto, ahora mismo le vas a dar un beso a vista de todos.<br />Agrega una circunstancia brutal. La mujer quiere resistir, pero dos hombres la han tomado del brazo y la echan sobre Otálora. Arrasada en lágrimas, le besa la cara y el pecho. Ulpiano Suárez ha empuñado el revólver. Otálora comprende, antes de morir, que desde el principio lo han traicionado, que ha sido condenado a muerte, que le han permitido el amor, el mando y el triunfo, porque ya lo daban por muerto, porque para Bandeira ya estaba muerto.<br />Suárez, casi con desdén, hace fuego. </div>Pericles Perihttp://www.blogger.com/profile/14715236845150235668noreply@blogger.com14tag:blogger.com,1999:blog-6099139196385686735.post-86639857096323747732008-02-27T15:01:00.000-08:002008-02-27T15:04:24.435-08:00POLARIS...<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiO6ZnlI0xZHQHU0QXtNLZKOeqBkNLn_AWfQoIr5FPp2Nl56OXMOPjrEWi8PpZ8iL9cpE6EaYv8LCZm_zWDgZRsRBc1GkWTIO8ZPby7EqSzji0ZHaOISFoGmm6fyuXRuUPaLi00oczgSloB/s1600-h/OJOFIRMAMENTOOK2.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5171799349983675906" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiO6ZnlI0xZHQHU0QXtNLZKOeqBkNLn_AWfQoIr5FPp2Nl56OXMOPjrEWi8PpZ8iL9cpE6EaYv8LCZm_zWDgZRsRBc1GkWTIO8ZPby7EqSzji0ZHaOISFoGmm6fyuXRuUPaLi00oczgSloB/s400/OJOFIRMAMENTOOK2.jpg" border="0" /></a>[Cuento. Texto completo]<br />H.P. Lovecraft se rompió el lomo, o el dedo,<br />escribiéndolo, el cuento...<br /><br /><div></div><br /><div></div><br /><div align="justify">El resplandor de la Estrella Polar penetra por la ventana norte de mi cámara. Allí brilla durante todas las horas espantosas de negrura. Y durante el otoño, cuando los vientos del norte gimen y maldicen, y los árboles del pantano, con las hojas rojizas, susurran cosas en las primeras horas de la madrugada bajo la luna menguante y cornuda, me siento junto a la ventana y contemplo esa estrella. En lo alto tiembla reluciente Casiopea, hora tras hora, mientras la Osa Mayor se eleva pesadamente por detrás de esos árboles empapados de vapor que el viento de la noche balancea. Antes de romper el día, Arcturus parpadea rojozo por encima del cementerio de la loma, y la Cabellera de Berenice resplandece espectral allá, en el oriente misterioso; pero la Estrella Polar sigue mirando con recelo, fija en el mismo punto de la negra bóveda, parpadeando espantosamente como un ojo insensato y vigilante que pugna por transmitir algún extraño mensaje, aunque no recuerda nada, salvo que un día tuvo un mensaje que transmitir. Sin embargo, cuando el cielo se nubla, consigo conciliar el sueño.<br />Nunca olvidaré la noche de la gran aurora, cuando jugaban sobre el pantano los horribles centelleos de la luz demoníaca. Después de los destellos llegaron las nubes, y luego el sueño.<br />Y bajo una luna menguante y cornuda, vi la ciudad por primera vez. Se asentaba, callada y soñolienta, sobre una meseta que se alzaba en una depresión entre picos extraños. Sus murallas eran de horrible mármol, al igual que sus torres, columnas, cúpulas y pavimentos. En las calles había columnas de mármol en cuya parte superior se alzaban esculpidas imágenes de hombres graves y barbados. El aire era cálido y manso. Y en lo alto, apenas a diez grados del cénit, brillaba vigilante esa Estrella Polar. Mucho tiempo estuve contemplando la ciudad sin que llegara el día. Cuando el rojo Aldebarán, que parpadea a baja altura sin ponerse, llevaba ya hecho un cuarto de su camino por el horizonte, vi luz y movimiento en las casas y las calles. Formas extrañamente vestidas, a un tiempo nobles y familiares, deambulaban bajo la luna menguante y cornuda; los hombres hablaban sabiamente en una lengua que yo entendía, si bien era distinta de la que conocía. Y cuando el rojo Aldebarán hubo recorrido más de la mitad de su trayecto, volvió el silencio y la oscuridad.<br />Al despertar ya no fui el de antes. Había quedado grabada en mi memoria la visión de la ciudad, y en mi alma había despertado un recuerdo brumoso, de cuya naturaleza no estaba entonces seguro. Después, en las noches de cielo nublado en que podía dormir, vi con frecuencia la ciudad; unas veces bajo los rayos cálidos y dorados de un sol que nunca se ponía y giraba alrededor del horizonte. Y en las noches claras, la Estrella Polar miraba de soslayo como no lo había hecho nunca.<br />Gradualmente, empecé a preguntarme cuál podía ser mi sitio en aquella ciudad de la extraña meseta entre extraños picos. Contento al principio de contemplar el paisaje como una presencia incorpórea que todo lo observaba, deseé luego definir mi relación con ella, y hablar con los hombres graves que a diario discutían en las plazas. Me dije a mí mismo: "Esto no es un sueño; pues, ¿por qué medio puedo probar que es más real esa otra vida de las casas de piedra y ladrillo, al sur del siniestro pantano y del cementerio de la loma, donde cada noche la Estrella Polar atisba furtiva por mi ventana?"<br />Una noche, mientras escuchaba el discurso en la gran plaza de numerosas estatuas, experimenté un cambio, y noté que al fin tenía forma corporal. Pero no era un extraño en las calles de Olathoe, la ciudad de la meseta de Sarkia, situada entre los picos Noton y Kadiphonek. Era mi amigo Alos quien hablaba, y su discurso era grato a mi alma, ya que era el discurso del hombre sincero y del patriota. Esa noche tuve noticia de la caída de Daikos y del avance de los inutos, demonios achaparrados, amarillos y horribles que cinco años antes habían surgido del desconocido occidente para asolar los confines de nuestro reino y sitiar muchas de nuestras ciudades. Una vez tomadas las plazas fortificadas al pie de las montañas, su camino quedaba ahora expedito hacia la meseta, a menos que cada ciudadano resistiese con la fuerza de diez hombres. Pues las rechonchas criaturas eran poderosas en las artes de la guerra, y no conocían aquellos escrúpulos de honor que impedían a nuestros hombres altos y de ojos grises, habitantes de Lomar, emprender una conquista despiadada.<br />Mi amigo Alos mandaba todas las fuerzas de la meseta, y en él se cifraba la última esperanza de nuestro país. En este momento hablaba de los peligros que había que afrontar y exhortaba a los hombres de Olathoe, los más bravos de los lomarianos, a perpetuar la tradición de sus antepasados, quienes al verse obligados a abandonar Zobna y desplazarse hacia el sur ante el avance de los hielos (incluso nuestros descendientes tendrán que dejar un día las tierras de Lomar), barrieron gallarda y victoriosamente a los gnophkehs, caníbales velludos y de largos brazos que se oponían a su paso. Alos me había rechazado como guerrero, ya que era débil y propenso a extraños desmayos cuando me sometía a la fatiga y al esfuerzo. Pero mis ojos eran los más agudos de la ciudad, a pesar de las largas horas que yo dedicaba cada día al estudio de los manuscritos Pnakóticos y del saber de los Padres Zbanarianos; de modo que mi amigo, no queriendo condenarme a la inacción, me concedió el penúltimo deber en importancia: me envió a la atalaya de Thapnen para hacer allá de ojos de nuestro ejército. En caso de que los inutos intentasen conquistar la ciudadela por el estrecho paso que hay detrás del pico de Noth, y sorprender por allí a la guarnición, yo debía encender la señal de fuego que advertía a los soldados que aguardaban, y salvar la ciudad de su inmediata destrucción.<br />Subí solo a la torre, ya que los hombres fuertes eran todos necesarios abajo en los desfiladeros. Tenía el cerebro dolorosamente embotado por la excitación y el cansancio, ya que no había dormido desde hacía muchos días; pero mi resolución era firme, pues amaba mi tierra natal de Lomar, y la marmórea ciudad de Olathoe, situada entre los picos Noton y Kadiphonek.<br />Pero cuando estaba en la cámara más alta de la torre, percibí la luna roja, siniestra, menguante, cornuda, temblando entre los vapores que flotaban sobre el lejano valle de Banof. Y a través de su abertura del techo brilló la pálida Estrella Polar, parpadeando como si estuviera viva, y mirando furtiva como un demonio de tentación. Creo que su espíritu me susurró consejos malvados, sumiéndome en traidora somnolencia con una rítmica y condenable promesa que repetía una y otra vez:<br />"Duerme, vigía, hasta que las esferas giren veintiséis mil años Y yo regrese al lugar donde ahora ardo. Después, otros astros surgirán En el eje de los cielos astros que sosieguen, astros que bendigan Sólo cuando mi órbita concluya turbará el pasado tu puerta".<br />En vano traté de vencer mi somnolencia, intentando relacionar estas extrañas palabras con alguno de los saberes celestes que yo había aprendido en los manuscritos Pnakóticos. Mi cabeza, pesada y vacilante, se dobló sobre mi pecho; y cuando volví a mirar, fue en un sueño, y la Estrella Polar sonreía burlonamente a través de una ventana, por encima de los horribles y agitados árboles de un pantano soñado. Y aún continúo soñando.<br />En mi vergüenza y desesperación, grito a veces frenéticamente, suplicando a las criaturas soñadas de mi alrededor que me despierten, no vaya a ser que los inutos suban furtivamente por detrás del pico de Noton y tomen la ciudadela por sorpresa; pero estas criaturas son demonios: se ríen de mí y me dicen que no sueño. Se burlan mientras duermo; entretanto, puede que los enemigos achaparrados y amarillos se estén acercando a nosotros con sigilo. He faltado a mi deber y he traicionado a la marmórea ciudad de Olathoe. He sido desleal a Alos, mi amigo y capitán. Sin embargo, estas sombras de mis sueños se burlan de mí. Dicen que no existe ninguna tierra de Lomar, salvo en mis nocturnos desvaríos; que en esas regiones donde la Estrella Polar brilla en lo alto, y donde el rojo Aldebarán se arrastra lentamente por el horizonte, no ha habido otra cosa que hielo y nieve durante milenios, ni otros hombres que esas criaturas rechonchas y amarillas, marchitas por el frío, que se llaman "esquimales".<br />Y mientras escribo en mi culpable agonía, frenético por salvar a la ciudad cuyo peligro aumenta a cada instante, y lucho en vano por liberarme de esta pesadilla en la que parece que estoy en una casa de piedra y de ladrillos, al sur de un siniestro pantano y un cementerio en lo alto de una loma, la Estrella Polar, perversa y monstruosa, mora desde la negra bóveda y parpadea horriblemente como un ojo insensato que pugna por transmitir algún mensaje; aunque no recuerda nada, salvo que un día tuvo un mensaje que transmitir.</div>Pericles Perihttp://www.blogger.com/profile/14715236845150235668noreply@blogger.com9tag:blogger.com,1999:blog-6099139196385686735.post-77344260053876583932008-02-21T08:28:00.000-08:002008-02-21T08:37:07.541-08:00LOS ESPEJISMOS DE DON OSCAR...<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEihehlVRm6s5LUk-nRXW1UKmd0wmWXuD4GPe3EGtjWlhyphenhyphencxBtNA-yhCSJlCcs2xIAXvR6nWWo5G-zUuBvsFJAeCn_WRYT_CXXgfkXzTuSKU14Wbw3qKF0L9RlFHWAtfpeSvE2lhn2abCO4w/s1600-h/ojo_grande.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5169472263688259058" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEihehlVRm6s5LUk-nRXW1UKmd0wmWXuD4GPe3EGtjWlhyphenhyphencxBtNA-yhCSJlCcs2xIAXvR6nWWo5G-zUuBvsFJAeCn_WRYT_CXXgfkXzTuSKU14Wbw3qKF0L9RlFHWAtfpeSvE2lhn2abCO4w/s400/ojo_grande.jpg" border="0" /></a>Tremenda hablada de ña Pilarsss Cisneros y ñor Nacho Santos<br /><div>Codirectores de Telenoticias.</div><div><a href="mailto:pcisneros@teletica.com">pcisneros@teletica.com</a></div><div>Paren las antenas, pitas y pitos o... abran bien los guachos, más mejorsss dicho.</div>(Elque diga queste testo no le para los pelos auno, del colerón por un lado y del taco<br />odel susto, por otro... ta' tomuer muerto yno le han avisado, sada, maes y maaas.<br /><div><br /></div><br /><div align="justify">Las buenas noticias de verdad se construyen con hechos...<br />Contrariamente a lo que afirma el presidente Oscar Arias en su artículo <a href="http://www.nacion.com/ln_ee/2008/febrero/03/opinion1409226.html" target="_blank">Una buena noticia no es noticia </a>( La Nación 3/2/08), el hecho de que Costa Rica haya ocupado el quinto lugar en el Índice de Desempeño Ambiental 2008, no nos convierte en un país limpio, ni mucho menos, amigable con el ambiente. El papel, don Óscar, aguanta lo que le pongan.<br />El Presidente quiere darnos una lección de “ética periodística” porque nos atrevemos a preguntar si realmente merecemos tener el primer lugar del continente americano en conservación ambiental. Lo que manda la ética periodística no es repetir como loros lo que los políticos pregonan, sino cuestionar, confrontar y verificar los hechos antes de lanzarlos al aire. Por hacer precisamente esto –y no por “informar en función del rating”– es por lo que Telenoticias ocupa el primer lugar de audiencia en el país.<br />Perdón, pero no hay que sentir orgullo por honores mal merecidos que estallan en mil pedazos cuando los comparamos con la triste realidad del país en materia ambiental. Vamos a los hechos, don Óscar.<br />Los desechos. ¿Sabe cuánta basura recogieron el año pasado las plantas hidroeléctricas del país? Más de 1.600 toneladas. Por cierto, durante el primer año de su administración, los desechos casi se cuadruplicaron al pasar de 486 a 1.615 toneladas. Creemos que no hay que recordárselo, pues en su plan de gobierno usted dice textualmente: “En el manejo de los desechos sólidos… no ha existido planificación alguna”. ¿Ya se le olvidó?<br />Los ríos. ¿Se bañaría usted en el María Aguilar, en el Virilla o en el Torres, como lo podían hacer sus padres y abuelos? Un estudio de la Universidad Nacional demostró que esos ríos y la mayoría de sus afluentes alcanzan un nivel de contaminación grado 5. Según los científicos, con una contaminación grado 3 no debe permitirse el contacto del agua con los humanos. Usted lo debe tener claro, pues en su plan de gobierno dice: “La cuenca del Río Grande de Tárcoles, donde se asienta una buena parte del desarrollo económico del país, es la cuenca más contaminada de Centroamérica”. ¿Se acuerda?<br />Los bosques. Ya perdimos un 75% de nuestros bosques primarios ¡para siempre! Aunque efectivamente en las últimas décadas nuestros bosques secundarios crecieron, no fue por la acción de los políticos –ni mucho menos de su gobierno–, sino porque decayó la ganadería y muchos optaron por abandonar sus tierras, que se fueron regenerando solas.<br />Los parques. Nuestros parques nacionales, orgullo de todos, generan millones de colones, pero reciben una limosna a cambio. No hay suficientes guardaparques ni equipo, los baños y servicios al turista dan vergüenza, los cazadores los usan como cotos de caza, y ni siquiera son nuestros pues debemos más de 70 millones de dólares a los dueños originales de las tierras. Se las quitamos, pero nunca se las pagamos.<br />La educación. Usted mismo reconoce que somos el país de Centroamérica que más basura produce. Mil toneladas diarias, solo en el área metropolitana. ¿Cuál es su programa de reciclaje, don Óscar? ¿Dónde está su “política pública” para enseñarle a la gente a separar los desechos? En el país que ocupa el quinto lugar mundial en el Índice de Desempeño Ambiental, los basureros a cielo abierto son la regla, no la excepción.<br />El aire. Aquí no vale la pena agregar nada a lo que usted, muy acertadamente, escribió en su plan de gobierno: “La calidad del aire se ha deteriorado hasta tal punto de causar trastornos respiratorios por exposición a contaminantes, en niveles muy superiores a los establecidos en las normas internacionales”.<br />Las reservas. Y ¿qué nos dice de los grandes acuíferos donde se guarda el líquido para las futuras generaciones? Sus funcionarios no cesan de dar permisos a nuevas urbanizaciones en zonas de protección y el Minae sigue autorizando nuevos pozos, a sabiendas de los miles que funcionan en forma clandestina, sin ningún control.<br />Las aguas negras. ¿Dónde está su programa de tratamiento de aguas negras? Millones de excrementos llegan hasta nuestros ríos todos los días, sin ningún control.Y así podríamos seguir y seguir.<br />En algo estamos totalmente de acuerdo con usted: el mejor periodista es el que dice la verdad. Eso es lo que hacemos en Telenoticias, apegarnos a la verdad del país, que casi nunca es igual a la verdad de la clase política.<br />Gracias a esa “búsqueda de la refutación” que tanto molesta al Presidente, no nos creímos el cuento de que el préstamo finlandés de la CCSS era para beneficiar a los asegurados, ni que el ICE escogió al mejor proveedor de las líneas celulares. Ya ve, don Óscar, todas las “buenas noticias” no deberían ser noticia, hasta que no se hayan corroborado. Las refutaciones bien documentadas nunca se convierten en mentiras, como usted sugiere. Es mejor respirar “el polvo de las caídas” y aprender bien nuestras lecciones para corregir y mejorar, que tragarnos las eternas promesas de los políticos que tienen al país sumido en esa ingobernabilidad que usted tanto lamenta.<br />Finalmente, don Óscar, no hay que nacer en Costa Rica para quererla, para sentirse orgulloso de este país maravilloso y para pelear por conservar sus valores y bellas tradiciones. El amor patrio se demuestra con hechos y no con palabras. Con acciones y no con espejismos. Es así como se construyen las buenas noticias de verdad. </div>Pericles Perihttp://www.blogger.com/profile/14715236845150235668noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-6099139196385686735.post-74133274168473942262008-01-22T12:45:00.000-08:002008-01-22T12:53:47.648-08:00EL GESTO DE LA MUERTE<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEglXWBf7__m9P-zhYJUN4RKPmEBOMDM1fgFtWUqLMVe31mp5tnvWEAFsXM_XE2V2JaUflEaYFzTDRdsrSPcSar61MZkGh_wjT0sT3neei5RuF3jrP69AuDOmQu75j2qXAZQkFUlR3pg_Ekh/s1600-h/Muerte.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5158406358117467026" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEglXWBf7__m9P-zhYJUN4RKPmEBOMDM1fgFtWUqLMVe31mp5tnvWEAFsXM_XE2V2JaUflEaYFzTDRdsrSPcSar61MZkGh_wjT0sT3neei5RuF3jrP69AuDOmQu75j2qXAZQkFUlR3pg_Ekh/s400/Muerte.jpg" border="0" /></a> Asegún el jetón de Jean Cocteau (¡Chismiticos es cualquiersss vara!)<br /><br /><div></div><br /><div align="justify">Un joven jardinero persa dice a su príncipe:<br />-¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.<br /></div><div align="justify">El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:<br />-Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?<br />-No fue un gesto de amenaza -le responde- sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche allá, en Ispahán.<br />FIN</div>Pericles Perihttp://www.blogger.com/profile/14715236845150235668noreply@blogger.com12tag:blogger.com,1999:blog-6099139196385686735.post-77294313538338196372008-01-18T08:57:00.000-08:002008-01-18T09:05:33.750-08:00AZATHOTH<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgjTW0UwmZnGwgmpMVTlWtQVHHT27AXmgKBxMVgsN5JCCNoRn6LKBKR6HQwFYmAY9SpkQHQTW1IGlBWC0CJvh3UaGzfk-jeoyp366zTZa5f-_ZTnzInXA1P_31UEBgZ-_D0dX6OBeXy8iaY/s1600-h/fondo+negro.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5156862394683966274" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgjTW0UwmZnGwgmpMVTlWtQVHHT27AXmgKBxMVgsN5JCCNoRn6LKBKR6HQwFYmAY9SpkQHQTW1IGlBWC0CJvh3UaGzfk-jeoyp366zTZa5f-_ZTnzInXA1P_31UEBgZ-_D0dX6OBeXy8iaY/s400/fondo+negro.jpg" border="0" /></a>Patrocinado por HSB... ¡H. P.! Lovecraft<br />(¡Cabrona publicidad!... La harina mía la tengo en el SBBHKK)<br />(¡Por siaca...!)<br /><br /><br /><div align="justify"><br />Cuando el mundo se sumió en la vejez, y la maravilla rehuyó la muerte de los hombres; cuando ciudades grises elevaron hacia cielos velados por el humo torres altas, temibles y feas, a cuya sombra nadie podía soñar sobre el sol ni las praderas floridas de la primavera; cuando el conocimiento despojó a la tierra de su manto de belleza, y los poetas no cantaron sino a distorsionados fantasmas, vistos a través de ojos cansados e introspectivos; cuando tales cosas tuvieron lugar y los anhelos infantiles se hubieron esfumado para siempre, hubo un hombre que empleó su vida en la búsqueda de los espacios hacia los que habían huido los sueños del mundo.<br />Poco hay consignado sobre el nombre y procedencia de este hombre, ya que eso correspondía exclusivamente al mundo despierto, aunque se dice que ambos eran oscuros. Baste saber que vivía en una ciudad de altos muros donde reinaba un estéril crepúsculo; y que se afanaba todo el día entre sombras y alborotos, volviendo a casa por la tarde, a una habitación cuya ventana no daba a campos y arboledas, sino a un penumbroso patio hacia el que muchas otras ventanas se abrían en lúgubre desesperación. Desde ese alféizar no se divisaba sino muros y ventanas, a no ser que uno se inclinara mucho para escudriñar hacia lo alto, hacia las pequeñas estrellas que pasaban. Y dado que los muros desnudos y las ventanas conducen pronto a la locura al hombre que sueña y lee demasiado, el inquilino de este cuarto solía asomarse noche tras noche, escrutando a lo alto para vislumbrar alguna fracción de cosas que estaban más allá del mundo despierto y de la grisura de la elevada ciudad. Con el paso de los años, fue conociendo a las estrellas de curso lento por su nombre, y a seguirlas con la fantasía cuando, con pesar, se deslizaban fuera de su vista; hasta que al fin su mirada se abrió a la multitud de paisajes secretos cuya existencia no llega a sospechar el ojo mundano. Y una noche salvó un tremendo abismo, y los cielos repletos de sueños se abalanzaron hacia la ventana del solitario observador para mezclarse con el aire viciado de su alcoba y hacerle partícipe de sus fabulosa maravilla.<br />A ese cuarto llegaron extrañas corrientes de medianoches violetas, resplandeciendo con polvo de oro; torbellinos de oro y fuego arremolinándose desde los más lejanos espacios, cuajados con perfumes de más allá de los mundos. Océanos opiáceos se derramaron allí, alumbrados por soles que los ojos jamás han contemplado, albergando entre sus remolinos extraños delfines y ninfas marinas, de profundidades olvidadas. La infinitud silenciosa giraba en torno al soñador, arrebatándolo sin tocar siquiera el cuerpo que se asomaba con rigidez a la solitaria ventana; y durante días no consignados por los calendarios del hombre, las mareas de las lejanas esferas lo transportaron gentiles a reunirse con los sueños por los que tanto había porfiado, los sueños que el hombre había perdido. Y en el transcurso de multitud de ciclos, tiernamente, lo dejaron durmiendo sobre una verde playa al amanecer; una ribera de verdor, fragante por los capullos de lotos y sembrado de rojas calamitas...<br />FIN </div>Pericles Perihttp://www.blogger.com/profile/14715236845150235668noreply@blogger.com10tag:blogger.com,1999:blog-6099139196385686735.post-26882132651843348922008-01-17T10:45:00.000-08:002008-01-17T10:56:33.459-08:00EL OJO DEL AMO<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEii1F4EzQrn-ct4lLhPl17iU8QFZBkJTst16nBVcYESiPucsqqR2xgsR_WmyVNAcQJAAI2UPgLuDuEIWC9jNJH_Q05rvTzJuqU0rogOVxpulTXlFfnw6QRciRlE0FnWXTKjXEQkr0GA2FgB/s1600-h/eragon01.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5156520923309097778" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEii1F4EzQrn-ct4lLhPl17iU8QFZBkJTst16nBVcYESiPucsqqR2xgsR_WmyVNAcQJAAI2UPgLuDuEIWC9jNJH_Q05rvTzJuqU0rogOVxpulTXlFfnw6QRciRlE0FnWXTKjXEQkr0GA2FgB/s400/eragon01.jpg" border="0" /></a> El ojo de Italo Calvillo... digo vino.<br /><div>(¿Vino?, y ¿estaba calvillo...?)</div><br /><div></div><br /><div align="justify"><br />-El ojo del amo -le dijo su padre, señalándose un ojo, un ojo viejo entre los párpados ajados, sin pestañas, redondo como el ojo de un pájaro-, el ojo del amo engorda el caballo.<br />-Sí -dijo el hijo y siguió sentado en el borde de la mesa tosca, a la sombra de la gran higuera.<br />-Entonces -dijo el padre, siempre con el dedo debajo del ojo-, ve a los trigales y vigila la siega.<br />El hijo tenía las manos hundidas en los bolsillos, un soplo de viento le agitaba la espalda de la camisa de mangas cortas.<br />-Voy -decía, y no se movía.<br />Las gallinas picoteaban los restos de un higo aplastado en el suelo.<br />Viendo a su hijo abandonado a la indolencia como una caña al viento, el viejo sentía que su furia iba multiplicándose: sacaba a rastras unos sacos del depósito, mezclaba abonos, asestaba órdenes e imprecaciones a los hombres agachados, amenazaba al perro encadenado que gañía bajo una nube de moscas. El hijo del patrón no se movía ni sacaba las manos de los bolsillos, seguía con la mirada clavada en el suelo y los labios como silbando, como desaprobando semejante despilfarro de fuerzas.<br />-El ojo del amo -dijo el viejo.<br />-Voy -respondió el hijo y se alejó sin prisa.<br />Caminaba por el sendero de la viña, las manos en los bolsillos, sin levantar demasiado los tacones. El padre se quedó mirándolo un momento, plantado debajo de la higuera con las piernas separadas, las grandes manos anudadas a la espalda: varias veces estuvo a punto de gritarle algo, pero se quedó callado y se puso a mezclar de nuevo puñados de abono.<br />Una vez más el hijo iba viendo los colores del valle, escuchando el zumbido de los abejorros en los árboles frutales. Cada vez que regresaba a sus pagos, después de languidecer seis meses en ciudades lejanas, redescubría el aire y el alto silencio de su tierra como en un recuerdo de infancia olvidado y al mismo tiempo con remordimiento. Cada vez que venía a su tierra se quedaba como en espera de un milagro: volveré y esta vez todo tendrá un sentido, el verde que se va atenuando en franjas por el valle de mis tierras, los gestos siempre iguales de los hombres que trabajan, el crecimiento de cada planta, de cada rama; la pasión de esta tierra se adueñará de mí, como se adueñó de mi padre, hasta no poder despegarme de aquí.<br />En algunos bancales el trigo crecía a duras penas en la pendiente pedregosa, rectángulo amarillo en medio del gris de las tierras yermas, y dos cipreses negros, uno arriba y otro abajo, que parecían montar guardia. En el trigal estaban los hombres y las hoces moviéndose; el amarillo iba desapareciendo poco a poco como borrado, y abajo reaparecía el gris. El hijo del patrón, con una brizna de hierba entre los dientes, subía por atajos la pendiente desnuda: desde los trigales los hombres ya lo habían visto subir y comentaban su llegada. Sabía lo que los hombres pensaban de él: el viejo será loco pero su hijo es tonto.<br />-Buenas -le dijo U Pé al verlo llegar.<br />-Buenas -dijo el hijo del patrón.<br />-Buenas -dijeron los otros.<br />Y el hijo del patrón respondió:<br />-Buenas.<br />Bien: todo lo que tenían que decirse estaba dicho. El hijo del patrón se sentó en el borde de un bancal, las manos en los bolsillos.<br />-Buenas -dijo una voz desde el bancal de más arriba: era Franceschina que estaba espigando. Él dijo una vez más:<br />-Buenas.<br />Los hombres segaban en silencio. U Pé era un viejo de piel amarilla que le caía arrugada sobre los huesos. U Qué era de edad mediana, velludo y achaparrado; Nanín era joven, un pelirrojo desgarbado: el sudor le pegaba la camiseta y una parte de la espalda desnuda aparecía y desaparecía con cada movimiento de la hoz. La vieja Girumina espigaba, acuclillada en el suelo como una gran gallina negra. Franceschina estaba en el bancal más alto y cantaba una canción de la radio. Cada vez que se agachaba se le descubrían las piernas hasta las corvas.<br />Al hijo del patrón le daba vergüenza estar allí haciendo de vigilante, erguido como un ciprés, ocioso en medio de los que trabajaban. «Ahora», pensaba, «digo que me den un momento una hoz y pruebo un poco.» Pero seguía callado y quieto mirando el terreno erizado de tallos amarillos y duros de espigas cortadas. De todos modos no sería capaz de manejar la hoz y haría un triste papel. Espigar: eso sí podía hacerlo, un trabajo de mujeres. Se agachó, recogió dos espigas, las arrojó en el mandil negro de la vieja Girumina.<br />-Cuidado con pisotear donde todavía no he espigado -dijo la vieja.<br />El hijo del patrón se sentó de nuevo en el borde, mordisqueando una brizna de paja.<br />-¿Más que el año pasado, este año? -preguntó.<br />-Menos -dijo U Qué-, cada año menos.<br />-Fue- dijo U Pé- la helada de febrero. ¿Se acuerda de la helada de febrero?<br />-Sí -dijo el hijo del patrón. Pero no se acordaba.<br />-Fue -dijo la vieja Girumina- el granizo de marzo. En marzo, ¿se acuerda?<br />-Cayó granizo -dijo el hijo del patrón, mintiendo siempre.<br />-Para mí -dijo Nanín- fue la sequía de abril. ¿Recuerda qué sequía?<br />-Todo abril -dijo el hijo del patrón. No se acordaba de nada.<br />Ahora los hombres habían empezado a discutir de la lluvia y el hielo y la sequía: el hijo del patrón estaba fuera de todo ello, separado de las vicisitudes de la tierra. El ojo del amo. El era sólo un ojo. Pero, ¿para qué sirve un ojo, un ojo solo, separado de todo? Ni siquiera ve. Claro que si su padre hubiera estado allí habría cubierto a los hombres de insultos, habría encontrado el trabajo mal hecho, lento, la cosecha arruinada. Casi se sentía la necesidad de los gritos de su padre por aquellos bancales, como cuando se ve a alguien que dispara y se siente la necesidad del estallido en los tímpanos. Él no les gritaría nunca a los hombres, y los hombres lo sabían, por eso seguían trabajando sin darse prisa. Sin embargo era seguro que preferían a su padre, su padre que los hacía sudar, su padre que hacía plantar y recoger el grano en aquellas cuestas para cabras, su padre que era uno de ellos. Él no, él era un extraño que comía gracias al trabajo de ellos, sabía que lo despreciaban, tal vez lo odiaban.<br />Ahora los hombres reanudaban una conversación iniciada antes de que él llegara, sobre una mujer del valle.<br />-Eso decían -dijo la vieja Girumina-, con el párroco.<br />-Sí, sí -dijo U Pé-. El párroco le dijo: Si vienes te doy dos liras.<br />-¿Dos liras? -preguntó Nanín.<br />-Dos liras -dijo U Pé.<br />-De las de entonces -dijo U Qué.<br />-¿Cuánto serían hoy dos liras de entonces? -preguntó Nanín.<br />-No poco -dijo U Qué.<br />-Caray -dijo Nanín.<br />Todos reían de la historia de la mujer; el hijo del patrón también sonrió, pero no entendía bien el sentido de esas historias, amores de mujeres huesudas y bigotudas y vestidas de negro.<br />Franceschina también llegaría a ser así. Ahora espigaba en el bancal más alto, cantando una canción de la radio, y cada vez que se agachaba la falda se le subía más, descubriendo la piel blanca de las corvas.<br />-Franceschina -le gritó Nanín-, ¿irías con un cura por dos liras?<br />Franceschina estaba de pie en el bancal, con el manojo de espigas apretado contra el pecho.<br />-¿Dos mil? -gritó.<br />-Caray, dice dos mi l-dijo Nanín a los otros, perplejo.<br />-Yo no voy ni con curas ni con «civiles» -gritó Franceschina.<br />-Con militares, ¿sí? -gritó U Qué.<br />-Ni con militares -contestó y se puso a recoger espigas de nuevo.<br />-Tiene buenas piernas la Franceschina -dijo Nanín, mirándoselas.<br />Los otros las miraron y estuvieron de acuerdo.<br />-Buenas y rectas -dijeron.<br />El hijo del patrón las miró como si no las hubiera visto antes e hizo un gesto de asentimiento. Pero sabía que no eran bonitas, con sus músculos duros y velludos.<br />-¿Cuándo haces el servicio militar, Nanín? -dijo Girumina.<br />-Hostia, depende de que quieran examinar otra vez a los eximidos -dijo Nanín-. Si la guerra no termina, me llamarán a mí también, con mi insuficiencia torácica.<br />-¿Es cierto que Norteamérica ha entrado en la guerra? -preguntó U Qué al hijo del patrón.<br />-Norteamérica -dijo el hijo del patrón. Tal vez ahora podría decir algo-. Norteamérica y Japón- dijo y se calló. ¿Qué más podía decir?<br />-¿Quién es más fuerte: Norteamérica o Japón?<br />-Los dos son fuertes -dijo el hijo del patrón.<br />-¿Es fuerte Inglaterra?<br />-Eh, sí, también es fuerte.<br />-¿Y Rusia?<br />-Rusia también es fuerte.<br />-¿Alemania?<br />-Alemania también.<br />-¿Y nosotros?<br />-Será una guerra larga -dijo el hijo del patrón-. Una guerra larga.<br />-Cuando la otra guerra -dijo U Pé-, había en el bosque una cueva con diez desertores-. Y señaló arriba, en dirección de los pinos.<br />-Si dura un poco más -dijo Nanín- yo digo que nosotros también terminaremos metidos en las cuevas.<br />-Bah -dijo U Qué-, quién sabe cómo irá a terminar.<br />-Todas las guerras terminan así: al que le toca, le toca.<br />-Al que le toca le toca -repitieron los otros.<br />El hijo del patrón empezó a subir por los bancales mordisqueando la brizna de paja hasta llegar a Franceschina. Le miraba la piel blanca de las corvas cuando se inclinaba a recoger las espigas. Tal vez con ella sería más fácil; se imaginaría que le hacía la corte.<br />-¿Vas alguna vez a la ciudad, Franceschina? -le preguntó. Era un modo estúpido de iniciar una conversación.<br />-A veces bajo los domingos por la tarde. Si hay feria, vamos a la feria, si no, al cine.<br />Había dejado de trabajar. No era eso lo que él quería; ¡si su padre lo viera! En vez de montar la guardia, hacía hablar a las mujeres que trabajaban.<br />-¿Te gusta ir a la ciudad?<br />-Sí, me gusta. Pero en el fondo, por la noche, cuando vuelves, qué te ha quedado. El lunes, vuelta a empezar, y te fue como te fue.<br />-Claro -dijo él mordiendo la brizna.<br />Ahora había que dejarla en paz, si no, no volvería a trabajar. Dio media vuelta y bajó.<br />En los bancales de abajo los hombres casi habían terminado y Nanín envolvía las gavillas en lonas para bajarlas cargadas sobre las espaldas. El mar altísimo con respecto a las colinas empezaba a teñirse de violeta del lado del ocaso. El hijo del patrón miraba su tierra, pura piedra y paja dura, y comprendía que él le sería siempre desesperadamente ajeno. </div>Pericles Perihttp://www.blogger.com/profile/14715236845150235668noreply@blogger.com8tag:blogger.com,1999:blog-6099139196385686735.post-17650247564180896582008-01-11T11:24:00.000-08:002008-01-11T11:38:39.634-08:00INSTRUCCIONES PARA LLORONES...<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi4C8rlLXgBhVJDf8WEV3sCWaqtWrIP7XWtmlngIMCZ8d4hRYcCq6AeCl2oPNtbIv2Bs0rHtF8fF9CH9pu01QLSpINaRfCiw_U-J8JPlX-Do8hnN4I9FPB4sHMbivgC9Ei1d8FoVXDiD4x4/s1600-h/foto389.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5154303586312995554" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi4C8rlLXgBhVJDf8WEV3sCWaqtWrIP7XWtmlngIMCZ8d4hRYcCq6AeCl2oPNtbIv2Bs0rHtF8fF9CH9pu01QLSpINaRfCiw_U-J8JPlX-Do8hnN4I9FPB4sHMbivgC9Ei1d8FoVXDiD4x4/s400/foto389.jpg" border="0" /></a> Así exige Julio Cortarrr... Cortad... ¡Cortázar, Cortázar!, que se asuma la llorada:<br /><br /><br /><div align="justify"></div><div align="justify">Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.<br />FIN</div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">(Y si quieren practicar, mea visan, y yo, con muuucho gusto les ayudo... pa' que lloriqueen y lloriqueen... peeero por más de thres minutos (Me dejan la petición y les caigo...)</div>Pericles Perihttp://www.blogger.com/profile/14715236845150235668noreply@blogger.com26tag:blogger.com,1999:blog-6099139196385686735.post-68187758852235706932007-12-03T11:26:00.000-08:002007-12-03T11:27:59.782-08:00EL ALQUIMISTA<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh1OkUmDRgemL_RJEP0WogmkggY0DjBkeR7_nvoLfPGwVdZI1XzpXQbsondMAnvKmCdRnvXxwwVgpU8xaxK703uvMi6P7K8U4D39nLRrbd0eFs-RxeEDPZ3uS3uaBC1OPbgCObcvLoulMej/s1600-r/ciudad.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5139830577173424258" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg244JGFh6yJvjoCQtZzl3-SmAUMWqRyWO_E31SABNoOwd3DuNASzVrCCUc3yzJBxQy2Hw-WL-E3mxFrDFgC7ys7UNcZeFyg2_ZpmOZrubKYPRTNN4L0xKr5It2Lc27I-UFYvZ3PGGdadO-/s400/ciudad.jpg" border="0" /></a> Aquí, Lovecraft, cayendo, con otro cuento...<br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify">Allá en lo alto, coronando la herbosa cima un montículo escarpado, de falda cubierta por los árboles nudosos de la selva primordial, se levanta la vieja mansión de mis antepasados. Durante siglos sus almenas han contemplado ceñudas el salvaje y accidentado terreno circundante, sirviendo de hogar y fortaleza para la casa altanera cuyo honrado linaje es más viejo aún que los muros cubiertos de musgo del castillo. Sus antiguos torreones, castigados durante generaciones por las tormentas, demolidos por el lento pero implacable paso del tiempo, formaban en la época feudal una de las más temidas y formidables fortalezas de toda Francia. Desde las aspilleras de sus parapetos y desde sus escarpadas almenas, muchos barones, condes y aun reyes han sido desafiados, sin que nunca resonara en sus espaciosos salones el paso del invasor.<br />Pero todo ha cambiado desde aquellos gloriosos años. Una pobreza rayana en la indigencia, unida a la altanería que impide aliviarla mediante el ejercicio del comercio, ha negado a los vástagos del linaje la oportunidad de mantener sus posesiones en su primitivo esplendor; y las derruidas piedras de los muros, la maleza que invade los patios, el foso seco y polvoriento, así como las baldosas sueltas, las tablazones comidas de gusanos y los deslucidos tapices del interior, todo narra un melancólico cuento de perdidas grandezas. Con el paso de las edades, primero una, luego otra, las cuatro torres fueron derrumbándose, hasta que tan sólo una sirvió de cobijo a los tristemente menguados descendientes de los otrora poderosos señores del lugar.<br />Fue en una de las vastas y lóbregas estancias de esa torre que aún seguía en pie donde yo, Antoine, el último de los desdichados y maldecidos condes de C., vine al mundo, hace diecinueve años. Entre esos muros, y entre las oscuras y sombrías frondas, los salvajes barrancos y las grutas de la ladera, pasaron los primeros años de mi atormentada vida. Nunca conocí a mis progenitores. Mi padre murió a la edad de treinta y dos, un mes después de mi nacimiento, alcanzado por una piedra de uno de los abandonados parapetos del castillo; y, habiendo fallecido mi madre al darme a luz, mi cuidado y educación corrieron a cargo del único servidor que nos quedaba, un hombre anciano y fiel de notable inteligencia, que recuerdo que se llamaba Pierre. Yo no era más que un chiquillo, y la carencia de compañía que eso acarreaba se veía aumentada por el extraño cuidado que mi añoso guardián se tomaba para privarme del trato de los muchachos campesinos, aquellos cuyas moradas se desperdigaban por los llanos circundantes en la base de la colina. Por entonces, Pierre me había dicho que tal restricción era debida a que mi nacimiento noble me colocaba por encima del trato con aquellos plebeyos compañeros. Ahora sé que su verdadera intención era ahorrarme los vagos rumores que corrían acerca de la espantosa maldición que afligía a mi linaje, cosas que se contaban en la noche y eran magnificadas por los sencillos aldeanos según hablaban en voz baja al resplandor del hogar en sus chozas.<br />Aislado de esa manera, librado a mis propios recursos, ocupaba mis horas de infancia en hojear los viejos tomos que llenaban la biblioteca del castillo, colmada de sombras, y en vagar sin ton ni son por el perpetuo crepúsculo del espectral bosque que cubría la falda de la colina. Fue quizás merced a tales contornos el que mi mente adquiriera pronto tintes de melancolía. Esos estudios y temas que tocaban lo oscuro y lo oculto de la naturaleza eran lo que más llamaban mi atención.<br />Poco fue lo que me permitieron saber de mi propia ascendencia, y lo poco que supe me sumía en hondas depresiones. Quizás, al principio, fue sólo la clara renuencia mostrada por mi viejo preceptor a la hora de hablarme de mi línea paterna lo que provocó la aparición de ese terror que yo sentía cada vez que se mentaba a mi gran linaje, aunque al abandonar la infancia conseguí fragmentos inconexos de conversación, dejados escapar involuntariamente por una lengua que ya iba traicionándolo con la llegada de la senilidad, y que tenían alguna relación con un particular acontecimiento que yo siempre había considerado extraño, y que ahora empezaba a volverse turbiamente terrible. A lo que me refiero es a la temprana edad en la que los condes de mi linaje encontraban la muerte. Aunque hasta ese momento había considerado un atributo de familia el que los hombres fueran de corta vida, más tarde reflexioné en profundidad sobre aquellas muertes prematuras, y comencé a relacionarlas con los desvaríos del anciano, que a menudo mencionaba una maldición que durante siglos había impedido que las vidas de los portadores del título sobrepasasen la barrera de los treinta y dos años. En mi vigésimo segundo cumpleaños, el añoso Pierre me entregó un documento familiar que, según decía, había pasado de padre a hijo durante muchas generaciones y había sido continuado por cada poseedor. Su contenido era de lo más inquietante, y una lectura pormenorizada confirmó la gravedad de mis temores. En ese tiempo, mi creencia en lo sobrenatural era firme y arraigada, de lo contrario hubiera hecho a un lado con desprecio el increíble relato que tenía ante los ojos.<br />El papel me hizo retroceder a los tiempos del siglo XIII, cuando el viejo castillo en el que me hallaba era una fortaleza temida e inexpugnable. En él se hablaba de cierto anciano que una vez vivió en nuestras posesiones, alguien de no pocos talentos, aunque su rango apenas rebasaba el de campesino; era de nombre Michel, de usual sobrenombre Mauvais, el malhadado, debido a su siniestra reputación. A pesar de su clase, había estudiado, buscando cosas tales como la piedra filosofal y el elixir de la eterna juventud, y tenía fama de ducho en los terribles arcanos de la magia negra y la alquimia. Michel Mauvais tenía un hijo llamado Charles, un mozo tan avezado como él mismo en las artes ocultas, habiendo sido por ello apodado Le Sorcier, el brujo. Ambos, evitados por las gentes de bien, eran sospechosos de las prácticas más odiosas. El viejo Michel era acusado de haber quemado viva a su esposa, a modo de sacrificio al diablo, y, en lo tocante a las incontables desapariciones de hijos pequeños de campesinos, se tendía a señalar su puerta. Pero, a través de las oscuras naturalezas de padre e hijo brillaba un rayo de humanidad y redención; el malvado viejo quería a su retoño con fiera intensidad, mientras que el mozo sentía por su padre una devoción más que filial.<br />Una noche el castillo de la colina se encontró sumido en la más tremenda de las confusiones por la desaparición del joven Godfrey, hijo del conde Henri. Un grupo de búsqueda, encabezado por el frenético padre, invadió la choza de los brujos, hallando al viejo Michel Mauvais mientras trasteaba en un inmenso caldero que bullía violentamente. Sin más demora, llevado de furia y desesperación desbocadas, el conde puso sus manos sobre el anciano mago y, al aflojar su abrazo mortal, la víctima ya había expirado. Entretanto, los alegres criados proclamaban el descubrimiento del joven Godfrey en una estancia lejana y abandonada del edificio, anunciándolo muy tarde, ya que el pobre Michel había sido muerto en vano. Al dejar el conde y sus amigos la mísera cabaña del alquimista, la figura de Charles Le Sorcier hizo acto de presencia bajo los árboles. La charla excitada de los domésticos más próximos le reveló lo sucedido, aunque pareció indiferente en un principio al destino de su padre. Luego, yendo lentamente al encuentro del conde, pronunció con voz apagada pero terrible la maldición que, en adelante, afligiría a la casa de C.<br />«Nunca sea que un noble de tu estirpe homicidaViva para alcanzar mayor edad de la que ahora posees»<br />proclamó cuando, repentinamente, saltando hacia atrás al negro bosque, sacó de su túnica una redoma de líquido incoloro que arrojó al rostro del asesino de su padre, desapareciendo al amparo de la negra cortina de la noche. El conde murió sin decir palabra y fue sepultado al día siguiente, con apenas treinta y dos años. Nunca descubrieron rastro del asesino, aunque implacables bandas de campesinos batieron las frondas cercanas y las praderas que rodeaban la colina.<br />El tiempo y la falta de recordatorios aminoraron la idea de la maldición de la mente de la familia del conde muerto; así que cuando Godfrey, causante inocente de toda la tragedia y ahora portador de un título, murió traspasado por una flecha en el transcurso de una cacería, a la edad de treinta y dos años, no hubo otro pensamiento que el de pesar por su deceso. Pero cuando, años después, el nuevo joven conde, de nombre Robert, fue encontrado muerto en un campo cercano y sin mediar causa aparente, los campesinos dieron en murmurar acerca de que su amo apenas sobrepasaba los treinta y dos cumpleaños cuando fue sorprendido por su temprana muerte. Louis, hijo de Robert, fue descubierto ahogado en el foso a la misma fatídica edad, y, desde ahí, la crónica ominosa recorría los siglos: Henris, Roberts, Antoines y Armands privados de vidas felices y virtuosas cuando apenas rebasaban la edad que tuviera su infortunado antepasado al morir.<br />Según lo leído, parecía cierto que no me quedaban sino once años. Mi vida, tenida hasta entonces en tan poco, se me hizo ahora más preciosa a cada día que pasaba, y me fui progresivamente sumergiendo en los misterios del oculto mundo de la magia negra. Solitario como era, la ciencia moderna no me había perturbado y trabajaba como en la Edad Media, tan empeñado como estuvieran el viejo Michel y el joven Charles en la adquisición de saber demonológico y alquímico. Aunque leía cuanto caía en mis manos, no encontraba explicación para la extraña maldición que afligía a mi familia. En los pocos momentos de pensamiento racional, podía llegar tan lejos como para buscar alguna explicación natural, atribuyendo las tempranas muertes de mis antepasados al siniestro Charles Le Sorcier y sus herederos; pero descubriendo tras minuciosas investigaciones que no había descendientes conocidos del alquimista, me volví nuevamente a los estudios ocultos y de nuevo me esforcé en encontrar un hechizo capaz de liberar a mi estirpe de esa terrible carga. En algo estaba plenamente resuelto. No me casaría jamás, y, ya que las ramas restantes de la familia se habían extinguido, pondría fin conmigo a la maldición.<br />Cuando yo frisaba los treinta, el viejo Pierre fue reclamado por el otro mundo. Lo enterré sin ayuda bajo las piedras del patio por el que tanto gustara de deambular en vida. Así quedé para meditar en soledad, siendo el único ser humano de la gran fortaleza, y en el total aislamiento mi mente fue dejando de rebelarse contra la maldición que se avecinaba para casi llegar a acariciar ese destino con el que se habían encontrado tantos de mis antepasados. Pasaba mucho tiempo explorando las torres y los salones ruinosos y abandonados del viejo castillo, que el temor juvenil me había llevado a rehuir y que, al decir del viejo Pierre, no habían sido hollados por ser humano durante casi cuatro siglos. Muchos de los objetos hallados resultaban extraños y espantosos. Mis ojos descubrieron muebles cubiertos por polvo de siglos, desmoronándose en la putridez de largas exposiciones a la humedad. Telarañas en una profusión nunca antes vista brotaban por doquier, e inmensos murciélagos agitaban sus alas huesudas e inmensas por todos lados en las, por otra parte, vacías tinieblas.<br />Guardaba el cálculo más cuidadoso de mi edad exacta, aun de los días y horas, ya que cada oscilación del péndulo del gran reloj de la biblioteca desgranaba una pizca más de mi condenada existencia. Al final estuve cerca del momento tanto tiempo contemplado con aprensión. Dado que la mayoría de mis antepasados fueron abatidos poco después de llegar a la edad exacta que tenía el conde Henri al morir, yo aguardaba en cualquier instante la llegada de una muerte desconocida. En qué extraña forma me alcanzaría la maldición, eso no sabía decirlo; pero estaba decidido a que, al menos, no me encontrara atemorizado o pasivo. Con renovado vigor, me apliqué al examen del viejo castillo y cuanto contenía.<br />El suceso culminante de mi vida tuvo lugar durante una de mis exploraciones más largas en la parte abandonada del castillo, a menos de una semana de la fatídica hora que yo sabía había de marcar el límite final a mi estancia en la tierra, más allá de la cual yo no tenía siquiera atisbos de esperanza de conservar el hálito. Había empleado la mejor parte de la mañana yendo arriba y abajo por las escaleras medio en ruinas, en uno de los más castigados de los antiguos torreones. En el transcurso de la tarde me dediqué a los niveles inferiores, bajando a lo que parecía ser un calabozo medieval o quizás un polvorín subterráneo, más bajo. Mientras deambulaba lentamente por los pasadizos llenos de incrustaciones al pie de la última escalera, el suelo se tornó sumamente húmedo y pronto, a la luz de mi trémula antorcha, descubrí que un muro sólido, manchado por el agua, impedía mi avance. Girándome para volver sobre mis pasos, fui a poner los ojos sobre una pequeña trampilla con anillo, directamente bajo mis pies. Deteniéndome, logré alzarla con dificultad, descubriendo una negra abertura de la que brotaban tóxicas humaredas que hicieron chisporrotear mi antorcha, a cuyo titubeante resplandor vislumbré una escalera de piedra. Tan pronto como la antorcha, que yo había abatido hacia las repelentes profundidades, ardió libre y firmemente, emprendí el descenso. Los peldaños eran muchos y llevaban a un angosto pasadizo de piedra que supuse muy por debajo del nivel del suelo. Este túnel resultó de gran longitud y finalizaba en una masiva puerta de roble, rezumante con la humedad del lugar, que resistió firmemente cualquier intento mío de abrirla. Cesando tras un tiempo en mis esfuerzos, me había vuelto un trecho hacia la escalera, cuando sufrí de repente una de las impresiones más profundas y enloquecedoras que pueda concebir la mente humana. Sin previo aviso, escuché crujir la pesada puerta a mis espaldas, girando lentamente sobre sus oxidados goznes. Mis inmediatas sensaciones no son susceptibles de análisis. Encontrarme en un lugar tan completamente abandonado como yo creía que era el viejo castillo, ante la prueba de la existencia de un hombre o un espíritu, provocó a mi mente un horror de lo más agudo que pueda imaginarse. Cuando al fin me volví y encaré la fuente del sonido, mis ojos debieron desorbitarse ante lo que veían. En un antiguo marco gótico se encontraba una figura humana. Era un hombre vestido con un casquete<a href="http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/lovecraf/alquimis.htm#1#1" target="_self">1</a> y una larga túnica medieval de color oscuro. Sus largos cabellos y frondosa barba eran de un negro intenso y terrible, de increíble profusión. Su frente, más alta de lo normal; sus mejillas, consumidas, llenas de arrugas; y sus manos largas, semejantes a garras y nudosas, eran de una mortal y marmórea blancura como nunca antes viera en un hombre. Su figura, enjuta hasta asemejarla a un esqueleto, estaba extrañamente cargada de hombros y casi perdida dentro de los voluminosos pliegues de su peculiar vestimenta. Pero lo más extraño de todo eran sus ojos, cavernas gemelas de negrura abisal, profundas en saber, pero inhumanas en su maldad. Ahora se clavaban en mí, lacerando mi alma con su odio, manteniéndome sujeto al sitio. Por fin, la figura habló con una voz retumbante que me hizo estremecer debido a su honda impiedad e implícita malevolencia. El lenguaje empleado en su discurso era el decadente latín usado por los menos eruditos durante la Edad Media, y pude entenderlo gracias a mis prolongadas investigaciones en los tratados de los viejos alquimistas y demonólogos. Esa aparición hablaba de la maldición suspendida sobre mi casa, anunciando mi próximo fin, e hizo hincapié en el crimen cometido por mi antepasado contra el viejo Michel Mauvais, recreándose en la venganza de Charles le Sorcier. Relató cómo el joven Charles había escapado al amparo de la noche, volviendo al cabo de los años para matar al heredero Godfrey con una flecha, en la época en que éste alcanzó la edad que tuviera su padre al ser asesinado; cómo había vuelto en secreto al lugar, estableciéndose ignorado en la abandonada estancia subterránea, la misma en cuyo umbral se recortaba ahora el odioso narrador. Cómo había apresado a Robert, hijo de Godfrey, en un campo, forzándolo a ingerir veneno y dejándolo morir a la edad de treinta y dos, manteniendo así la loca profecía de su vengativa maldición. Entonces me dejó imaginar cuál era la solución de la mayor de las incógnitas: cómo la maldición había continuado desde el momento en que, según las leyes de la naturaleza, Charles le Sorcier hubiera debido morir, ya que el hombre se perdió en digresiones, hablándome sobre los profundos estudios de alquimia de los dos magos, padre e hijo, y explayándose sobre la búsqueda de Charles le Sorcier del elixir que podría garantizarle el goce de vida y juventud eternas.<br />Por un instante su entusiasmo pareció desplazar de aquellos ojos terribles el odio mostrado en un principio, pero bruscamente volvió el diabólico resplandor y, con un estremecedor sonido que recordaba el siseo de una serpiente, alzó una redoma de cristal con evidente intención de acabar con mi vida, tal como hiciera Charles le Sorcier seiscientos años antes con mi antepasado. Llevado por algún protector instinto de autodefensa, luché contra el encanto que me había tenido inmóvil hasta ese momento, y arrojé mi antorcha, ahora moribunda, contra el ser que amenazaba mi vida. Escuché cómo la ampolla se rompía de forma inocua contra las piedras del pasadizo mientras la túnica del extraño personaje se incendiaba, alumbrando la horrible escena con un resplandor fantasmal. El grito de espanto y de maldad impotente que lanzó el frustrado asesino resultó demasiado para mis nervios, ya estremecidos, y caí desmayado al suelo fangoso.<br />Cuando por fin recobré el conocimiento, todo estaba espantosamente a oscuras y, recordando lo ocurrido, temblé ante la idea de tener que soportar aún más; pero fue la curiosidad lo que acabó imponiéndose. ¿Quién, me preguntaba, era este malvado personaje, y cómo había llegado al interior del castillo? ¿Por qué podía querer vengar la muerte del pobre Michel Mauvais y cómo se había transmitido la maldición durante el gran número de siglos pasados desde la época de Charles le Sorcier? El peso del espanto, sufrido durante años, desapareció de mis hombros, ya que sabía que aquel a quien había abatido era lo que hacía peligrosa la maldición, y, viéndome ahora libre, ardía en deseos de saber más del ser siniestro que había perseguido durante siglos a mi linaje, y que había convertido mi propia juventud en una interminable pesadilla. Dispuesto a seguir explorando, me tanteé los bolsillos en busca de eslabón y pedernal, y encendí la antorcha de repuesto. Enseguida, la luz renacida reveló el cuerpo retorcido y achicharrado del misterioso extraño. Esos ojos espantosos estaban ahora cerrados. Desasosegado por la visión, me giré y accedí a la estancia que había al otro lado de la puerta gótica. Allí encontré lo que parecía ser el laboratorio de un alquimista. En una esquina se encontraba una inmensa pila de reluciente metal amarillo que centelleaba de forma portentosa a la luz de la antorcha. Debía de tratarse de oro, pero no me detuve a cerciorarme, ya que estaba afectado de forma extraña por la experiencia sufrida. Al fondo de la estancia había una abertura que conducía a uno de los muchos barrancos abiertos en la oscura ladera boscosa. Lleno de asombro, aunque sabedor ahora de cómo había logrado ese hombre llegar al castillo, me volví. Intenté pasar con el rostro vuelto junto a los restos de aquel extraño, pero, al acercarme, creí oírle exhalar débiles sonidos, como si la vida no hubiera escapado por completo de él. Horrorizado, me incliné para examinar la figura acurrucada y abrasada del suelo. Entonces esos horribles ojos, mas oscuros que la cara quemada donde se albergaban, se abrieron para mostrar una expresión imposible de identificar. Los labios agrietados intentaron articular palabras que yo no acababa de entender. Una vez capté el nombre de Charles le Sorcier y en otra ocasión pensé que las palabras «años» y «maldición» brotaban de esa boca retorcida. A pesar de todo, no fui capaz de encontrar un significado a su habla entrecortada. Ante mi evidente ignorancia, los ojos como pozos relampaguearon una vez más malévolamente en mi contra, hasta el punto de que, inerme como veía a mi enemigo, me sentí estremecer al observarlo.<br />Súbitamente, aquel miserable, animado por un último rescoldo de energía, alzó su espantosa cabeza del suelo húmedo y hundido. Entonces, recuerdo que, estando yo paralizado por el miedo, recuperó la voz y con aliento agonizante vociferó las palabras que en adelante habrían de perseguirme durante todos los días y las noches de mi vida.<br />-¡Necio! -gritaba-. ¿No puedes adivinar mi secreto? ¿No tienes bastante cerebro como para reconocer la voluntad que durante seis largos siglos ha perpetuado la espantosa maldición sobre los tuyos? ¿No te he hablado del gran elixir de la eterna juventud? ¿No sabes quién desveló el secreto de la alquimia? ¡Pues fui yo! ¡Yo! ¡Yo! ¡Yo que he vivido durante seiscientos años para perpetuar mi venganza, PORQUE YO SOY CHARLES LE SORCIER!</div>Pericles Perihttp://www.blogger.com/profile/14715236845150235668noreply@blogger.com52tag:blogger.com,1999:blog-6099139196385686735.post-39104661328656821942007-11-24T07:06:00.000-08:002008-01-11T11:37:19.541-08:00EL MURO<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjIa6xdgIGm3_Hg_AjWLuh_SR9F9xab5aH6HoU4UfLPcnhuv2XhktZpHa2SW-gcK49jryZ0_-49M7BhOJgsVB84S2y7qC9Ml-oorrxfB4VEERxjjLSA3l8x2NA77X7YhfrJjk_GUVPt3afr/s1600-h/Caras+negras.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5136424632644174818" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjIa6xdgIGm3_Hg_AjWLuh_SR9F9xab5aH6HoU4UfLPcnhuv2XhktZpHa2SW-gcK49jryZ0_-49M7BhOJgsVB84S2y7qC9Ml-oorrxfB4VEERxjjLSA3l8x2NA77X7YhfrJjk_GUVPt3afr/s400/Caras+negras.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify">Esta hablada es de Cardona Puña, digo Peña...<br />Chisme patrocinado por: Terox.</div><div align="justify"><br /></div><div align="justify"></div><div align="justify"><br /><br /></div><div align="justify"></div><div align="justify">Del cuarto, situado al extremo de un largo pasadizo, salían voces quedas, susurrantes, que el silencio alargaba.<br /><br />-Debemos llevarnos a la señora Ana – murmuró alguien.<br />-Olvídese de ella – contestaron -. Últimamente la he estado observando y su conducta me parece muy extraña.<br />-Pero es tan paciente, tan abnegada…<br />-No insistas. Debemos irnos los dos, solos.<br /><br />Se escuchó un gemido, que rodó por los corredores repartiéndose en ecos menudos.<br /><br />-¡Calla! ¡Calla!<br /><br />Los gemidos continuaban, y entonces…<br /><br />-Has ganado. Pero verás cómo nos traerá complicaciones.<br />-¡Gracias! Ya me siento mejor.<br />-Debemos comunicárselo ahora mismo, y salir inmediatamente.<br /><br />La puerta se abrió, subieron por una escalera, y se detuvieron frente a un cuarto.<br /><br />-Señora Ana…<br />-¿Eh? ¿Son ustedes?<br />-Sí.<br />-Esperen…<br /><br />La interpelada encendió una vela, fue a abrir y los miró.<br /><br />-¿Qué sucede?<br />-Se ha vendido la casa. Dentro de pocas horas vendrá el nuevo propietario y debemos marcharnos.<br /><br />La señora Ana puso tamaña cara de asombro.<br /><br />-¿Marcharnos?<br />-Después de tantos años de vivir a su lado, nos parece injusto abandonarla.<br />-Se lo agradezco, pero…no puedo. Yo…<br />-¡Síganos!<br /><br />La luz de la vela chisporroteó por el aliento del que emitió la orden, y la anciana (porque la que habían despertado pasaba de los ochenta) comprendió que era peligroso e inútil negarse, y los siguió, moviendo la cabeza, iluminándose con la vela que temblaba en su mano. Atravesaron en silencio varios corredores.<br /><br />-Señores, yo les suplico que me dejen en paz. En cinco años no les he causado molestia alguna, les he servido bien, y…<br />-Por eso mismo, señora Ana; por eso mismo. ¿Qué será de usted en esta casa, sola, con gente extraña que no la comprenderá?<br /><br />Al llegar al final de un pasillo se dirigieron a la izquierda, donde comenzaba una escalera de caracol, y la viejecita tuvo miedo.<br /><br />-¡El muro! –pensó-. ¿Y ahora qué hago?<br /><br />Entonces, fingiendo recordar algo, les dijo:<br /><br />-¡Vaya, vaya! Me olvidé de informarles que no podemos salir. La puerta de entrada no se abre, pues di al cerrajero la llave para que la arreglase. Me prometió que regresaría a las siete de la mañana con una nueva, y como no la necesitaba antes, pues…<br />-¿Qué está diciendo? ¡Déjese de tonterías!<br /><br />Estaban ya en el sótano, frente a un grueso muro de piedra lamido por el tiempo.<br /><br />-¡Vamos! ¡Pronto! ¡Ya está amaneciendo!<br /><br />Avanzaron, pero ella se detuvo. Sintió que la traspasaban con sus miradas brillantes.<br /><br />-¿Qué hace ahí como una estatua? ¡Síganos!<br /><br />Fue entonces cuando se armó de valor.<br /><br />-Señores - les dijo solemnemente - , yo no puedo franquear es muro, porque … ¡No estoy muerta!<br /><br />Se escuchó un alarido terrible, que repercutió por el vasto caserón, y en seguida dos figuras altas y blancas atravesaron como un hálito el grueso muro de piedra. La viejecita inició el regreso a su cuarto, murmurando con vos desdentada:<br /><br />-Siempre temí decírselos, siempre. Pero esta situación no podía continuar indefinidamente. Fue buena la idea de escribir una carta anunciándoles el cambio de dueño. Pobrecitos. Que Dios tenga piedad de sus almas. </div>Pericles Perihttp://www.blogger.com/profile/14715236845150235668noreply@blogger.com12tag:blogger.com,1999:blog-6099139196385686735.post-35777183283128219182007-11-19T15:58:00.000-08:002007-11-19T16:33:58.405-08:00LA TERRIBLE VENGANZA<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi954CuJOpWiplRP4BWYgaaQinTf7nO2nPHYq6trWgt1bFrVdpD4sIPogv0jGihx4w9E3_cuS6E6pc_CiTuVnMB6llIgvQqjraaN06w4lKSzhEdji3jmQuEKqWuTbm7o_zn4dK7WjuQVxDP/s1600-h/grgwstart27l.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5134714179098411970" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi954CuJOpWiplRP4BWYgaaQinTf7nO2nPHYq6trWgt1bFrVdpD4sIPogv0jGihx4w9E3_cuS6E6pc_CiTuVnMB6llIgvQqjraaN06w4lKSzhEdji3jmQuEKqWuTbm7o_zn4dK7WjuQVxDP/s400/grgwstart27l.jpg" border="0" /></a>Esto fue lo que me contó Gogol<br /><div><div><div align="justify"> </div><div align="justify"> </div><div align="justify">En el oscuro sótano de la casa del amo Danilo, y bajo tres candados, yace el brujo, preso entre cadenas de hierro; más allá, a orillas del Dnieper, arde su diabólico castillo, y olas rojas como la sangre baten, lamiéndolas, sus viejas murallas. El brujo está encerrado en el profundo sótano no por delito de hechicería, ni por sus actos sacrílegos: todo ello que lo juzgue Dios. Él está preso por traición secreta, por ciertos convenios realizados con los enemigos de la tierra rusa y por vender el pueblo ucranio a los polacos y quemar iglesias ortodoxas.<br />El brujo tiene aspecto sombrío. Sus pensamientos, negros como la noche, se amontonan en su cabeza. Un solo día le queda de vida. Al día siguiente tendrá que despedirse del mundo. Al siguiente lo espera el cadalso. Y no sería una ejecución piadosa: sería un acto de gracia si lo hirvieran vivo en una olla o le arrancaran su pecaminosa piel.<br />Estaba huraño y cabizbajo el brujo. Tal vez se arrepienta antes del momento de su muerte, ¡pero sus pecados son demasiado graves como para merecer el perdón de Dios!<br />En lo alto del muro hay una angosta ventana enrejada. Haciendo resonar sus cadenas se acerca para ver si pasaba su hija. Ella no es rencorosa, es dulce como una paloma, tal vez se apiade de su padre... Pero no se ve a nadie. Allí abajo se extiende el camino; nadie pasa por él. Más abajo aún se regocija el Dnieper, pero ¡qué puede importarle al Dnieper! Se ve un bote... Pero ¿quién se mece? Y el encadenado escucha con angustia su monótono retumbar.<br />De pronto alguien aparece en el camino: ¡Es un cosaco! Y el preso suspira dolorosamente. De nuevo todo está desierto... Al rato ve que alguien baja a lo lejos... El viento agita su manto verde, una cofia dorada arde en su cabeza... ¡Es ella!<br />Él se aprieta aún más contra los barrotes de la ventana. Ella, entretanto, ya se acerca...<br />-Katerina, hija mía, ¡ten piedad! ¡Dame una limosna!<br />Ella permanece muda, no quiere escucharlo. Tampoco levanta sus ojos hacia la prisión, ya pasa de largo, ya no se la ve. El mundo está vacío; el Dnieper sigue con su melancólica canción y la tristeza vacía el alma. Pero, ¿conocerá el brujo la tristeza?<br />El día está por terminar. Ya se puso el sol, ya ni se lo ve. Ya llega la noche: está refrescando. En alguna parte muge un buey, llegan voces. Seguramente es la gente que vuelve de sus faenas y está alegre; sobre el Dnieper se ve un bote... Pero, ¿quién se acordará del preso? Brilla en el cielo el cuerpo de plata de la luna nueva. Alguien viene del lado opuesto del camino pero es difícil distinguir las cosas en la penumbra..., ¡pero sí!... Es Katerina que está volviendo.<br />-¡Hija, por el amor de Cristo! Ni los feroces lobeznos despedazan a su madre. ¡Hija mía!..., ¡mira al menos a este criminal padre tuyo!<br />Ella no lo escucha y sigue su camino.<br />-¡Hija!... ¡En el nombre de tu desdichada madre!<br />Ella se detuvo.<br />-¡Ven, ven a escuchar mis últimas palabras!<br />-¿Para qué me llamas, apóstata? ¡No me llames hija! Ningún parentesco puede existir entre nosotros. ¿Qué pretendes de mí en nombre de mi desdichada madre?<br />-¡Katerina! Se acerca mi fin. Sé que tu marido me atará a la cola de una yegua y luego la hará galopar por el campo... ¡Y quién sabe si no elegirá una ejecución más terrible!<br />-¿Acaso hay en el mundo una pena que se iguale a tus pecados? Espérala, nadie intercederá por ti.<br />-¡Hija! No temo el castigo, más temo los suplicios en el otro mundo... Tú eres inocente, Katerina, tu alma volará al paraíso, al reino de Dios. Mientras, el alma de tu sacrílego padre arderá en el fuego eterno, un fuego que nunca se apagará. Arderá cada vez más fuerte; ni una gota de rocío caerá sobre mí, ni soplará la más leve brisa...<br />-No está en mi poder aplacar aquel castigo -dijo Katerina, volviendo la cabeza.<br />-¡Katerina! ¡Una palabra más, tú puedes salvar mi alma!. Tú no te imaginas qué bueno y misericordioso es Dios. Habrás oído la historia del apóstol Pablo, un gran pecador que luego se arrepintió y se convirtió en un santo.<br />-¿Qué puedo hacer yo para salvarte? -respondió Katerina-. ¿Acaso yo, una débil mujer, puede pensar en ello?<br />-Si pudiese salir de aquí, renunciaría a todo y me arrepentiría. Confesaría mis pecados, me iría a una cueva, aplicaría ásperos cilicios sobre mi cuerpo y, día y noche, rogaría a Dios. No sólo no comería carne, ¡ni siquiera pescado comería! No cubriría con ningún manto la tierra sobre la que me echara a dormir. ¡Y rezaría, rezaría sin descanso! Y si después de todo esto la bondad divina no me perdona aunque sólo sea la décima parte de mis pecados, me enterraría hasta el cuello en la tierra y me amuraría dentro de una muralla de piedra. No tomaría alimento, no bebería agua. Dejaría todos mis bienes a los monjes para que durante cuarenta días con sus noches rezaran por mí...<br />Katerina se quedó pensativa.<br />-Aunque yo abriese la puerta -dijo-, no podría quitarte las cadenas...<br />-No son las cadenas lo que yo temo -dijo él-. ¿Crees que han encadenado mis manos y mis pies? No. Yo eché bruma en sus ojos y en lugar de mis brazos les tendí madera seca. ¡Mírame!... Ninguna cadena hay sobre mis huesos -añadió, surgiendo entre las sombras del sótano-. Tampoco temería estos muros y pasaría a través de ellos, pero tu marido no se imagina qué muros son éstos: los construyó un santo ermitaño y ninguna fuerza impura puede hacer salir a un prisionero, pues la puerta tiene que abrirse con la misma llave con que el santo cerraba su celda. ¡Una celda así cavaré para mí, pecador, el mayor de los pecadores!<br />-Escucha... yo te pondré en libertad, pero ¿y si me estás engañando? -dijo Katerina, deteniéndose junto a la puerta-. ¿Y si en lugar de arrepentirte sigues hermanado con el diablo?<br />-No, Katerina, ya me queda poca vida. Ya, aunque no fuera a ser ejecutado, mi fin estaría cerca. ¿Es posible que me creas capaz de exponerme al castigo eterno? -sonaron los candados-. ¡Adiós! ¡Que Dios todo misericordioso te ampare, hija mía! -dijo el hechicero, besándola en la frente.<br />-¡No me toques, horrendo pecador! ¡Vete, pronto! -decía Katerina.<br />Pero él ya había desaparecido.<br />-Lo he puesto en libertad -se dijo ella, asustada y mirando con ojos enloquecidos las paredes-. ¿Qué le diré a mi marido? Estoy perdida. Lo único que me queda es enterrarme viva -y sollozando se dejó caer en el tronco que servía de silla al prisionero-. Pero salvé un alma -dijo ella, quedamente-, hice una obra grata a Dios; ¿y mi marido?... Es la primera vez que lo engaño. ¡Oh, qué horrible! ¿Cómo podré guardar mi mentira? Alguien viene. ¡Y es él, mi marido! !Es él, mi marido! -gritó desesperadamente, y cayó a tierra desvanecida.<br /><br />-Soy yo, mi niña. ¡Soy yo, mi corazón! -oyó decir Katerina, recobrándose y viendo ante sí a la vieja sirvienta. La mujer, inclinada sobre ella, parecía susurrar ciertas palabras y con su seca mano la salpicaba con gotas de agua fría.<br />-¿Dónde estoy? -decía Katerina, incorporándose a medias y mirando a su alrededor-. Ante mí se agita el Dnieper, y detrás de mí se alzan las montañas. ¿Adónde me has traído, mujer?<br />-Te he sacado en brazos de aquel sótano sofocante y luego cerré la puerta con la llave para que el amo Danilo no te castigue.<br />-¿Y dónde está la llave? -dijo Katerina, mirando su cinturón-. No la veo.<br />-La desanudó tu marido, hija mía, para ir a ver al brujo.<br />-¿Para verlo?... ¡Ay, mujer, estoy perdida! -exclamó Katerina.<br />-Dios nos libre de eso, mi niña. Tú debes permanecer callada, mi niña, nadie sabrá nada.<br /><br />-¿Has oído, Katerina? -exclamó Danilo, acercándose a su mujer. Sus ojos llameaban, mientras el sable, tintineando, se balanceaba en su cinturón. La mujer quedó muerta de espanto-. ¡Él se escapó, el maldito Anticristo!<br />-¿Acaso alguien lo ha dejado huir, amado mío? -dijo ella, temblando.<br />-Seguramente lo dejaron salir, pero fue el diablo. Mira, en su lugar hay un tronco encadenado. ¡Por qué habrá hecho Dios que el diablo no tema las garras cosacas! Si sólo se me cruzara por la cabeza la idea de que alguno de mis muchachos me ha traicionado, y, si llegara a saber... ¡Ah!, no encontraría un castigo digno de su culpa...<br />-¿Y si hubiera sido yo? -dijo involuntariamente Katerina, pero enseguida se calló.<br />-Si tal cosa fuese verdad, no serías mi esposa. Te cosería dentro de una bolsa y te arrojaría al Dnieper.<br />Katerina se sintió desvanecer, le pareció que sus cabellos se separaban de su cabeza.<br /><br />En la taberna del camino fronterizo se juntaron los polacos y hace dos días están de gran juerga. Hay bastante de toda esta chusma. Se habrán juntado probablemente para una incursión; algunos de ellos hasta llevan mosquete. Se oyen sonar las espuelas y tintinear los sables. Los nobles polacos beben, gritan y se vanaglorian de sus extraordinarias hazañas, se burlan de los cristianos ortodoxos, llaman a los ucranianos sus siervos, retuercen con aire digno sus mostachos y se repantigan en los bancos con las cabezas erguidas. Está con ellos el cura polaco, pero ese cura tiene la misma traza de sus compatriotas; ni por su aspecto perece un sacerdote: bebe y festeja como todos y con su impía lengua pronuncia palabras repugnantes. Tampoco los sirvientes se quedan atrás: arremangándose sus rotas casacas como si fueran hombres de bien, juegan a los naipes y pegan con ellos en las narices de los perdedores... Y se llevan mujeres ajenas... ¡Gritos, peleas!... Los señorones parecen poseídos y hacen bromas pesadas: tiran de la barba al judío tabernero y pintan, sobre su frente impura, una cruz; luego disparan contra las mujeres con balas de fogueo y bailan el krakoviak con su inmundo cura. Nunca se vio tal desvergüenza ni siquiera durante las incursiones tártaras: es posible que Dios haya querido, permitiendo estas atrocidades, castigar los pecados de la tierra rusa... Y entre el endemoniado rumor se oye mencionar la chacra del amo Danilo y de su hermosa mujer, allá, en la otra orilla del Dnieper. Para nada bueno se ha juntado esta pandilla.<br /><br />El amo Danilo se halla sentado en su habitación, acodado sobre la mesa. Parece meditar. Desde el banco el ama Katerina canta una canción.<br />-¡Estoy muy triste, querida mía! -dijo el amo Danilo-. Me duele la cabeza, me duele el corazón. Algo me oprime... Se ve que la muerte anda rondando mi alma.<br />-¡Oh, mi amado Danilo! Apoya tu cabeza en mi pecho. ¿Por qué acaricias en tu corazón pensamientos nefastos? -pensó Katerina, pero no se atrevió a decirlo en voz alta. Se sentía culpable y le resultaba imposible recibir caricias de su esposo.<br />-Escucha, querida -dijo Danilo-. No abandones jamás a nuestro hijo cuando yo deje esta vida. Dios no te daría felicidad si lo abandonaras, ni en este mundo ni en el otro. ¡Sufrirán mis huesos al pudrirse en la tierra, pero más, mucho más, sufrirá mi alma!<br />-¿Qué dices, esposo mío? ¿No eras tú quien se burlaba de las débiles mujeres, tú, que ahora hablas como una de ellas? Aún has de vivir mucho tiempo.<br />-No, Katerina, mi alma presiente su próximo fin. Se vuelve triste la vida en esta tierra; se acercan tiempos aciagos. ¡Ah, cuántos recuerdos! ¡Aquellos años que ya no volverán! Aún vivía Konashevich, gloria y honor de nuestro ejército. Veo pasar ante mis ojos los regimientos cosacos. ¡Aquélla sí fue una época de oro, Katerina! El viejo hetmán montaba en su caballo moro, en sus manos refulgía el bastón, mientras a su alrededor se agitaba la infantería cosaca... ¡Ah, cómo se movía el rojo mar de jinetes de Zaporozhie. El hetmán hablaba y todos quedaban como petrificados. Y el viejo lloraba cuando recordaba nuestras antiguas hazañas, aquellas luchas cuerpo a cuerpo. ¡Ah, Katerina, si supieras cómo peleábamos con los turcos! En mi cabeza conservo una profunda cicatriz. Cuatro balas me han atravesado y ninguna de estas heridas ha terminado de curarse, ¡Cuánto oro arrebatamos entonces! Los cosacos traían sus gorras llenas de piedras preciosas. ¡Y qué caballos, Katerina, si supieras qué caballos apresábamos entonces! No, ya no podré pelear como entonces. Parece que no estoy viejo, mi cuerpo se mantiene ágil; pero la espada cosaca se cae de mis manos, vivo sin hacer nada y yo mismo ya no sé para qué vivo. No hay orden en Ucrania. Los coroneles y los esaúles<a href="http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/rus/gogol/terrible.htm#1#1">1</a> riñen entre sí como los perros; no hay guía que los dirija. Nuestras familias de abolengo adoptaron las costumbres polacas, aprendieron su hipócrita astucia... Vendieron sus almas al aceptar la unia<a href="http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/rus/gogol/terrible.htm#2#2">2</a>. Los judíos explotan al pobre. ¡Oh tiempos, tiempos pasados! ¿Dónde han quedado mis años juveniles? ¡Anda, muchacho! Tráeme de la bodega un jarro de hidromiel. Beberé por nuestra suerte de antaño, por los tiempos idos.<br />-¿Con qué vamos a convidar a las visitas, mi amo? ¡Por el lado de las llanuras se acercan los polacos! -dijo Stetzko, entrando en la jata<a href="http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/rus/gogol/terrible.htm#3#3">3</a>.<br />-¡Sé muy bien a qué vienen! -exclamó Danilo, levantándose de su asiento-. ¡Ensillen los caballos, mis servidores. ¡Colóquenles sus guarniciones! ¡Todos los sables fuera de las vainas! ¡Ah, y a no olvidarse de la avena de plomo: recibiremos con honra a los visitantes!<br />Los cosacos aún no habían tenido tiempo de montar sus caballos y cargar sus mosquetes cuando los polacos, cuál ocres hojas cayendo de los árboles en otoño, cubrieron totalmente la falda de la montaña.<br />-¡Bueno, bueno! ¡Aquí hay con quién charlar a gusto! -dijo Danilo, mirando a los gordos señores que muy orondos se balanceaban en sus cabalgaduras con arneses de oro-. ¡Por lo que veo nos está esperando una fiesta hermosa! ¡Goza, pues, tu última hora, alma de cosaco! Ha llegado nuestro día: ¡a festejarlo, pues, muchachos!<br />Y comenzó la orgía de las montañas. Comenzó el gran festín: ya se pasean las espadas, vuelan los proyectiles, relinchan los corceles. Los gritos enloquecen la mente, el humo enceguece los ojos. Todo se mezcla; pero el cosaco siente dónde está el amigo y dónde el enemigo. Y cuando estalla una bala, cae del caballo un bravo jinete; cuando silba el sable, una cabeza rueda por tierra murmurando palabras confusas.<br />Pero en medio de la multitud siempre sobresale el rojo tope de un gorro cosaco. Es el amo Danilo: brilla el cinto de oro de su casaca azul, vuela como un torbellino la crin de su caballo moro. Está en todas partes, parece un pájaro. Grita y agita su sable de Damasco y pega golpes a diestra y siniestra...<br />-¡Pega, asesta tus sablazos, cosaco! ¡Date el gusto, diviértete, cosaco! Goza con tu corazón de valiente!, pero no vayas a distraerte con los arneses de oro y las ricas casacas. ¡Pisa con herraduras de tu corcel el oro y las piedras preciosas! ¡Clava tu lanza, cosaco! Goza, goza, pero mira hacia atrás, los impíos polacos están prendiendo fuego a las viviendas y se llevan el asustado ganado.<br />Y el amo Danilo, como un torbellino, vuelve grupas, y ya se ve su gorro con el tope rojo cerca de las jatas, y mengua la muchedumbre de los enemigos.<br />Varias horas duró la pelea entre cosacos y polacos. El número de éstos era cada vez menor, pero el amo Danilo parecía incansable. Con su larga lanza abatía a los jinetes enemigos, y su bravo caballo picoteaba a los que estaban de pie. Ya queda libre de invasores el patio, ya huyen los polacos, ya los cosacos se abalanzan sobre los enemigos muertos para arrancar sus casacas adornada de oro y los ricos arneses. Y el amo Danilo se disponía a reunir a su gente para iniciar la persecución, cuando... de pronto, se estremeció... Creyó ver al padre de Katerina. Estaba ahí, sobre la loma, apuntándole con un mosquete. Danilo fustigó su caballo hacia donde se hallaba el otro...<br />-¡Cosaco, estás ideando tu perdición!<br />Retumba el mosquete y el brujo desaparece detrás de la loma. Sólo el fiel Stetzko ve cómo desaparece la vestidura roja y el extraño gorro. Pero el cosaco vacila, cae a tierra. Ya se lanza el fiel Stetzko, para ayudar a su amo, tendido en tierra, cerrados sus claros ojos. Pero ya Danilo ha percibido la presencia de su fiel servidor. ¡Adiós, Stetzko! Dile a Katerina que no abandone a su hijo y no lo abandonen ustedes, mis fieles servidores -dijo, y luego calló.<br />Ya vuela el alma del cosaco de su cuerpo, morados están sus labios... Duerme el cosaco y ya nadie podrá despertarlo.<br />FIN </div></div></div>Pericles Perihttp://www.blogger.com/profile/14715236845150235668noreply@blogger.com17tag:blogger.com,1999:blog-6099139196385686735.post-84524276771648785122007-11-14T09:35:00.000-08:002007-11-14T09:38:52.313-08:00EL ESPECTRO...<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjGV9BlHdGe_IloYDhM1yVnXDX7kZVWciJBbfB-z-a-O316zKt3DbKmDDaRdr79ah7fuJ3Akq7pmFbBRgo7GWOkQ8j3DKl861NalfLogqCKET1UeC-mGRlQ1WJlReP4hEqtNSXt7v3ZvV41/s1600-h/sangre,+manos.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5132751838216764514" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjGV9BlHdGe_IloYDhM1yVnXDX7kZVWciJBbfB-z-a-O316zKt3DbKmDDaRdr79ah7fuJ3Akq7pmFbBRgo7GWOkQ8j3DKl861NalfLogqCKET1UeC-mGRlQ1WJlReP4hEqtNSXt7v3ZvV41/s400/sangre,+manos.jpg" border="0" /></a> Cuento. Texto completo<br />H... Quiroga, contó este cuento.<br /><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify">Todas las noches, en el Grand Splendid de Santa Fe, Enid y yo asistimos a los estrenos cinematográficos. Ni borrascas ni noches de hielo nos han impedido introducirnos, a las diez en punto, en la tibia penumbra del teatro. Allí, desde uno u otro palco, seguimos las historias del film con un mutismo y un interés tales, que podrían llamar sobre nosotros la atención, de ser otras las circunstancias en que actuamos.<br />Desde uno u otro palco, he dicho; pues su ubicación nos es indiferente. Y aunque la misma localidad llegue a faltarnos alguna noche, por estar el Splendid en pleno, nos instalamos, mudos y atentos siempre a la representación, en un palco cualquiera ya ocupado. No estorbamos, creo; o, por lo menos, de un modo sensible. Desde el fondo del palco, o entre la chica del antepecho y el novio adherido a su nuca, Enid y yo, aparte del mundo que nos rodea, somos todo ojos hacia la pantalla. Y si en verdad alguno, con escalofríos de inquietud cuyo origen no alcanza a comprender, vuelve a veces la cabeza para ver lo que no puede, o siente un soplo helado que no se explica en la cálida atmósfera, nuestra presencia de intrusos no es nunca notada; pues preciso es advertir ahora que Enid y yo estamos muertos.<br />De todas las mujeres que conocí en el mundo vivo, ninguna produjo en mí el efecto que Enid. La impresión fue tan fuerte que la imagen y el recuerdo mismo de todas las mujeres se borró. En mi alma se hizo de noche, donde se alzó un solo astro imperecedero: Enid. La sola posibilidad de que sus ojos llegaran a mirarme sin indiferencia, deteníame bruscamente el corazón . Y ante la idea de que alguna vez podía ser mía, la mandíbula me temblaba. ¡Enid!<br />Tenía ella entonces, cuando vivíamos en el mundo, la más divina belleza que la epopeya del cine ha lanzado a miles de leguas y expuesto a la mirada fija de los hombres. Sus ojos, sobre todo, fueron únicos; y jamás terciopelo de mirada tuvo un marco de pestañas como los ojos de Enid; terciopelo azul, húmedo y reposado, como la felicidad que sollozaba en ella.<br />La desdicha me puso ante ella cuando ya estaba casada.<br />No es ahora del caso ocultar nombres. Todos recuerdan a Duncan Wyoming, el extraordinario actor que, comenzando su carrera al mismo tiempo que William Hart, tuvo, como éste y a la par de éste, las mismas hondas virtudes de interpretación viril. Hart ha dado al cine todo lo que podíamos esperar de él, y es un astro que cae. De Wyoming, en cambio, no sabemos lo que podíamos haber visto, cuando apenas en el comienzo de su breve y fantástica carrera creó -como contraste con el empalagoso héroe actual- el tipo de varón rudo, áspero, feo, negligente y cuanto se quiera, pero hombre de la cabeza a los pies, por la sobriedad, el empuje y el carácter distintivos del sexo.<br />Hart prosiguió actuando y ya lo hemos visto.<br />Wyoming nos fue arrebatado en la flor de la edad, en instantes en que daba fin a dos cintas extraordinarias, según informes de la empresa: El Páramo y Más allá de lo que se ve. Pero el encanto -la absorción de todos los sentimientos de un hombre- que ejerció sobre mí Enid, no tuvo sino una amargura: Wyoming, que era su marido, era también mi mejor amigo.<br />Habíamos pasado dos años sin vernos con Duncan; él, ocupado en sus trabajos de cine, y yo en los míos de literatura. Cuando volví a hallarlo en Hollywood, ya estaba casado.<br />-Aquí tienes a mi mujer -me dijo echándomela en los brazos.<br />Y a ella:<br />-Apriétalo bien, porque no tendrás un amigo como Grant. Y bésalo, si quieres.<br />No me besó, pero al contacto con su melena en mi cuello, sentí en el escalofrío de todos mis nervios que jamás podría yo ser un hermano para aquella mujer.<br />Vivimos dos meses juntos en el Canadá, y no es difícil comprender mi estado de alma respecto de Enid. Pero ni en una palabra, ni en un movimiento, ni en un gesto me vendí ante Wyoming. Sólo ella leía en mi mirada, por tranquila que fuera, cuán profundamente la deseaba.<br />Amor, deseo... Una y otra cosa eran en mí gemelas, agudas y mezcladas; porque si la deseaba con todas las fuerzas de mi alma incorpórea, la adoraba con todo el torrente de mi sangre substancial.<br />Duncan no lo veía. ¿Cómo podía verlo?<br />A la entrada del invierno regresamos a Hollywood, y Wyoming cayó entonces con el ataque de gripe que debía costarle la vida. Dejaba a su viuda con fortuna y sin hijos. Pero no estaba tranquilo, por la soledad en que quedaba su mujer.<br />-No es la situación económica -me decía-, sino el desamparo moral. Y en este infierno del cine...<br />En el momento de morir, bajándonos a su mujer y a mí hasta la almohada, y con voz ya difícil:<br />-Confíate a Grant, Enid... Mientras lo tengas a él, no temas nada. Y tú, viejo amigo, vela por ella. Sé su hermano...No, no prometas. Ahora puedo ya pasar al otro lado...<br />Nada de nuevo en el dolor de Enid y el mío. A los siete días regresábamos al Canadá, a la misma choza estival que un mes antes nos había visto a los tres cenar ante la carpa. Como entonces, Enid miraba ahora el fuego, achuchada por el sereno glacial, mientras yo, de pie, la contemplaba. Y Duncan no estaba más.<br />Debo decirlo: en la muerte de Wyoming yo no vi sino la liberación de la terrible águila enjaulada en nuestro corazón, que es el deseo de una mujer a nuestro lado que no se puede tocar. Yo había sido el mejor amigo de Wyoming, y mientras él vivió, el águila no deseó su sangre; se alimentó -la alimenté- con la mía propia. Pero entre él y yo se había levantado algo más consistente que una sombra. Su mujer fue, mientras él vivió -y lo hubiera sido eternamente-, intangible para mí. Pero él había muerto. No podía Wyoming exigirme el sacrificio de la Vida en que él acababa de fracasar. Y Enid era mi vida, mi porvenir, mi aliento y mi ansia de vivir, que nadie, ni Duncan -mi amigo íntimo, pero muerto-, podía negarme.<br />Vela por ella... ¡Sí, mas dándole lo que él le había restado al perder su turno: la adoración de una vida entera consagrada a ella!<br />Durante dos meses, a su lado de día y de noche, velé por ella como un hermano. Pero al tercero caí a sus pies.<br />Enid me miró inmóvil, y seguramente subieron a su memoria los últimos instantes de Wyoming, porque me rechazó violentamente. Pero yo no quité la cabeza de su falda.<br />-Te amo, Enid -le dije-. Sin ti me muero.<br />-¡Tú, Guillermo! -murmuró ella-. ¡Es horrible oírte decir esto!<br />-Todo lo que quieras -repliqué-. Pero te amo inmensamente.<br />-¡Cállate, cállate!<br />-Y te he amado siempre... Ya lo sabes...<br />-¡No, no sé!<br />-Sí, lo sabes.<br />Enid me apartaba siempre, y yo resistía con la cabeza entre sus rodillas.<br />-Dime que lo sabías...<br />-¡No, cállate! Estamos profanando...<br />-Dime que lo sabías...<br />-¡Guillermo!<br />-Dime solamente que sabías que siempre te he querido...<br />Sus brazos se rindieron cansados, y yo levanté la cabeza. Encontré sus ojos al instante, un solo instante, antes que Enid se doblegara a llorar sobre sus propias rodillas.<br />La dejé sola; y cuando una hora después volví a entrar, blanco de nieve, nadie hubiera sospechado, al ver nuestro simulado y tranquilo afecto de todos los días, que acabábamos de tender, hasta hacerlas sangrar, las cuerdas de nuestros corazones.<br />Porque en la alianza de Enid y Wyoming no había habido nunca amor. Faltóle siempre una llamarada de insensatez, extravío, injusticia -la llama de pasión que quema la moral entera de un hombre y abrasa a la mujer en largos sollozos de fuego-. Enid había querido a su esposo, nada más; y lo había querido, nada más que querido ante mí, que era la cálida sombra de su corazón, donde ardía lo que no le llegaba de Wyoming, y donde ella sabía iba a refugiarse todo lo que de ella no alcanzaba hasta él.<br />La muerte, luego, dejando hueco que yo debía llenar con el afecto de un hermano... ¡De hermano, a ella, Enid, que era mi sola sed de dicha en el inmenso mundo!<br />A los tres días de la escena que acabo de relatar regresamos a Hollywood. Y un mes más tarde se repetía exactamente la situación: yo de nuevo a los pies de Enid con la cabeza en sus rodillas, y ella queriendo evitarlo.<br />-Te amo cada día más, Enid...<br />-¡Guillermo!<br />-Dime que algún día me querrás.<br />-¡No!<br />-Dime solamente que estás convencida de cuánto te amo.<br />-¡No!<br />-Dímelo.<br />-¡Déjame! ¿No ves que me estás haciendo sufrir de un modo horrible?<br />Y al sentirme temblar mudo sobre el altar de sus rodillas, bruscamente me levantó la cara entre las manos:<br />-¡Pero déjame, te digo! ¡Déjame! ¿No ves que también te quiero con toda el alma y que estamos cometiendo un crimen?<br />Cuatro meses justos, ciento veinte días transcurridos apenas desde la muerte del hombre que ella amó, del amigo que me había interpuesto como un velo protector entre su mujer y un nuevo amor...<br />Abrevio. Tan hondo y compenetrado fue el nuestro, que aun hoy me pregunto con asombro qué finalidad absurda pudieron haber tenido nuestras vidas de no habernos encontrado por bajo de los brazos de Wyoming.<br />Una noche -estábamos en Nueva York- me enteré que se pasaba por fin El páramo, una de las dos cintas de que he hablado, y cuyo estreno se esperaba con ansiedad. Yo también tenía el más vivo interés de verla, y se lo propuse a Enid. ¿Por qué no?<br />Un largo rato nos miramos; una eternidad de silencio, durante el cual el recuerdo galopó hacia atrás entre derrumbamiento de nieve y caras agónicas. Pero la mirada de Enid era la vida misma, y presto entre el terciopelo húmedo de sus ojos y los míos no medió sino la dicha convulsiva de adorarnos. ¡Y nada más!<br />Fuimos al Metropole, y desde la penumbra rojiza del palco vimos aparecer, enorme y con el rostro más blanco que la hora de morir, a Duncan Wyoming. Sentí temblar bajo mi mano el brazo de Enid.<br />¡Duncan!<br />Sus mismos gestos eran aquéllos. Su misma sonrisa confiada era la de sus labios. Era su misma enérgica figura la que se deslizaba adherida a la pantalla. Y a veinte metros de él, era su misma mujer la que estaba bajo los dedos del amigo íntimo...<br />Mientras la sala estuvo a obscuras, ni Enid ni yo pronunciamos una palabra ni dejamos un instante de mirar. Largas lágrimas rodaban por sus mejillas, y me sonreía. Me sonreía sin tratar de ocultarme sus lágrimas.<br />-Sí, comprendo, amor mío... -murmuré, con los labios sobre el extremo de sus pieles, que, siendo un obscuro detalle de su traje, era asimismo toda su persona idolatrada-. Comprendo, pero no nos rindamos... ¿Sí?... Así olvidaremos...<br />Por toda respuesta, Enid, sonriéndome siempre, se recogió muda a mi cuello.<br />A la noche siguiente volvimos. ¿Qué debíamos olvidar? La presencia del otro, vibrante en el haz de luz que lo transportaba a la pantalla palpitante de la vida; su inconsciencia de la situación; su confianza en la mujer y el amigo; esto era precisamente a lo que debíamos acostumbrarnos.<br />Una y otra noche, siempre atentos a los personajes, asistimos al éxito creciente de El páramo.<br />La actuación de Wyoming era sobresaliente y se desarrollaba en un drama de brutal energía: una pequeña parte de los bosques del Canadá y el resto en la misma Nueva York. La situación central constituíala una escena en que Wyoming, herido en la lucha con un hombre, tiene bruscamente la revelación del amor de su mujer por ese hombre, a quien él acaba de matar por motivos aparte de este amor. Wyoming acababa de atarse un pañuelo a la frente. Y tendido en el diván, jadeando aún de fatiga, asistía a la desesperación de su mujer sobre el cadáver del amante.<br />Pocas veces la revelación del derrumbe, la desolación y el odio han subido al rostro humano con más violenta claridad que en esa circunstancia a los ojos de Wyoming. La dirección del film había exprimido hasta la tortura aquel prodigio de expresión, y la escena se sostenía un infinito número de segundos, cuando uno solo bastaba para mostrar al rojo blanco la crisis de un corazón en aquel estado.<br />Enid y yo, juntos e inmóviles en la obscuridad, admirábamos como nadie al muerto amigo, cuyas pestañas nos tocaban casi cuando Wyoming venía desde el fondo a llenar él solo la pantalla. Y al alejarse de nuevo a la escena del conjunto, la sala entera parecía estirarse en perspectiva. Y Enid y yo, con un ligero vértigo por este juego, sentíamos aún el roce de los cabellos de Duncan que habían llegado a rozarnos.<br />¿Por qué continuábamos yendo al Metropole? ¿Qué desviación de nuestras conciencias nos llevaba allá noche a noche a empapar en sangre nuestro amor inmaculado? ¿Qué presagio nos arrastraba como a sonámbulos ante una acusación alucinante que no se dirigía a nosotros, puesto que los ojos de Wyoming estaban vueltos al otro lado?<br />¿A dónde miraban? No sé a dónde, a un palco cualquiera de nuestra izquierda. Pero una noche noté, lo sentí en la raíz de los cabellos, que los ojos se estaban volviendo hacia nosotros. Enid debió de notarlo también, porque sentí bajo mi mano la honda sacudida de sus hombros.<br />Hay leyes naturales, principios físicos que nos enseñan cuán fría magia es ésa de los espectros fotográficos danzando en la pantalla, remedando hasta en los más íntimos detalles una vida que se perdió. Esa alucinación en blanco y negro es sólo la persistencia helada de un instante, el relieve inmutable de un segundo vital. Más fácil nos sería ver a nuestro lado a un muerto que deja la tumba para acompañarnos, que percibir el más leve cambio en el rostro lívido de un film.<br />Perfectamente. Pero a despecho de las leyes y los principios, Wyoming nos estaba viendo. Si para la sala, El páramo era una ficción novelesca, y Wyoming vivía sólo por una ironía de la luz; si no era más que un frente eléctrico de lámina sin costados ni fondo, para nosotros -Wyoming, Enid y yo- la escena filmada vivía flagrante, pero no en la pantalla, sino en un palco, donde nuestro amor sin culpa se transformaba en monstruosa infidelidad ante el marido vivo....<br />¿Farsa del actor? ¿Odio fingido por Duncan ante aquel cuadro de El páramo?<br />¡No! Allí estaba la brutal revelación; la tierna esposa y el amigo íntimo en la sala de espectáculos, riéndose, con las cabezas juntas, de la confianza depositada en ellos...<br />Pero no nos reíamos, porque noche a noche, palco tras palco, la mirada se iba volviendo cada vez más a nosotros.<br />-¡Falta un poco aún!... -me decía yo.<br />-Mañana será... -pensaba Enid.<br />Mientras el Metropole ardía de luz, el mundo real de las leyes físicas se apoderaba de nosotros y respirábamos profundamente.<br />Pero en la brusca cesación de luz, que como un golpe sentíamos dolorosamente en los nervios, el drama espectral nos cogía otra vez.<br />A mil leguas de Nueva York, encajonado bajo tierra, estaba tendido sin ojos Duncan Wyoming. Mas su sorpresa ante el frenético olvido de Enid, su ira y su venganza estaban vivas allí, encendiendo el rastro químico de Wyoming, moviéndose en sus ojos vivos, que acababan, por fin, de fijarse en los nuestros.<br />Enid ahogó un grito y se abrazó desesperadamente a mí.<br />-¡Guillermo!<br />-Cállate, por favor...<br />-¡Es que ahora acaba de bajar una pierna del diván!<br />Sentí que la piel de la espalda se me erizaba, y miré:<br />Con lentitud de fiera y los ojos clavados sobre nosotros, Wyoming se incorporaba del diván. Enid y yo lo vimos levantarse, avanzar hacia nosotros desde el fondo de la escena, llegar al monstruoso primer plano... Un fulgor deslumbrante nos cegó, a tiempo que Enid lanzaba un grito.<br />La cinta acababa de quemarse.<br />Mas, en la sala iluminada las cabezas todas estaban vueltas hacia nosotros. Algunos se incorporaron en el asiento a ver lo que pasaba.<br />-La señora está enferma; parece una muerta -dijo alguno en la platea.<br />-Más muerto parece él -agregó otro.<br />¿Qué más? Nada, sino que en todo el día siguiente Enid y yo no nos vimos. Únicamente al mirarnos por primera vez de noche para dirigirnos al Metropole, Enid tenía ya en sus pupilas profundas la tiniebla del más allá, y yo tenía un revólver en el bolsillo.<br />No sé si alguno en la sala reconoció en nosotros a los enfermos de la noche anterior. La luz se apagó, se encendió y tornó a apagarse, sin que lograra reposarse una sola idea normal en el cerebro de Guillermo Grant, y sin que los dedos crispados de este hombre abandonaran un instante el gatillo.<br />Yo fui toda la vida dueño de mí. Lo fui hasta la noche anterior, cuando contra toda justicia un frío espectro que desempeñaba su función fotográfica de todos los días crió dedos estranguladores para dirigirse a un palco a terminar el film.<br />Como en la noche anterior, nadie notaba en la pantalla algo anormal, y es evidente que Wyoming continuaba jadeante adherido al diván. Pero Enid -¡Enid entre mis brazos!- tenía la cara vuelta a la luz, pronta para gritar... ¡Cuando Wyoming se incorporó por fin!<br />Yo lo vi adelantarse, crecer, llegar al borde mismo de la pantalla, sin apartar la mirada de la mía. Lo vi desprenderse, venir hacia nosotros en el haz de luz; venir en el aire por sobre las cabezas de la platea, alzándose, llegar hasta nosotros con la cabeza vendada. Lo vi extender las zarpas de sus dedos... a tiempo que Enid lanzaba un horrible alarido, de esos en que con una cuerda vocal se ha rasgado la razón entera, e hice fuego.<br />No puedo decir qué pasó en el primer instante. Pero en pos de los primeros momentos de confusión y de humo, me vi con el cuerpo colgado fuera del antepecho, muerto.<br />Desde el instante en que Wyoming se había incorporado en el diván, dirigí el cañón del revólver a su cabeza. Lo recuerdo con toda nitidez. Y era yo quien había recibido la bala en la sien.<br />Estoy completamente seguro de que quise dirigir el arma contra Duncan. Solamente que, creyendo apuntar al asesino, en realidad apuntaba contra mí mismo. Fue un error, una simple equivocación, nada más; pero que me costó la vida.<br />Tres días después Enid quedaba a su vez desalojada de este mundo. Y aquí concluye nuestro idilio.<br />Pero no ha concluido aún. No son suficientes un tiro y un espectro para desvanecer un amor como el nuestro. Más allá de la muerte, de la vida y de sus rencores, Enid y yo nos hemos encontrado. Invisibles dentro del mundo vivo, Enid y yo estamos siempre juntos, esperando el anuncio de otro estreno cinematográfico.<br />Hemos recorrido el mundo. Todo es posible esperar menos que el más leve incidente de un film pase inadvertido a nuestros ojos. No hemos vuelto a ver más El páramo. La actuación de Wyoming en él no puede ya depararnos sorpresas, fuera de las que tan dolorosamente pagamos.<br />Ahora nuestra esperanza está puesta en Más allá de lo que se ve. Desde hace siete años la empresa filmadora anuncia su estreno y hace siete años que Enid y yo esperamos. Duncan es su protagonista; pero no estaremos más en el palco, por lo menos en las condiciones en que fuimos vencidos. En las presentes circunstancias, Duncan puede cometer un error que nos permita entrar de nuevo en el mundo visible, del mismo modo que nuestras personas vivas, hace siete años, le permitieron animar la helada lámina de su film.<br />Enid y yo ocupamos ahora, en la niebla invisible de lo incorpóreo, el sitio privilegiado de acecho que fue toda la fuerza de Wyoming en el drama anterior. Si sus celos persisten todavía, si se equivoca al vernos y hace en la tumba el menor movimiento hacia afuera, nosotros nos aprovecharemos. La cortina que separa la vida de la muerte no se ha descorrido únicamente en su favor, y el camino está entreabierto. Entre la Nada que ha disuelto lo que fue Wyoming, y su eléctrica resurrección, queda un espacio vacío. Al más leve movimiento que efectúe el actor, apenas se desprenda de la pantalla, Enid y yo nos deslizaremos como por una fisura en el tenebroso corredor. Pero no seguiremos el camino hacia el sepulcro de Wyoming; iremos hacia la Vida, entraremos en ella de nuevo. Y es el mundo cálido del que estamos expulsados, el amor tangible y vibrante de cada sentido humano, lo que nos espera entonces a Enid y a mí.<br />Dentro de un mes o de un año, ella llegará. Sólo nos inquieta la posibilidad de que Más allá de lo que se ve se estrene bajo otro nombre, como es costumbre en esta ciudad. Para evitarlo, no perdemos un estreno. Noche a noche entramos a las diez en punto en el Gran Splendid, donde nos instalamos en un palco vacío o ya ocupado, indiferentemente. </div>Pericles Perihttp://www.blogger.com/profile/14715236845150235668noreply@blogger.com1