sábado, 18 de octubre de 2008

NOCHES DE "BOHEMIA"...

Lues cribí yo, y melo publicaron en El Mercurio,
El Universal y El Mundo...





La oscuridad se rasga y se tiñe de sangre ante los destellos de las fulminantes explosiones que estremecen a una árida tierra, morada de hombres y mujeres civiles inocentes, y de niños; tan niños como los nuestros, y es desgarrador su sufrimiento.

La noche es amarga, extensa, pesada… sostiene toneladas de destrucción.

La luna tiembla irritada, el manto de estrellas se retuerce y quiere desmoronarse ante el impacto que causa el fuego despiadado que lanza un gigante arrogante. Y llegó con aliados para compartir el pecado. Dicen agredir por prevención y patriotismo, para defender su suelo que quedó a lo lejos. Y a los cadáveres libran de un dictador.
Madres cargadas de angustia, mortificadas y ansiosas toman a sus niñas y niños para protegerlos. Su sustento es “Valium”, según las noticias. El gemido, el grito y el llanto se funden en un coro de horror que aturde y trastorna los sentidos. Atrapados están y tal vez sin salida, entre la incursión sin juicio de una civilización extraña.


Más extraña, aún, porque se tilda de pacifista y humanitaria, pero llega violenta, instigada por un monstruoso vampiro verde que la domina y la guía a su antojo. Y la lleva a lucirse con creces causando dolor, desaliento… muerte. Tiene licencia para matar… no es terrorismo, su ataque, es un ataque oficial.
La codicia desquicia... el olor a una sangre muy negra y espesa, enloquece… No es por accidente que vuela libre el vampiro voraz, figura ávida de esa sangre renegrida que brota a borbollones por allá.

Esa civilización invasora y extraña, infunde terror, sin ser terrorista, dijimos, pues además de licencia, posee una conciencia, que le dicta, que su ejército… es un ejército de salvación, ¡y no hay discusión! ¿Ok?“
Una noche y muchas más en una milenaria ciudad, podemos llamar a esta historia.
Y día tras día hasta hoy se multiplican las muertes, y el Desastre es el rey del lugar. Y la Anarquía, reina.
Algunos “creyentes”, en el poniente, ya solicitan otro titular: “Más noches y más días en… en otra ciudad del Medio Oriente”. O podrían solicitarle a Neil Diamond el título de su canción: “Brother love’s traveling salvation show”.


A propósito de salvadores, los de esta historia, parece que no buscaban defender su suelo que quedo a lo lejos; no buscaban armas, ni terroristas.
Por cierto: ¿Y si hubiesen tenido armas los castigados?
-¡Dios libre!... en esa zona del orbe tienen el derecho comprado a vivir desarmados. Los invasores, jamás. Por ello es que en armas hasta los dientes están y, ¡con un colmillo!


En cuanto a terroristas, es extraño, que sabiendo a quien llaman el número uno –dicen-, el mayor sacrificio e inversión de tiempo, esfuerzo y dinero se despliegue, precisamente, donde no está el “caballero”.
Y es raro, que de vez en cuando éste aparezca tan fácil y tan cumplido por televisión, asustando y motivando a... ¡qué siga la función!
Donde están esos invasores, ahora hay terrorismo; terroristas que quieren ahuyentar a esos "salvadores" que "juegan" con una doble moral, pues hablan de paz, de hermandad y de justicia pero, no es lo que están exportando hacia allá.


Qué cruel realidad ha creado el hombre.

Cuando el legado que deja el poder es el abuso, la prepotencia y las ansias de más poder, la producción de enemigos se suma en potencia.-¡No hay problema! dicen, si económica y militarmente atados están; y además, para ellos está prohibida la proliferación...


En cuanto a estadísticas y omisiones, ¿cuántos niños habrán muerto o quedado destrozados, a la fecha, en esa árida tierra?

miércoles, 9 de julio de 2008

¡DILES QUE NO ME MATEN!

Juan Rulfo, fuel pendejo, el llorón...
[Cuento. Texto completo]



-¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad.
-No puedo. Hay allí un sargento que no quiere oír hablar nada de ti.
-Haz que te oiga. Date tus mañas y dile que para sustos ya ha estado bueno. Dile que lo haga por caridad de Dios.
-No se trata de sustos. Parece que te van a matar de a de veras. Y yo ya no quiero volver allá.
-Anda otra vez. Solamente otra vez, a ver qué consigues.
-No. No tengo ganas de eso, yo soy tu hijo. Y si voy mucho con ellos, acabarán por saber quién soy y les dará por afusilarme a mí también. Es mejor dejar las cosas de este tamaño.
-Anda, Justino. Diles que tengan tantita lástima de mí. Nomás eso diles.
Justino apretó los dientes y movió la cabeza diciendo:
-No.
Y siguió sacudiendo la cabeza durante mucho rato.
Justino se levantó de la pila de piedras en que estaba sentado y caminó hasta la puerta del corral. Luego se dio vuelta para decir:
-Voy, pues. Pero si de perdida me afusilan a mí también, ¿quién cuidará de mi mujer y de los hijos?
-La Providencia, Justino. Ella se encargará de ellos. Ocúpate de ir allá y ver qué cosas haces por mí. Eso es lo que urge.
Lo habían traído de madrugada. Y ahora era ya entrada la mañana y él seguía todavía allí, amarrado a un horcón, esperando. No se podía estar quieto. Había hecho el intento de dormir un rato para apaciguarse, pero el sueño se le había ido. También se le había ido el hambre. No tenía ganas de nada. Sólo de vivir. Ahora que sabía bien a bien que lo iban a matar, le habían entrado unas ganas tan grandes de vivir como sólo las puede sentir un recién resucitado. Quién le iba a decir que volvería aquel asunto tan viejo, tan rancio, tan enterrado como creía que estaba. Aquel asunto de cuando tuvo que matar a don Lupe. No nada más por nomás, como quisieron hacerle ver los de Alima, sino porque tuvo sus razones. Él se acordaba:
Don Lupe Terreros, el dueño de la Puerta de Piedra, por más señas su compadre. Al que él, Juvencio Nava, tuvo que matar por eso; por ser el dueño de la Puerta de Piedra y que, siendo también su compadre, le negó el pasto para sus animales.
Primero se aguantó por puro compromiso. Pero después, cuando la sequía, en que vio cómo se le morían uno tras otro sus animales hostigados por el hambre y que su compadre don Lupe seguía negándole la yerba de sus potreros, entonces fue cuando se puso a romper la cerca y a arrear la bola de animales flacos hasta las paraneras para que se hartaran de comer. Y eso no le había gustado a don Lupe, que mandó tapar otra vez la cerca para que él, Juvencio Nava, le volviera a abrir otra vez el agujero. Así, de día se tapaba el agujero y de noche se volvía a abrir, mientras el ganado estaba allí, siempre pegado a la cerca, siempre esperando; aquel ganado suyo que antes nomás se vivía oliendo el pasto sin poder probarlo.
Y él y don Lupe alegaban y volvían a alegar sin llegar a ponerse de acuerdo. Hasta que una vez don Lupe le dijo:
-Mira, Juvencio, otro animal más que metas al potrero y te lo mato.
Y él contestó:
-Mire, don Lupe, yo no tengo la culpa de que los animales busquen su acomodo. Ellos son inocentes. Ahí se lo haiga si me los mata.
"Y me mató un novillo.
"Esto pasó hace treinta y cinco años, por marzo, porque ya en abril andaba yo en el monte, corriendo del exhorto. No me valieron ni las diez vacas que le di al juez, ni el embargo de mi casa para pagarle la salida de la cárcel. Todavía después, se pagaron con lo que quedaba nomás por no perseguirme, aunque de todos modos me perseguían. Por eso me vine a vivir junto con mi hijo a este otro terrenito que yo tenía y que se nombra Palo de Venado. Y mi hijo creció y se casó con la nuera Ignacia y tuvo ya ocho hijos. Así que la cosa ya va para viejo, y según eso debería estar olvidada. Pero, según eso, no lo está.
"Yo entonces calculé que con unos cien pesos quedaba arreglado todo. El difunto don Lupe era solo, solamente con su mujer y los dos muchachitos todavía de a gatas. Y la viuda pronto murió también dizque de pena. Y a los muchachitos se los llevaron lejos, donde unos parientes. Así que, por parte de ellos, no había que tener miedo.
"Pero los demás se atuvieron a que yo andaba exhortado y enjuiciado para asustarme y seguir robándome. Cada vez que llegaba alguien al pueblo me avisaban:
"-Por ahí andan unos fureños, Juvencio.
"Y yo echaba pal monte, entreverándome entre los madroños y pasándome los días comiendo verdolagas. A veces tenía que salir a la media noche, como si me fueran correteando los perros. Eso duró toda la vida . No fue un año ni dos. Fue toda la vida."
Y ahora habían ido por él, cuando no esperaba ya a nadie, confiado en el olvido en que lo tenía la gente; creyendo que al menos sus últimos días los pasaría tranquilos. "Al menos esto -pensó- conseguiré con estar viejo. Me dejarán en paz".
Se había dado a esta esperanza por entero. Por eso era que le costaba trabajo imaginar morir así, de repente, a estas alturas de su vida, después de tanto pelear para librarse de la muerte; de haberse pasado su mejor tiempo tirando de un lado para otro arrastrado por los sobresaltos y cuando su cuerpo había acabado por ser un puro pellejo correoso curtido por los malos días en que tuvo que andar escondiéndose de todos.
Por si acaso, ¿no había dejado hasta que se le fuera su mujer? Aquel día en que amaneció con la nueva de que su mujer se le había ido, ni siquiera le pasó por la cabeza la intención de salir a buscarla. Dejó que se fuera sin indagar para nada ni con quién ni para dónde, con tal de no bajar al pueblo. Dejó que se le fuera como se le había ido todo lo demás, sin meter las manos. Ya lo único que le quedaba para cuidar era la vida, y ésta la conservaría a como diera lugar. No podía dejar que lo mataran. No podía. Mucho menos ahora.
Pero para eso lo habían traído de allá, de Palo de Venado. No necesitaron amarrarlo para que los siguiera. Él anduvo solo, únicamente maniatado por el miedo. Ellos se dieron cuenta de que no podía correr con aquel cuerpo viejo, con aquellas piernas flacas como sicuas secas, acalambradas por el miedo de morir. Porque a eso iba. A morir. Se lo dijeron.
Desde entonces lo supo. Comenzó a sentir esa comezón en el estómago que le llegaba de pronto siempre que veía de cerca la muerte y que le sacaba el ansia por los ojos, y que le hinchaba la boca con aquellos buches de agua agria que tenía que tragarse sin querer. Y esa cosa que le hacía los pies pesados mientras su cabeza se le ablandaba y el corazón le pegaba con todas sus fuerzas en las costillas. No, no podía acostumbrarse a la idea de que lo mataran.
Tenía que haber alguna esperanza. En algún lugar podría aún quedar alguna esperanza. Tal vez ellos se hubieran equivocado. Quizá buscaban a otro Juvencio Nava y no al Juvencio Nava que era él.
Caminó entre aquellos hombres en silencio, con los brazos caídos. La madrugada era oscura, sin estrellas. El viento soplaba despacio, se llevaba la tierra seca y traía más, llena de ese olor como de orines que tiene el polvo de los caminos.
Sus ojos, que se habían apenuscado con los años, venían viendo la tierra, aquí, debajo de sus pies, a pesar de la oscuridad. Allí en la tierra estaba toda su vida. Sesenta años de vivir sobre de ella, de encerrarla entre sus manos, de haberla probado como se prueba el sabor de la carne. Se vino largo rato desmenuzándola con los ojos, saboreando cada pedazo como si fuera el último, sabiendo casi que sería el último.
Luego, como queriendo decir algo, miraba a los hombres que iban junto a él. Iba a decirles que lo soltaran, que lo dejaran que se fuera: "Yo no le he hecho daño a nadie, muchachos", iba a decirles, pero se quedaba callado. "Más adelantito se los diré", pensaba. Y sólo los veía. Podía hasta imaginar que eran sus amigos; pero no quería hacerlo. No lo eran. No sabía quiénes eran. Los veía a su lado ladeándose y agachándose de vez en cuando para ver por dónde seguía el camino.
Los había visto por primera vez al pardear de la tarde, en esa hora desteñida en que todo parece chamuscado. Habían atravesado los surcos pisando la milpa tierna. Y él había bajado a eso: a decirles que allí estaba comenzando a crecer la milpa. Pero ellos no se detuvieron.
Los había visto con tiempo. Siempre tuvo la suerte de ver con tiempo todo. Pudo haberse escondido, caminar unas cuantas horas por el cerro mientras ellos se iban y después volver a bajar. Al fin y al cabo la milpa no se lograría de ningún modo. Ya era tiempo de que hubieran venido las aguas y las aguas no aparecían y la milpa comenzaba a marchitarse. No tardaría en estar seca del todo.
Así que ni valía la pena de haber bajado; haberse metido entre aquellos hombres como en un agujero, para ya no volver a salir.
Y ahora seguía junto a ellos, aguantándose las ganas de decirles que lo soltaran. No les veía la cara; sólo veía los bultos que se repegaban o se separaban de él. De manera que cuando se puso a hablar, no supo si lo habían oído. Dijo:
-Yo nunca le he hecho daño a nadie -eso dijo. Pero nada cambió. Ninguno de los bultos pareció darse cuenta. Las caras no se volvieron a verlo. Siguieron igual, como si hubieran venido dormidos.
Entonces pensó que no tenía nada más que decir, que tendría que buscar la esperanza en algún otro lado. Dejó caer otra vez los brazos y entró en las primeras casas del pueblo en medio de aquellos cuatro hombres oscurecidos por el color negro de la noche.
-Mi coronel, aquí está el hombre.
Se habían detenido delante del boquete de la puerta. Él, con el sombrero en la mano, por respeto, esperando ver salir a alguien. Pero sólo salió la voz:
-¿Cuál hombre? -preguntaron.
-El de Palo de Venado, mi coronel. El que usted nos mandó a traer.
-Pregúntale que si ha vivido alguna vez en Alima -volvió a decir la voz de allá adentro.
-¡Ey, tú! ¿Que si has habitado en Alima? -repitió la pregunta el sargento que estaba frente a él.
-Sí. Dile al coronel que de allá mismo soy. Y que allí he vivido hasta hace poco.
-Pregúntale que si conoció a Guadalupe Terreros.
-Que dizque si conociste a Guadalupe Terreros.
-¿A don Lupe? Sí. Dile que sí lo conocí. Ya murió.
Entonces la voz de allá adentro cambió de tono:
-Ya sé que murió -dijo-. Y siguió hablando como si platicara con alguien allá, al otro lado de la pared de carrizos:
-Guadalupe Terreros era mi padre. Cuando crecí y lo busqué me dijeron que estaba muerto. Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para enraizar está muerta. Con nosotros, eso pasó.
"Luego supe que lo habían matado a machetazos, clavándole después una pica de buey en el estómago. Me contaron que duró más de dos días perdido y que, cuando lo encontraron tirado en un arroyo, todavía estaba agonizando y pidiendo el encargo de que le cuidaran a su familia.
"Esto, con el tiempo, parece olvidarse. Uno trata de olvidarlo. Lo que no se olvida es llegar a saber que el que hizo aquello está aún vivo, alimentando su alma podrida con la ilusión de la vida eterna. No podría perdonar a ése, aunque no lo conozco; pero el hecho de que se haya puesto en el lugar donde yo sé que está, me da ánimos para acabar con él. No puedo perdonarle que siga viviendo. No debía haber nacido nunca".
Desde acá, desde fuera, se oyó bien claro cuando dijo. Después ordenó:
-¡Llévenselo y amárrenlo un rato, para que padezca, y luego fusílenlo!
-¡Mírame, coronel! -pidió él-. Ya no valgo nada. No tardaré en morirme solito, derrengado de viejo. ¡No me mates...!
-¡Llévenselo! -volvió a decir la voz de adentro.
-...Ya he pagado, coronel. He pagado muchas veces. Todo me lo quitaron. Me castigaron de muchos modos. Me he pasado cosa de cuarenta años escondido como un apestado, siempre con el pálpito de que en cualquier rato me matarían. No merezco morir así, coronel. Déjame que, al menos, el Señor me perdone. ¡No me mates! ¡Diles que no me maten!.
Estaba allí, como si lo hubieran golpeado, sacudiendo su sombrero contra la tierra. Gritando.
En seguida la voz de allá adentro dijo:
-Amárrenlo y denle algo de beber hasta que se emborrache para que no le duelan los tiros.
Ahora, por fin, se había apaciguado. Estaba allí arrinconado al pie del horcón. Había venido su hijo Justino y su hijo Justino se había ido y había vuelto y ahora otra vez venía.
Lo echó encima del burro. Lo apretaló bien apretado al aparejo para que no se fuese a caer por el camino. Le metió su cabeza dentro de un costal para que no diera mala impresión. Y luego le hizo pelos al burro y se fueron, arrebiatados, de prisa, para llegar a Palo de Venado todavía con tiempo para arreglar el velorio del difunto.
-Tu nuera y los nietos te extrañarán -iba diciéndole-. Te mirarán a la cara y creerán que no eres tú. Se les afigurará que te ha comido el coyote cuando te vean con esa cara tan llena de boquetes por tanto tiro de gracia como te dieron.
FIN

SEGUN MANEJAMOS NOS CONDUCIMOS...

Othro queme prestaron.
Publicado en La República y
en La Nación.





Según manejamos nos conducimos. ¡Atropelladamente! Una cosa es fiel reflejo de la otra. Por eso sucede lo que sucede en los diversos ámbitos del país, en el acontecer nacional.

Necesitamos una terapia extrema… que nos lleve a que se haga la luz en lo más profundo de nuestras cabezas, y se iluminen. Porque nos urge dar rienda suelta al ¡sentido común!, en todo momento, lugar y circunstancia. Debemos darle rienda suelta, en la forma de conducir nuestra democracia y de manejarnos a través de ella. Según manejamos nuestros vehículos -sin usar bien la cabeza-, igual hemos conducido, por añadidura, nuestras instituciones públicas, nuestros destinos, el país; es lo que se desprende, día tras día, de las diversas noticias, escritas, radiadas, televisadas…

Nuestra forma de “avanzar” al volante o a pie refleja cuánto tenemos realmente en nuestro intelecto, y descubre cuánto nos falta para llegar a tener buen juicio y buen razonamiento.
Un dictamen, es que el "sentido común" no es muy común en nuestro suelo. De su ausencia se derivan la imprudencia, la irresponsabilidad y el irrespeto. Y como el conocimiento académico no lo es todo, ni el poder económico, el problema igual viaja en “cacharritos” como en últimos modelos.

Un ejemplo contundente de ese déficit de Sentido Común, lo representa, el mal uso o el desuso de las luces que tienen los carros para que sus conductores se comuniquen con su derredor; me refiero a las luces de emergencia o de parqueo, pero, sobre todo, a las luces direccionales, pues igual funcionan mal nuestras "luces" racionales, por lo visto en carretera y por lo visto en…
La mayoría de las ticas y los ticos no entendemos la lógica de esas lucecitas que antaño no tenían las “carreticas”. Por eso, como un ejemplo, entre una infinidad de ellos: Vemos a una persona llegando de Alajuela a San José por la… por la autopista, sí, General Cañas, por el carril extremo derecho; como esa persona busca el Paseo Colón, ¡arroja su carro contra quien sea para llegar al carril extremo izquierdo!, sin activar la luz direccional para comunicarse y alertar a los demás, y sin fijarse si alguien viene detrás o al lado. Y ya ubicada esta persona, ¡gracias a Dios!, en el carril extremo izquierdo, que es el carril exclusivo para tomar hacia el Paseo Colón, frente a las barbas de don León, muy cortés decide, ahora sí, activar la luz direccional… ¿Para qué?, si ya está ubicada en ese carril ¡exclusivo! para tomar hacia el Paseo Colón, después de habérsele atravesado a más de una docena en el intento. Este es un movimiento irracional que tiene relación con otro que es mortal: el falso adelantamiento.

Otra perspectiva es la agresividad con que conducimos. Concluyo que a todo “gato” flaco… se le pegan las pulgas pues, como no nos da para desahogar nuestras frustraciones por la mala conducción de nuestra nación y el mal camino por el que la han llevado muchos políticos, nos desquitamos con quien no la debe. Como debemos explotar porque no somos de palo, ¡perdemos la paz!... Perdemos la paz y nos liamos con el prójimo y, qué pecado, si son otros los deudores.
Algunos, con un déficit mayor, "manejan", después de que entre tragos y botellas se les aparece un "genio" inspirador que es la causa de tanto terror y de tanta muerte sin sentido.

Definitivo, según nos conducimos, manejamos. Atropelladamente. ¡Debemos hacer un alto en el camino! ¡Es urgente! Encendamos nuestras conciencias, y nuestras luces con éllas, y avancemos con sentido y sensatez en busca de un destino claro, seguro, solidario.

lunes, 30 de junio de 2008

SER INFELIZ...

Por, nada más y nada menos queee:
Franz Kafka, es la ara...



Cuando ya eso se había vuelto insoportable -una vez al atardecer, en noviembre-, y yo me deslizaba sobre la estrecha alfombra de mi pieza como en una pista, estremecido por el aspecto de la calle iluminada, me di vuelta otra vez, y en lo hondo de la pieza, en el fondo del espejo, encontré no obstante un nuevo objetivo, y grité, solamente por oír el grito al que nada responde y al que tampoco nada le sustrae la fuerza de grito, que por lo tanto sube sin contrapeso y no puede cesar aunque enmudezca; entonces desde la pared se abrió la puerta hacia afuera así de rápido porque la prisa era, ciertamente, necesaria, e incluso vi los caballos de los coches abajo, en el pavimento, se levantaron como potros que, habiendo expuesto los cuellos al enemigo, se hubiesen enfurecido en la batalla. Cual pequeño fantasma, corrió una niña desde el pasillo completamente oscuro, en el que todavía no alumbraba la lámpara, y se quedó en puntas de pie sobre una tabla del piso, la cual se balanceaba levemente encandilada en seguida por la penumbra de la pieza, quiso ocultar rápidamente la cara entre las manos, pero de repente se calmó al mirar hacia la ventana, ante cuya cruz el vaho de la calle se inmovilizó por fin bajo la oscuridad. Apoyando el codo en la pared de la pieza, se quedó erguida ante la puerta abierta y dejó que la corriente de aire que venía de afuera se moviese a lo largo de las articulaciones de los pies, también del cuello, también de las sienes. Miré un poco en esa dirección, después dije: "buenas tardes", y tomé mi chaqueta de la pantalla de la estufa, porque no quería estarme allí parado, así, a medio vestir. Durante un ratito mantuve la boca abierta para que la excitación me abandonase por la boca. Tenía la saliva pesada; en la cara me temblaban las pestañas. No me faltaba sino justamente esta visita, esperada por cierto. La niña estaba todavía parada contra la pared en el mismo lugar; apretaba la mano derecha contra aquélla, y, con las mejillas encendidas, no le molestaba que la pared pintada de blanco fuese ásperamente granulada y raspase las puntas de sus dedos. Le dije: -¿Es a mí realmente a quien quiere ver? ¿No es una equivocación? Nada más fácil que equivocarse en esta enorme casa. Yo me llamo así y asá; vivo en el tercer piso. ¿Soy entonces yo a quien usted desea visitar? -¡Calma, calma! -dijo la niña por sobre el hombro-; ya todo está bien. -Entonces entre más en la pieza. Yo querría cerrar la puerta.-Acabo justamente de cerrar la puerta. No se moleste. Por sobre todo, tranquilícese. -¡Ni hablar de molestias! Pero en este corredor vive un montón de gente. Naturalmente todos son conocidos míos. La mayoría viene ahora de sus ocupaciones. Si oyen hablar en una pieza creen simplemente tener el derecho de abrir y mirar qué pasa. Ya ocurrió una vez. Esta gente ya ha terminado su trabajo diario; ¿a quién soportarían en su provisoria libertad nocturna? Por lo demás, usted también ya lo sabe. Déjeme cerrar la puerta. -¿Pero qué ocurre? ¿Qué le pasa? Por mí, puede entrar toda la casa. Y le recuerdo; ya he cerrado la puerta; créalo. ¿Solamente usted puede cerrar las puertas?-Está bien, entonces. Más no quiero. De ninguna manera tendría que haber cerrado con la llave. Y ahora, ya que está aquí, póngase cómoda; usted es mi huésped. Tenga plena confianza en mí. Lo único importante es que no tema ponerse a sus anchas. No la obligaré a quedarse ni a irse. ¿Es que hace falta decírselo? ¿Tan mal me conoce? -No. En realidad no tendría que haberlo dicho. Más todavía: no debería haberlo dicho. Soy una niña; ¿por qué molestarse tanto por mí? -¡No es para tanto! Naturalmente, una niña. Pero tampoco es usted tan pequeña. Ya está bien crecidita. Si fuese una chica no habría podido encerrarse, así no más, conmigo en una pieza. -Por eso no tenemos que preocuparnos. Solamente quería decir: no me sirve de mucho conocerle tan bien; sólo le ahorra a usted el esfuerzo de fingir un poco ante mí. De todos modos, no me venga con cumplidos. Dejemos eso, se lo pido, dejémoslo. Y a esto hay que agregar que no lo conozco en cualquier lugar y siempre, y de ninguna manera en esta oscuridad. Sería mucho mejor que encendiese la luz. No. Mejor no. De todos modos, seguiré teniendo en cuenta que ya me ha amenazado. -¿Cómo? ¿Yo la amenacé? ¡Pero por favor! ¡Estoy tan contento de que por fin esté aquí! Digo "por fin" porque ya es tan tarde. No puedo entender por qué vino tan tarde. Además es posible que por la alegría haya hablado tan incongruentemente, y que usted lo haya interpretado justamente de esa manera. Concedo diez veces que he hablado así. Sí. La amenacé con todo lo que quiera. Una cosa: por el amor de Dios, ¡no discutamos! ¿Pero, cómo pudo creerlo? ¿Cómo pudo ofenderme así? ¿Por qué quiere arruinarme a la fuerza este pequeño momentito de presencia suya aquí? Un extraño sería más complaciente que usted. -Lo creo. Eso no fue ninguna genialidad. Por naturaleza estoy tan cerca de usted cuanto un extraño pueda complacerle. También usted lo sabe. ¿A qué entonces esa tristeza? Diga mejor que está haciendo teatro y me voy al instante. -¿Así? ¿También esto se atreve a decirme? Usted es un poco audaz. ¡En definitiva está en mi pieza! Se frota los dedos como loca en mi pared. ¡Mi pieza, mi pared! Además, lo que dice es ridículo, no sólo insolente. Dice que su naturaleza la fuerza a hablarme de esta forma. Su naturaleza es la mía, y si yo por naturaleza me comporto amablemente con usted, tampoco usted tiene derecho a obrar de otra manera. -¿Es esto amable? -Hablo de antes. -¿Sabe usted cómo seré después? -Nada sé yo. Y me dirigí a la mesa de luz, en la que encendí una vela. Por aquel entonces no tenía en mi pieza luz eléctrica ni gas. Después me senté un rato a la mesa, hasta que también de eso me cansé. Me puse el sobretodo; tomé el sombrero que estaba en el sofá, y de un soplo apagué la vela. Al salir me tropecé con la pata de un sillón. En la escalera me encontré con un inquilino del mismo piso. -¿Ya sale usted otra vez, bandido? -preguntó, descansando sobre sus piernas bien abiertas sobre dos escalones. -¿Qué puedo hacer? -dije-. Acabo de recibir a un fantasma en mi pieza. -Lo dice con el mismo descontento que si hubiese encontrado un pelo en la sopa. -Usted bromea. Pero tenga en cuenta que un fantasma es un fantasma. -Muy cierto: ¿pero cómo, si uno no cree absolutamente en fantasmas? -¡Ajá! ¿Es que piensa usted que yo creo en fantasmas? ¿Pero de qué me sirve este no creer?-Muy simple. Lo que debe hacer es no tener más miedo si un fantasma viene realmente a su pieza.-Sí. Pero es que ése es el miedo secundario. El verdadero miedo es el miedo a la causa de la aparición. Y este miedo permanece, y lo tengo en gran forma dentro de mí. De pura nerviosidad, empecé a registrar todos mis bolsillos. -Ya que no tiene miedo de la aparición como tal, habría debido preguntarle tranquilamente por la causa de su venida. -Evidentemente, usted todavía nunca ha hablado con fantasmas; jamás se puede obtener de ellos una información clara. Eso es un de aquí para allá. Estos fantasmas parecen dudar más que nosotros de su existencia, cosa que por lo demás, dada su fragilidad, no es de extrañar. -Pero yo he oído decir que se les puede seducir.-En ese punto está bien informado. Se puede. ¿Pero quién lo va a hacer? -¿Por qué no? Si es un fantasma femenino, por ejemplo -dijo, y subió otro escalón. -¡Ah, sí...! -dije-, pero aún así no vale la pena. Recapacité.Mi vecino estaba ya tan alto que para verme tenía que agacharse por debajo de una arcada de la escalera. -Pero no obstante -grité-, si usted ahí arriba me quita mi fantasma, rompemos relaciones para siempre. -¡Pero si fue solamente una broma! -dijo, y retiró la cabeza. -Entonces está bien -dije. Y ahora sí que, a decir verdad, podría haber salido tranquilamente a pasear; pero como me sentí tan desolado preferí subir, y me eché a dormir.

martes, 17 de junio de 2008

FAHRENHEIT 5206

Escrito por.... ¡ta,ta, ta, tánnnn!
¡Diay!, porel locario deayómismo.
Publicado en La República, en ene.
del 2006.





"Han pasado muchos años después de encendida la hoguera, el suceso fue sutil, por lo que no se precisa una fecha. Su fuego se ha extendido y se perpetuó en esta tierra, sobre nuestra nación. Socava su cimiento. El humo nos ciega y nos ahoga el alma. A veces lento, pero seguro. . . arde nuestra Democracia.Por nuestra incapacidad para atesorar su valor y verdadero significado, y así sacarle provecho completo, por eso encendimos el fuego. Este es el yerro más grande de nuestra idiosincrasia. Recibimos un precioso legado, pero día a día lo quemamos. . . y en sus cenizas jugamos.Sobran las manos que aticen la hoguera. Conscientes e inconscientes. Cómo es que no ven que hasta para sí mismos y sus descendientes, es incuestionable el gran daño que causan.Costa Rica es la casa de todos y todos somos hermanos. Desamparados y pobres, con éxito y con dinero, de una u otra forma, unos de otros dependemos. Para lograr subsistir con más dignidad y con más calma. Sin tantos asaltos, sin tanta violencia. Sin calles despedazadas. Sin tanta corrupción. Sin tantos accidentes en carreteras ahogadas por el alcohol…Qué dificil situación; porque tanto los ciudadanos comunes, como los políticos, principalmente, muchas veces no vemos, en nuestras conciencias, rastros de dignidad o humanismo. Es que estamos tan mal “programados” que, según escribió un conocido, mío y de tantos más, "en nuestro país muchos ostentan “medallas”, títulos académicos, conocimientos... y nada más".Hay una carencia tan grande de sentido común; de capacidad para el razonamiento y el análisis, de lógica, y nos vamos a pura "memoria". Por eso el humo de esta hoguera se hace más denso aún y nos cuesta tanto ver la luz, y ver que nuestra Democracia se "quema".
Y si alguien ve con claridad, le cae esta retahíla: ¡Rebelde, comunista, sindicalista, Chavista, bochinchero, Fidelista! Y hasta le llaman traidor. . . O fililbustero. ¡Válgame Dios! Si los filibusteros fueron gringos, y unos que otros centroamericanos, incluyendo ticos que, ¡no faltaba más!, con aquellos se apuntaron, con Walker y sus mercenarios. En el exterior nos alaban porque no tenemos ejército, y cada cuatro años votamos “tranquilos”. Si vivieran adentro, se darían cuenta muy pronto -recuerdo a don Constantino- -Láscaris- que por la Democracia solo votamos y nada más. Después del sufragio le damos la espalda. Por eso algunos la irrespetan, y para sacarle provecho le ponen disfraz. Cuando ella quiere lucirse y sin disfraz aparece, la desconocen, o la señalan, ¡y “callejera” la llaman! Así vive nuestra Democracia…… ¡De agresión psicológica nos ha de acusar la “Señora”! Es de hombres y mujeres de valía rescatarla y protegerla. Darle un sitial digno para este nuevo siglo. Debemos aplacar el fuego y devolverle su lustre a ella. ¿Qué hacemos? Vamos a votar de nuevo, y ojala, todos. Que no haya abstencionismo, que sea de un 0%. Pero ahora sí, ¡comprometámonos con ella en un 100%! Qué viva la Democracia, pero no la dejemos sola. Que ya no sea secuestrada y amordazada con retórica y demagogia. Ella es un libro abierto, con sabios consejos y procedimientos para luchar… Ya no podemos más, como inquisidores modernos, lanzarla de nuevo al fuego".
FIN.

sábado, 14 de junio de 2008

DE PUÑALES, SERRUCHOS Y PAÑALES...



¡Demudar la Democracia!...Nuestro deporte favorito. ¡Jugar con ella!...Nuestra mayor afición. ¡Manipularla!...Nuestro mejor trabajo. ¡Abofetearla!...Nuestro ejercicio diario. ¡Hablar de ella!...Nuestro recreo y pasión. ¡Engañarla!...Nuestro placer. ¡Poseerla!...Nuestra incapacidad. ¡Pedirle perdón!...Nuestro destino…¡Algún día!

Bendita Democracia, ¡cómo te ultrajamos!
Ni te amamos, ni te queremos: te utilizamos. Y ante el menor problema, en tus enaguas nos refugiamos.
Perooo... ¡si cada cuatro años por ella votamos!
¡No!... la botamos a diario e indiferentes, que es diferente y lo peor.

¡Puñeta!... ¡Es que somos tan susceptibles!
No podemos hablar claro y de frente, ni dar y recibir crítica constructiva. No sabemos qué hacer con la polémica. Con cualquier cosa nos ofendemos. Al que no piensa igual, lo señalamos como rival, enemigo, o mínimo, nos cayó mal. ¡En conjunto tenemos tan baja autoestima! De ahí tanta susceptibilidad.

Y como no somos abiertos y francos, se nos metió con fuerza la hipocresía. Por ella es que andamos, y nos la arreglamos, con arma blanca en la mano. Aplicamos el serrucho en los pies o damos la puñalada en la espalda, pero de frente, ¡nada!

¡Por Dios! ¡Qué pequeños y flojos somos!
Sí... Y debemos reconocerlo, para poder superarlo, crecer y cambiar. Porque otro punto muy negro, es que nos da pavor o pereza, ver y aceptar la verdad. Por ello, aquí, entre nosotros, la Democracia ha caído en desgracia, ante tanto aspecto malsano de nuestra idiosincrasia.

Todo este embrollo nos impidió moldear un carácter sano y positivo, ¡con gallardía, hidalguía y lucidez! Somos inmaduros, viejos en pañales, de ahí nuestra altivez. Que hace que algunos se sientan muy grandes, porque, para arriba, no vuelven a ver… y cierran su mente prematuramente.

Pues bien:
Del comunismo criticamos el forzar una ruta de acción, con pensamiento de rebaño, sin derecho a dar opinión. Pero, aquí, entre nuestra Democracia, algunos se molestan, porque no tenemos "metido" lo mismo en la cabeza,
¿Diay? ¿No es normal que cada quién defienda su tesis, con libertad? Parece que no. ¡Eso es retórica y demagogia!, dicen por ahí. ¡A caray! Mientras, otros juegan sus cartas debajo de la mesa. ¡Qué tristeza!

Por falta de capacidad para mantener muy digno una posición o para reconocer el error... nos "arrechamos", nos enredamos y nos obnubilamos. O por intentar defender algún planteamiento "doblado".

Por eso somos tercermundistas, no de primera, porque un país es... según sus cabezas piensan.
Somos quisquillosos y manipuladores, como bebitos malcriados, por eso terminamos creando esta democracia, tan singular o de fantasía. También porque en nuestro cielo, "nublado", revolotea, además, "aquel gen" latinoamericano…

En fin… ¡Que viva la libertad de expresión, carajo!.
Pa’ que la entiendan todos de arriba a abajo, pues que’s más mejor hablar sencillo. Con palabras de domingo, a más de uno lo endulzan y lo envuelven, o lo asustan y le apagan el bombillo.


Escrito porayó mismo.
Publicado en La República,
en el 2005.

sábado, 7 de junio de 2008

LA CHOZA DE ASTERIX. DIGO ASTERION...

Escribió esta carajada, un mae quese juntó
con juntas pelis, gachas, fuchis, jodidas;
gueison's: como diría un morado.
Borgesel compa escritor el Dios del trueno...




Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que ho hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, cro, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madra; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.
El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Loas enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprndiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.
Claro que no me faltan distacciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suel, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos.) Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.
No sólo he imaginado eso juegos, también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes, la casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris, he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.
Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensantgriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor, Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redeentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?

El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.
-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.