lunes, 3 de diciembre de 2007

EL ALQUIMISTA

Aquí, Lovecraft, cayendo, con otro cuento...


Allá en lo alto, coronando la herbosa cima un montículo escarpado, de falda cubierta por los árboles nudosos de la selva primordial, se levanta la vieja mansión de mis antepasados. Durante siglos sus almenas han contemplado ceñudas el salvaje y accidentado terreno circundante, sirviendo de hogar y fortaleza para la casa altanera cuyo honrado linaje es más viejo aún que los muros cubiertos de musgo del castillo. Sus antiguos torreones, castigados durante generaciones por las tormentas, demolidos por el lento pero implacable paso del tiempo, formaban en la época feudal una de las más temidas y formidables fortalezas de toda Francia. Desde las aspilleras de sus parapetos y desde sus escarpadas almenas, muchos barones, condes y aun reyes han sido desafiados, sin que nunca resonara en sus espaciosos salones el paso del invasor.
Pero todo ha cambiado desde aquellos gloriosos años. Una pobreza rayana en la indigencia, unida a la altanería que impide aliviarla mediante el ejercicio del comercio, ha negado a los vástagos del linaje la oportunidad de mantener sus posesiones en su primitivo esplendor; y las derruidas piedras de los muros, la maleza que invade los patios, el foso seco y polvoriento, así como las baldosas sueltas, las tablazones comidas de gusanos y los deslucidos tapices del interior, todo narra un melancólico cuento de perdidas grandezas. Con el paso de las edades, primero una, luego otra, las cuatro torres fueron derrumbándose, hasta que tan sólo una sirvió de cobijo a los tristemente menguados descendientes de los otrora poderosos señores del lugar.
Fue en una de las vastas y lóbregas estancias de esa torre que aún seguía en pie donde yo, Antoine, el último de los desdichados y maldecidos condes de C., vine al mundo, hace diecinueve años. Entre esos muros, y entre las oscuras y sombrías frondas, los salvajes barrancos y las grutas de la ladera, pasaron los primeros años de mi atormentada vida. Nunca conocí a mis progenitores. Mi padre murió a la edad de treinta y dos, un mes después de mi nacimiento, alcanzado por una piedra de uno de los abandonados parapetos del castillo; y, habiendo fallecido mi madre al darme a luz, mi cuidado y educación corrieron a cargo del único servidor que nos quedaba, un hombre anciano y fiel de notable inteligencia, que recuerdo que se llamaba Pierre. Yo no era más que un chiquillo, y la carencia de compañía que eso acarreaba se veía aumentada por el extraño cuidado que mi añoso guardián se tomaba para privarme del trato de los muchachos campesinos, aquellos cuyas moradas se desperdigaban por los llanos circundantes en la base de la colina. Por entonces, Pierre me había dicho que tal restricción era debida a que mi nacimiento noble me colocaba por encima del trato con aquellos plebeyos compañeros. Ahora sé que su verdadera intención era ahorrarme los vagos rumores que corrían acerca de la espantosa maldición que afligía a mi linaje, cosas que se contaban en la noche y eran magnificadas por los sencillos aldeanos según hablaban en voz baja al resplandor del hogar en sus chozas.
Aislado de esa manera, librado a mis propios recursos, ocupaba mis horas de infancia en hojear los viejos tomos que llenaban la biblioteca del castillo, colmada de sombras, y en vagar sin ton ni son por el perpetuo crepúsculo del espectral bosque que cubría la falda de la colina. Fue quizás merced a tales contornos el que mi mente adquiriera pronto tintes de melancolía. Esos estudios y temas que tocaban lo oscuro y lo oculto de la naturaleza eran lo que más llamaban mi atención.
Poco fue lo que me permitieron saber de mi propia ascendencia, y lo poco que supe me sumía en hondas depresiones. Quizás, al principio, fue sólo la clara renuencia mostrada por mi viejo preceptor a la hora de hablarme de mi línea paterna lo que provocó la aparición de ese terror que yo sentía cada vez que se mentaba a mi gran linaje, aunque al abandonar la infancia conseguí fragmentos inconexos de conversación, dejados escapar involuntariamente por una lengua que ya iba traicionándolo con la llegada de la senilidad, y que tenían alguna relación con un particular acontecimiento que yo siempre había considerado extraño, y que ahora empezaba a volverse turbiamente terrible. A lo que me refiero es a la temprana edad en la que los condes de mi linaje encontraban la muerte. Aunque hasta ese momento había considerado un atributo de familia el que los hombres fueran de corta vida, más tarde reflexioné en profundidad sobre aquellas muertes prematuras, y comencé a relacionarlas con los desvaríos del anciano, que a menudo mencionaba una maldición que durante siglos había impedido que las vidas de los portadores del título sobrepasasen la barrera de los treinta y dos años. En mi vigésimo segundo cumpleaños, el añoso Pierre me entregó un documento familiar que, según decía, había pasado de padre a hijo durante muchas generaciones y había sido continuado por cada poseedor. Su contenido era de lo más inquietante, y una lectura pormenorizada confirmó la gravedad de mis temores. En ese tiempo, mi creencia en lo sobrenatural era firme y arraigada, de lo contrario hubiera hecho a un lado con desprecio el increíble relato que tenía ante los ojos.
El papel me hizo retroceder a los tiempos del siglo XIII, cuando el viejo castillo en el que me hallaba era una fortaleza temida e inexpugnable. En él se hablaba de cierto anciano que una vez vivió en nuestras posesiones, alguien de no pocos talentos, aunque su rango apenas rebasaba el de campesino; era de nombre Michel, de usual sobrenombre Mauvais, el malhadado, debido a su siniestra reputación. A pesar de su clase, había estudiado, buscando cosas tales como la piedra filosofal y el elixir de la eterna juventud, y tenía fama de ducho en los terribles arcanos de la magia negra y la alquimia. Michel Mauvais tenía un hijo llamado Charles, un mozo tan avezado como él mismo en las artes ocultas, habiendo sido por ello apodado Le Sorcier, el brujo. Ambos, evitados por las gentes de bien, eran sospechosos de las prácticas más odiosas. El viejo Michel era acusado de haber quemado viva a su esposa, a modo de sacrificio al diablo, y, en lo tocante a las incontables desapariciones de hijos pequeños de campesinos, se tendía a señalar su puerta. Pero, a través de las oscuras naturalezas de padre e hijo brillaba un rayo de humanidad y redención; el malvado viejo quería a su retoño con fiera intensidad, mientras que el mozo sentía por su padre una devoción más que filial.
Una noche el castillo de la colina se encontró sumido en la más tremenda de las confusiones por la desaparición del joven Godfrey, hijo del conde Henri. Un grupo de búsqueda, encabezado por el frenético padre, invadió la choza de los brujos, hallando al viejo Michel Mauvais mientras trasteaba en un inmenso caldero que bullía violentamente. Sin más demora, llevado de furia y desesperación desbocadas, el conde puso sus manos sobre el anciano mago y, al aflojar su abrazo mortal, la víctima ya había expirado. Entretanto, los alegres criados proclamaban el descubrimiento del joven Godfrey en una estancia lejana y abandonada del edificio, anunciándolo muy tarde, ya que el pobre Michel había sido muerto en vano. Al dejar el conde y sus amigos la mísera cabaña del alquimista, la figura de Charles Le Sorcier hizo acto de presencia bajo los árboles. La charla excitada de los domésticos más próximos le reveló lo sucedido, aunque pareció indiferente en un principio al destino de su padre. Luego, yendo lentamente al encuentro del conde, pronunció con voz apagada pero terrible la maldición que, en adelante, afligiría a la casa de C.
«Nunca sea que un noble de tu estirpe homicidaViva para alcanzar mayor edad de la que ahora posees»
proclamó cuando, repentinamente, saltando hacia atrás al negro bosque, sacó de su túnica una redoma de líquido incoloro que arrojó al rostro del asesino de su padre, desapareciendo al amparo de la negra cortina de la noche. El conde murió sin decir palabra y fue sepultado al día siguiente, con apenas treinta y dos años. Nunca descubrieron rastro del asesino, aunque implacables bandas de campesinos batieron las frondas cercanas y las praderas que rodeaban la colina.
El tiempo y la falta de recordatorios aminoraron la idea de la maldición de la mente de la familia del conde muerto; así que cuando Godfrey, causante inocente de toda la tragedia y ahora portador de un título, murió traspasado por una flecha en el transcurso de una cacería, a la edad de treinta y dos años, no hubo otro pensamiento que el de pesar por su deceso. Pero cuando, años después, el nuevo joven conde, de nombre Robert, fue encontrado muerto en un campo cercano y sin mediar causa aparente, los campesinos dieron en murmurar acerca de que su amo apenas sobrepasaba los treinta y dos cumpleaños cuando fue sorprendido por su temprana muerte. Louis, hijo de Robert, fue descubierto ahogado en el foso a la misma fatídica edad, y, desde ahí, la crónica ominosa recorría los siglos: Henris, Roberts, Antoines y Armands privados de vidas felices y virtuosas cuando apenas rebasaban la edad que tuviera su infortunado antepasado al morir.
Según lo leído, parecía cierto que no me quedaban sino once años. Mi vida, tenida hasta entonces en tan poco, se me hizo ahora más preciosa a cada día que pasaba, y me fui progresivamente sumergiendo en los misterios del oculto mundo de la magia negra. Solitario como era, la ciencia moderna no me había perturbado y trabajaba como en la Edad Media, tan empeñado como estuvieran el viejo Michel y el joven Charles en la adquisición de saber demonológico y alquímico. Aunque leía cuanto caía en mis manos, no encontraba explicación para la extraña maldición que afligía a mi familia. En los pocos momentos de pensamiento racional, podía llegar tan lejos como para buscar alguna explicación natural, atribuyendo las tempranas muertes de mis antepasados al siniestro Charles Le Sorcier y sus herederos; pero descubriendo tras minuciosas investigaciones que no había descendientes conocidos del alquimista, me volví nuevamente a los estudios ocultos y de nuevo me esforcé en encontrar un hechizo capaz de liberar a mi estirpe de esa terrible carga. En algo estaba plenamente resuelto. No me casaría jamás, y, ya que las ramas restantes de la familia se habían extinguido, pondría fin conmigo a la maldición.
Cuando yo frisaba los treinta, el viejo Pierre fue reclamado por el otro mundo. Lo enterré sin ayuda bajo las piedras del patio por el que tanto gustara de deambular en vida. Así quedé para meditar en soledad, siendo el único ser humano de la gran fortaleza, y en el total aislamiento mi mente fue dejando de rebelarse contra la maldición que se avecinaba para casi llegar a acariciar ese destino con el que se habían encontrado tantos de mis antepasados. Pasaba mucho tiempo explorando las torres y los salones ruinosos y abandonados del viejo castillo, que el temor juvenil me había llevado a rehuir y que, al decir del viejo Pierre, no habían sido hollados por ser humano durante casi cuatro siglos. Muchos de los objetos hallados resultaban extraños y espantosos. Mis ojos descubrieron muebles cubiertos por polvo de siglos, desmoronándose en la putridez de largas exposiciones a la humedad. Telarañas en una profusión nunca antes vista brotaban por doquier, e inmensos murciélagos agitaban sus alas huesudas e inmensas por todos lados en las, por otra parte, vacías tinieblas.
Guardaba el cálculo más cuidadoso de mi edad exacta, aun de los días y horas, ya que cada oscilación del péndulo del gran reloj de la biblioteca desgranaba una pizca más de mi condenada existencia. Al final estuve cerca del momento tanto tiempo contemplado con aprensión. Dado que la mayoría de mis antepasados fueron abatidos poco después de llegar a la edad exacta que tenía el conde Henri al morir, yo aguardaba en cualquier instante la llegada de una muerte desconocida. En qué extraña forma me alcanzaría la maldición, eso no sabía decirlo; pero estaba decidido a que, al menos, no me encontrara atemorizado o pasivo. Con renovado vigor, me apliqué al examen del viejo castillo y cuanto contenía.
El suceso culminante de mi vida tuvo lugar durante una de mis exploraciones más largas en la parte abandonada del castillo, a menos de una semana de la fatídica hora que yo sabía había de marcar el límite final a mi estancia en la tierra, más allá de la cual yo no tenía siquiera atisbos de esperanza de conservar el hálito. Había empleado la mejor parte de la mañana yendo arriba y abajo por las escaleras medio en ruinas, en uno de los más castigados de los antiguos torreones. En el transcurso de la tarde me dediqué a los niveles inferiores, bajando a lo que parecía ser un calabozo medieval o quizás un polvorín subterráneo, más bajo. Mientras deambulaba lentamente por los pasadizos llenos de incrustaciones al pie de la última escalera, el suelo se tornó sumamente húmedo y pronto, a la luz de mi trémula antorcha, descubrí que un muro sólido, manchado por el agua, impedía mi avance. Girándome para volver sobre mis pasos, fui a poner los ojos sobre una pequeña trampilla con anillo, directamente bajo mis pies. Deteniéndome, logré alzarla con dificultad, descubriendo una negra abertura de la que brotaban tóxicas humaredas que hicieron chisporrotear mi antorcha, a cuyo titubeante resplandor vislumbré una escalera de piedra. Tan pronto como la antorcha, que yo había abatido hacia las repelentes profundidades, ardió libre y firmemente, emprendí el descenso. Los peldaños eran muchos y llevaban a un angosto pasadizo de piedra que supuse muy por debajo del nivel del suelo. Este túnel resultó de gran longitud y finalizaba en una masiva puerta de roble, rezumante con la humedad del lugar, que resistió firmemente cualquier intento mío de abrirla. Cesando tras un tiempo en mis esfuerzos, me había vuelto un trecho hacia la escalera, cuando sufrí de repente una de las impresiones más profundas y enloquecedoras que pueda concebir la mente humana. Sin previo aviso, escuché crujir la pesada puerta a mis espaldas, girando lentamente sobre sus oxidados goznes. Mis inmediatas sensaciones no son susceptibles de análisis. Encontrarme en un lugar tan completamente abandonado como yo creía que era el viejo castillo, ante la prueba de la existencia de un hombre o un espíritu, provocó a mi mente un horror de lo más agudo que pueda imaginarse. Cuando al fin me volví y encaré la fuente del sonido, mis ojos debieron desorbitarse ante lo que veían. En un antiguo marco gótico se encontraba una figura humana. Era un hombre vestido con un casquete1 y una larga túnica medieval de color oscuro. Sus largos cabellos y frondosa barba eran de un negro intenso y terrible, de increíble profusión. Su frente, más alta de lo normal; sus mejillas, consumidas, llenas de arrugas; y sus manos largas, semejantes a garras y nudosas, eran de una mortal y marmórea blancura como nunca antes viera en un hombre. Su figura, enjuta hasta asemejarla a un esqueleto, estaba extrañamente cargada de hombros y casi perdida dentro de los voluminosos pliegues de su peculiar vestimenta. Pero lo más extraño de todo eran sus ojos, cavernas gemelas de negrura abisal, profundas en saber, pero inhumanas en su maldad. Ahora se clavaban en mí, lacerando mi alma con su odio, manteniéndome sujeto al sitio. Por fin, la figura habló con una voz retumbante que me hizo estremecer debido a su honda impiedad e implícita malevolencia. El lenguaje empleado en su discurso era el decadente latín usado por los menos eruditos durante la Edad Media, y pude entenderlo gracias a mis prolongadas investigaciones en los tratados de los viejos alquimistas y demonólogos. Esa aparición hablaba de la maldición suspendida sobre mi casa, anunciando mi próximo fin, e hizo hincapié en el crimen cometido por mi antepasado contra el viejo Michel Mauvais, recreándose en la venganza de Charles le Sorcier. Relató cómo el joven Charles había escapado al amparo de la noche, volviendo al cabo de los años para matar al heredero Godfrey con una flecha, en la época en que éste alcanzó la edad que tuviera su padre al ser asesinado; cómo había vuelto en secreto al lugar, estableciéndose ignorado en la abandonada estancia subterránea, la misma en cuyo umbral se recortaba ahora el odioso narrador. Cómo había apresado a Robert, hijo de Godfrey, en un campo, forzándolo a ingerir veneno y dejándolo morir a la edad de treinta y dos, manteniendo así la loca profecía de su vengativa maldición. Entonces me dejó imaginar cuál era la solución de la mayor de las incógnitas: cómo la maldición había continuado desde el momento en que, según las leyes de la naturaleza, Charles le Sorcier hubiera debido morir, ya que el hombre se perdió en digresiones, hablándome sobre los profundos estudios de alquimia de los dos magos, padre e hijo, y explayándose sobre la búsqueda de Charles le Sorcier del elixir que podría garantizarle el goce de vida y juventud eternas.
Por un instante su entusiasmo pareció desplazar de aquellos ojos terribles el odio mostrado en un principio, pero bruscamente volvió el diabólico resplandor y, con un estremecedor sonido que recordaba el siseo de una serpiente, alzó una redoma de cristal con evidente intención de acabar con mi vida, tal como hiciera Charles le Sorcier seiscientos años antes con mi antepasado. Llevado por algún protector instinto de autodefensa, luché contra el encanto que me había tenido inmóvil hasta ese momento, y arrojé mi antorcha, ahora moribunda, contra el ser que amenazaba mi vida. Escuché cómo la ampolla se rompía de forma inocua contra las piedras del pasadizo mientras la túnica del extraño personaje se incendiaba, alumbrando la horrible escena con un resplandor fantasmal. El grito de espanto y de maldad impotente que lanzó el frustrado asesino resultó demasiado para mis nervios, ya estremecidos, y caí desmayado al suelo fangoso.
Cuando por fin recobré el conocimiento, todo estaba espantosamente a oscuras y, recordando lo ocurrido, temblé ante la idea de tener que soportar aún más; pero fue la curiosidad lo que acabó imponiéndose. ¿Quién, me preguntaba, era este malvado personaje, y cómo había llegado al interior del castillo? ¿Por qué podía querer vengar la muerte del pobre Michel Mauvais y cómo se había transmitido la maldición durante el gran número de siglos pasados desde la época de Charles le Sorcier? El peso del espanto, sufrido durante años, desapareció de mis hombros, ya que sabía que aquel a quien había abatido era lo que hacía peligrosa la maldición, y, viéndome ahora libre, ardía en deseos de saber más del ser siniestro que había perseguido durante siglos a mi linaje, y que había convertido mi propia juventud en una interminable pesadilla. Dispuesto a seguir explorando, me tanteé los bolsillos en busca de eslabón y pedernal, y encendí la antorcha de repuesto. Enseguida, la luz renacida reveló el cuerpo retorcido y achicharrado del misterioso extraño. Esos ojos espantosos estaban ahora cerrados. Desasosegado por la visión, me giré y accedí a la estancia que había al otro lado de la puerta gótica. Allí encontré lo que parecía ser el laboratorio de un alquimista. En una esquina se encontraba una inmensa pila de reluciente metal amarillo que centelleaba de forma portentosa a la luz de la antorcha. Debía de tratarse de oro, pero no me detuve a cerciorarme, ya que estaba afectado de forma extraña por la experiencia sufrida. Al fondo de la estancia había una abertura que conducía a uno de los muchos barrancos abiertos en la oscura ladera boscosa. Lleno de asombro, aunque sabedor ahora de cómo había logrado ese hombre llegar al castillo, me volví. Intenté pasar con el rostro vuelto junto a los restos de aquel extraño, pero, al acercarme, creí oírle exhalar débiles sonidos, como si la vida no hubiera escapado por completo de él. Horrorizado, me incliné para examinar la figura acurrucada y abrasada del suelo. Entonces esos horribles ojos, mas oscuros que la cara quemada donde se albergaban, se abrieron para mostrar una expresión imposible de identificar. Los labios agrietados intentaron articular palabras que yo no acababa de entender. Una vez capté el nombre de Charles le Sorcier y en otra ocasión pensé que las palabras «años» y «maldición» brotaban de esa boca retorcida. A pesar de todo, no fui capaz de encontrar un significado a su habla entrecortada. Ante mi evidente ignorancia, los ojos como pozos relampaguearon una vez más malévolamente en mi contra, hasta el punto de que, inerme como veía a mi enemigo, me sentí estremecer al observarlo.
Súbitamente, aquel miserable, animado por un último rescoldo de energía, alzó su espantosa cabeza del suelo húmedo y hundido. Entonces, recuerdo que, estando yo paralizado por el miedo, recuperó la voz y con aliento agonizante vociferó las palabras que en adelante habrían de perseguirme durante todos los días y las noches de mi vida.
-¡Necio! -gritaba-. ¿No puedes adivinar mi secreto? ¿No tienes bastante cerebro como para reconocer la voluntad que durante seis largos siglos ha perpetuado la espantosa maldición sobre los tuyos? ¿No te he hablado del gran elixir de la eterna juventud? ¿No sabes quién desveló el secreto de la alquimia? ¡Pues fui yo! ¡Yo! ¡Yo! ¡Yo que he vivido durante seiscientos años para perpetuar mi venganza, PORQUE YO SOY CHARLES LE SORCIER!

52 comentarios:

εïз Azarukita εïз dijo...

Hola!!!!!!!!!!!
Wooohooo! Que buena, esta historia, HP se lució ud, con este relato!!!
Gracias por pasar, buena semana y que esté muyyyyyyyyyyyyyyyy bien.
Un abrazo!!!
;)

wílliam venegas segura dijo...

De acuerdo: Lovecraft es genial.

Anónimo dijo...

Visto y oído, La Nación, dijo...
Conversón.
El escritor Antonio Chamu no solo gusta de la ciencia-ficción, como sucede con su libro Mirando al Este , con la ciudad ficticia de Ruterión. Chamu es cinéfilo empedernido. Lo único grave es que le encanta conversar cuando se apaga la luz y comienza el filme, blablablá, y hasta chistes saca de los guionistas, ¡ahí, en pleno cine! Nos consta y damos fe de ello. De nada vale mandarle un sssshhhhhhhhsss. Chamu es capaz de hablar solo.

TEXTO PUBLICADO POR LA NACIÓN, sección VISTO Y OÍDO, lunes 3 de diciembre, 2007

http://nacion.com/viva/2007/diciembre/03/viva1327177.html

Terox dijo...

No es de lo mejor de HP...

queremos a Cthulhu!
queremos a Cthulhu!
queremos a Cthulhu!....

oops...ese no era innombrable?

εïз Azarukita εïз dijo...

Holaaaaaaaaaa como vas loquillo?
Espero que todo muy bien, y gracias por las palabritas en mi blog, la verdad si, toddddddddddddddddita la razón. GRACIAS!! A ver si ya ando mejor esta semana, bueno, vine a saludar, que tenga una buena semana, y acá le dejo p q escuche, es un tributo a lovecraft de una banda ahi toda loquilla, pero con letras mmmm buenas sip, buenas!
Ahí me dice, http://www.divshare.com/download/3071269-dc9 SALUDOS!!!
UN ABRAZO!!!!!!!!!

Anónimo dijo...

Alquimista del terror

Hablemos, hablemos, seamos sinceros y vengan a mi blog, pa'qué esconderse, repaqué.

Anónimo dijo...

Este blog
de un loco es
como el Sáenz
un tal Andrés
pero de este
si no lo es
es del loco
Pericles
vaya psicópata
te va a llover

εïз Azarukita εïз dijo...

Hola, Hola, yo acá espero nueva entrada :p, bueno que pases una excelente semana, loquito se me cuida!!!
Y gracias por pasar siempre :D

wílliam venegas segura dijo...

Peraloca... perdón, Pericles: no se meta con Melissa Soro, ella si está loquilla, peor que vos, solo que ella lo enamora a uno... No diga que no se lo advertí, no sea que se le enoje εïз Azarukita εïз

wílliam venegas segura dijo...

¡Apareció Gorgoritos! Vaya a mi blog, en los comentarios a La Pensión (crítica) en el Melico Salazar.

Melissa Soro dijo...

hola!!
Feliz Navidad loco!

Anónimo dijo...

Pericles: qué PASÓ con su novia εïз Azarukita εïз que cerró el blog para el resto de los pericles.

wílliam venegas segura dijo...

Felices tiempos, amigo.

Warren/Literófilo dijo...

Lovecraft es una copia pobre de Poe, el pero cuento de Poe no tiene nada que hacer con el mejor cuento de Lovecraft...

Pericles Peri dijo...

PA' LITEROFILO, con toooodo cariiiiño:

Diay, machillo, si elimi namos las copias pobres de las cosas que ¡ayyy! en este mundo pupu, con guát o con qué nos queque, nos quedamos, machillo... puputo mundo en este las copias pobres eliminamos con guát nos queeeeee... ahoraque también la ara es que la cocha va por la cuestiónnnn de gustos, compita o sin, porque a mi me cuadra en pupu, por eje, apretar pezcuesos, puta, y desollar o yar gente, y hacer correr la sangre, y si a vos no te cuadra o te desmayás, llás o te da canillera… ¿iday? ¿sá tuya, mierma!... O si aparece otro lelo tratando de copycat -o algo así es la ara-, tratando e copiarme el estilo pa’ sacar o chupar la sangre a chorros, perro, pero mal copiado mi estilo, diay, que siga el mae bretiando con la jaro roja; bien que mal, ¡abráaquienes les cuadre oles pueda gus, gus así, mal copiándome a mua o mí... ¿yaaaaaa, ptio, pito literófilo? ... filo es el queme ando, machillo, ¿no me vas a dar algo, por la visita, un pedacitoe morcilla con tortirrica?
Tuanis, lite, japiniu year, noseme dapier pierda...
Y no me digás como dice el tal Chismiticos pura lengua o lengua e chuica: ¡maeeee, Pe, Peri, fijáte que no tentiendo¡ Porrrrqueeeeeee... me daría algo, como diría la ñatica e’ ña Tere…

Resumiento: ¡Tumbá la ara con qués que Lovecr... es una mal copia, pitillo! Seguí cayendo pero cayendo bien, pelándolo, no pelándotela con la entrada, pelándolo, el ojo...

Pericles Peri dijo...

Ladea rriba es lano tilla queledejé al compa literof... en su choza, porquenome cuadró la arrogancia del compa; una cosa es opi y otra es nar, digo, y otra es jugar de alive...

Anónimo dijo...

Alto
es distinto de párela
y le digo alto
de molestar a mi Melissa Soro
quédese con su
εïз Azarukita εïз
y con Güi
sean
coprófagos los dos
(tú, Pericles,
solo tú entiendes
lo que escribes tú)

Anónimo dijo...

¡Coprófago!

Amorexia. dijo...

Lovecraf indecible
Lovecraf oscuro y lúgubre
Con Poe será que tenía una misma visión de mundo, pero cada uno su estilo.

Mae Pericles es increíble que no te entienda cuando comentas, y escribas tan bien, aunque ya casi empiezo a entenderlo.

Saludos desde mi hora mas oscura.

Anónimo dijo...

¡COPRÓFAGO!

Anónimo dijo...

Por
Melissa
te corto
la yugular
Por Melissa
te saco las tripas
y te las enjuago
por las orejas
por Melissa
te dejo
en reguero de sangre
Por Melissa
Soro maty
Soro torturo.

Melissa Soro dijo...

uy no chismiticos..
no quiero ver sangre!!!
jaja

Anónimo dijo...

Si del escritor
Antonio Chamu
quieres saber
de su libro y su caída
a mi blog has de venir.

Melissa Soro dijo...

Feliz Año Nuevo!!
=D

Anónimo dijo...

Vuelve Pericles
por mi blog
y nada
le entendí
oye tú
Pericles
no te esfuerces tanto
que el agua
llega al cántaro
y tú
no sales de tus enredos.

Ka-tica dijo...

Peri, Lover-Craft es excelente!
pero claro q tiene q tener oposicion, pero oigame no ponga esos cuentos tan largos, q me quedo bizca leyendolos!!!!

por otro lado... chismiticos, no te parece conocido?
Saludos!!!!

Pericles Peri dijo...

LENGUA E CHUICA, tome, pito, hilo deja o celo lleva:
¿No entendíste, lengua e' chuqui, digo de chuica?
¡Diay, qué notición, maecillo Jetas!, estrená cerebrillo y verás como algún, gun día lograrás ver las varas: raspáte o rascáte o zacáte el Coco, pito, la jupa ques lo mismo, a ver si acacho algún día... Juaaaaa, juaaaaaa, ju¡á!
Mirá, lenguillas, cerrásta esa ara del blogcillo tuyo, questá como el Chinamo aquel, qués más bien, al igual que ese blogcillo tuyo: ¡Un Chuchitrillll!

Melissa Soro dijo...

mi querido pericle..que me dice??
como le va en este 2008???

Melissa Soro dijo...

Periclessssssssssssssssss
le dejé una invitación en mi blog!!

Anónimo dijo...

Pericles.. casi te digo, !que bien que escribes!!..

Pero no me percaté de que era una obra de Lovercraft. Como podrás entender, nunca lo he leído, y la verdad espero no hacerlo.
Igual aquí te pongo lo que tenía pensado escribirte, tal vez pase algún día Lovercraft y se lleve algo de tiquicia.

"Lo que leí por momentos lo confundí con Paulo Coelho, y este autor lo tengo por uno de los más malos. No en la estructura literaria, sino, en la trama. Todo esta bien escrito, eso hasta Chismiticos lo puede hacer, pero lo que no encierra es la trama. Te quedas diciendo, bueno.. tal vez hacía falta un poco más. Compararlo con Edgar Allan Poe sería como escupirle a él en la tumba. La lectura mejora cuando menciona que le falta una semana de vida. y se desarrolla todo el pleito fantasmagorico piromaniaco entre ellos dos.
Y al final la confesión tan... tan... tan... Harry Poterniana que me hace pensar en que definitivamente hizo falta poner un dragón al final. Que se yo!!!!.. por lo menos para que encendiera de nuevo la antorcha."

Espero profundamente que Lovercraft no se enfade conmigo, esto en realidad es mi punto de vista con la obra. Si hubieses sido tú, entonces te escribiría nada más lo bueno de la obra... al dragón no lo incluiría.
Sin embargo es cuestión de gustos y la obra... no me gustó.

Pero que digo!!!

Pericles, que bien que escribes!!!!

saludos
hannibal

Terox dijo...

Hannibal, más respeto para HP, que le puede venir a jalar las patas, o peor aún, mandarle a algunos de los innombrables a darle unos güebacitos...

Anónimo dijo...

De Pericles
en mi blog
esto
anoté:

Ya lo sé
ya lo averigüé
que tú
Pericles
disléxico eres
perdona
por divulgarlo
es mejor que
amamantarlo.

Anónimo dijo...

La incultura
de Hannibal
es monumental
tanta que ni sabe
de HP
de Lovecraft
(así se escribe)
y se atreve
a hablar.

Pericles Peri dijo...

De CHISMITICOS en su blog le respondí esto ( ¡Par de guilas, verdá! Diay, que más da... ♪ vacilaaar y vacilaaarsss... ♪ ):

¡Oiga, Chismiticos, oiga, Machillo, ya lo sé, ya me contaron, que a vos, según una Meneca, lo que te sobra de lengua te falta de pito, Pito... Por eso, según la Guila, con vos si a caso sentió cosquillas...! Por decir que algo sentía, dijo, por decir que alguillo.
¡Eso sí es quedar mal parado, pito!, digo Pito.

Lo dis ¿Guát?... ¡Léxico!... ¡Aaaah sí, ya caigo! Bueno, lo de disléxico se me quita, Lenguas o Medio pito, pero, para el problemón tuyo, no han ni pensado en el silicón, con, con, con...
¡Ciao, bambino!... ino, ino.

Pericles Peri dijo...

Alo, alo... cuatro, cinco, seis, probando...

Melissa Soro dijo...

sound check!

Melissa Soro dijo...

a la put*!
quedó guapo!!

Pericles Peri dijo...

Se diche ... ¡¡a la PUTA!!... Con confianza sin fianza no porque qué gacho... y podés decirsss también: ¡Qué bruto o qué vivo más guapo...!
¡Chas gracias, Meli, yo agregaría!... ¡Las que nos adornan, también diría!... o digo.
Diay, se me quedó botado el tarro... por estar trabe siando.

Melissa Soro dijo...

MAe Está es!!!
deje esa!!
déjela déjela!!!

Melissa Soro dijo...

y es que ud sabe que Fito es toa!!!!
es un mi amorsssh

wílliam venegas segura dijo...

Pericles, mejor conocido como Peraloca, aquí estoy viendo sus textos que son como el universo antes de la creación, hasta Yazmín está atacada aquí de risa porque a usted no se le entiende nada, solo algo: que de verdad está loco. El de la gotita de sangre es el mejor logo.

wílliam venegas segura dijo...

Ah, y le quedó muy bien el fondo rojo, tapiz revolucionario.

Anónimo dijo...

De verdad que craftlove no me gusta.. osea.. no quito de que a mucha gente le guste.. pero así como hay gente que le gusta hay gente que no le gusta.

Solo que no me toquen a Poe, la verdad... esta cortado con otra tijera.

Y sí chismiticos.. yo no pierdo mi tiempo en leer a mayonesa craft ni a cuehlo, ni a down braum.. ni a harry putter ni nada de esas cosas que hacen degenerar la materia gris.

no sé, supongo que a usted le encantan esos autores.

Terox dijo...

Bueno, si no le cuadra LoveCraft (no lo juzgue por este cuento), tal vez Stephen King (tiene que leerlo y no confiar en estereotipos). En cambio Anne Rice no me cuadró....

En fin, si gustos no hubiera...

Pericles Peri dijo...

Pro, pro... bando.

Pericles Peri dijo...

Creo que así meveo más pormenos mono...más.

Melissa Soro dijo...

esto puse en mi blog pa ud!:

pericles: si, se me hizo un mundo lo del cable...y no no no no!! me quedo con Fito!

wílliam venegas segura dijo...

Pericles Peraloca: Cara'e mono tiene Ócar Arias; me gusta más el diccionario, porque ni con diccionario se le entiende a usted lo que dice (esto me acaba de decir Yazmín).

wílliam venegas segura dijo...

¡Ey! ¿Me publica un cuentito de terror en su blog? En serio, el terror que les va dar cuando me lean.

Anónimo dijo...

Es difícil ser escritor de suspenso o terror, no todos llevan la sensación hasta la mente. Disculpen, pero maestros hay poco y HP no es uno de ellos. Será un escritor de masas, pero no un maestro.

Si terox, Stephen King mejora mucho más, eso no lo niego... pero ya ves!!.. soy de gustos exigentes. Y no lo tengo por mis preferidos.

No sé, son cosas de gustos. Es extraño, pero así es.

Hannibal

Terox dijo...

Bueno, y a quién prefiere Ud, Hannibal el Carretero?

Melissa Soro dijo...

solo saludando...